IV pt.9

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Demian lo sostenía entre sus manos; unas veces era pequeño y gris, otras imponente y colorido, pero, según me explicaba él, siempre era el mismo. Al final me instó a comer el
escudo. Cuando lo hube tragado, sentí un temor terrible de que el ave heráldica
reviviera en mi, me llenara del todo y empezara a devorarme las entrañas. Lleno de
terror, me desperté.
Era aún noche cerrada. Me despabilé y oí que Ja lluvia caía dentro de la habitación.
Me levanté a cerrar la ventana y pisé algo blanquecino que había caído en el suelo. Por
la mañana vi que era mi pintura. Estaba en el suelo, mojada, y se había arrugado. La
puse a secar entre dos secantes dentro de un libro pesado. Cuando fui a verla al día
siguiente, se había secado y también había cambiado. La boca roja había palidecido y
parecía más fina. Era la boca de Demian.
Me puse a hacer un nuevo dibujo del ave heráldica. No recordaba muy bien su
verdadero aspecto; sabía que muchos detalles ya no se reconocían, porque el escudo era
viejo y había sido pintado varias veces. El pájaro estaba posado sobre algo: una flor, un
cesto, un nido o una copa de árbol. No me importaba demasiado y comencé a pintar lo
que recordaba claramente. Por un impulso indeterminado comencé en seguida con
colores fuertes. La cabeza era en mi dibujo amarilla. Fui pintando según el humor que
tuviera y acabé al cabo de unos días.
Resultó un ave de rapiña con una afilada y audaz cabeza de gavilán, con medio
cuerpo dentro de una bola del mundo oscura, de la que surgía como de un huevo
gigantesco, sobre un fondo azul. Mientras más miraba mi obra, más me parecía que era
el escudo coloreado que había visto en mi sueño.
No me hubiera sido posible escribir una carta a Demian, aunque hubiese sabido su
dirección. Pero, guiado por la vaga intuición que determinaba todos mis actos, decidí
mandarle el dibujo del gavilán, llegara o no a sus manos. No puse nada encima, ni
siquiera mi nombre; recorté cuidadosamente los bordes, compré un sobre grande y
escribí sobre él la antigua dirección de mi amigo. Luego, lo eché al correo.
Se aproximaba un examen y yo tenía que estudiar más que de costumbre, para el
colegio. Desde que había abandonado aquella conducta despreciable, los profesores me
habían acogido otra vez con benevolencia. Tampoco era ahora un buen alumno; pero ni
yo ni nadie se acordaba ya de que medio año antes todos habían dado como probable mi
expulsión del colegio.
Mi padre volvió a escribirme en el tono de antes, sin reproches ni amenazas. Pero yo
no sentía la necesidad de explicarle a él o a quien fuera cómo se había producido aquel
cambio. Era pura casualidad que hubiera coincidido con los deseos de mis padres y
profesores. El cambio no me acercó más a los compañeros; no me acerco a nadie: sólo
me hizo más solitario. Pero me impulsaba hacia Demian, hacia un destino lejano. Yo
mismo no lo sabia, pues me encontraba en el centro de la corriente. Todo había
comenzado con Beatrice; pero desde hacía tiempo vivía con mis dibujos y mis
pensamientos sobre Demian en un mundo tan irreal que la había perdido totalmente de
vista, incluso en mis pensamientos. No hubiera podido contar a nadie una palabra de
mis sueños, esperanzas y transformaciones interiores, aunque hubiera querido.
Pero, ¿cómo lo iba a querer?

Demian  | Hermann Hesse | COMPLETAWhere stories live. Discover now