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Capítulo 20: El café de tus ojos.

Eran las diez de la mañana de un hermoso sábado para no hacer nada más que quedarme acostada en la cama y dormir como perezoso todo el día. A no ser que a Luke se le ocurriera molestarme de nuevo. En resumen, la noche anterior había sido bastante... diferente a las reuniones acostumbradas. Digo, no es normal que mi madre estuviese gritando y reclamando para que mi tía Isabella le pasase la sartén de una vez para luego perseguir a un chico rubio, alto como una jirafa, con una obsesión con los pingüinos, miedoso como una niñita que creía que tenía una identidad secreta. Y, ¡ah! ¡Cómo olvidarlo! Que entra (o entraba, ya que creo que le mamá le pondrá barreras a mi ventana) por la ventana de la casa de su mejor amiga, arriesgándose a morir de un paro cardíaco o simplemente caer y romperse la columna vertebral.

No pude tener ni un solo momento a solas con Ashton luego de que Luke había entrado y posteriormente lanzado de la ventana para escapar de una mujer con una sartén en la mano que quería asesinarlo. Curiosamente, no se había roto nada. Resultaba que ahora también era un gato, caía de pie y tenía siete vidas.

En fin, realmente quería estar a solas con Ashton para aclarar todo. Y, claro, ¡para poder darnos un beso de una maldita vez!

 Me encontraba acostada en la cama mirando al techo sin ninguna expresión facial y mirando un punto inexistente de la habitación. Bueno, no era como que me habían borrado el rostro, sí tenía expresión facial. Y, técnicamente, si estaba mirando ese punto era porque existía, ¿no? Luego de aquel pensamiento estúpido, mi consciencia me dijo que debería dejar de pensar y seguir no haciendo nada.

¡Pero sí hay una cosa que sé hacer! ¡Nada! Hacer nada, ¿cuenta, verdad?

Me reí de mí misma y me giré lo suficiente como para llegar a una distancia en la que pudiese agarrar mi móvil estirando el brazo. Revisé de nuevo el reloj y tan sólo habían pasado doce minutos de las diez de la mañana. Volví a dejar mi móvil sobre la mesita de noche y volteé mi cuerpo, de modo que quedé mirando directamente hacia la ventana y recordando todas las veces en las que Luke subió aquí para pasar el rato conmigo. Todas las veces en las que mi madre tocó la puerta y él se escondió bajo la cama o en el armario, siempre golpeándose en el proceso. Todas las veces en las que tuve que ayudarlo a subir para que no se cayera. Todas nuestras risas, abrazos y muestras de afecto. Todos nuestros ataques diabéticos simultáneos. Y sonreí; para luego disponerme a dormir de nuevo.

Pero, como de costumbre, ¡a Luke se le ocurría despertarme temprano un sábado!

¿Qué? Las diez de la mañana es temprano para mí, los sábados son días de dormir y despertarse solo si se tiene ganas.

— ¿En serio eres tan insensible como para despertarme a estas horas? ¿Acaso no piensas en mí? ¡Eres cruel! —Exclamé al apenas oprimir el botón verde.

— Cass, son las diez y cuarto de la mañana, no puedes dormir tanto —me reprochó Luke al otro lado de la línea.

— ¡Es hermosamente temprano, un hermoso día y un hermoso momento para dormir! —Bufé, tapándome con las sábanas y el móvil en altavoz.

— Anda, levántate, sé que acabas de cubrirte con las sábanas de nuevo —se quejó.

Le fruncí el ceño a mi móvil, y luego a la ventana.

— La explicación lógica sería que estés mirándome por la ventana pero no estás ahí. ¿Me espías? ¿Pusiste cámaras invisibles en mi habitación? ¿Debajo de mi cama? ¡Acosador!

— Lo escuché a través del móvil.

— Oh.

Hubo una pausa.