RUMORES 1.2

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Mirko caminaba de punta a punta de la habitación. La ansiedad lo dominaba. Deseaba hablar con Tomás, ojalá pudiera hacerlo sin mirarlo a la cara.

Caviló la posibilidad de llamarlo por teléfono, de hacerlo a la distancia.

—¿Con qué cara puedo pedirte que seas valiente si me escondo? —se recriminó. Se hablaba a sí mismo, Ofelia lo miraba con el hocico apoyado en la venta, a la espera de una caricia.

Estaba solo por unas horas. Lena había ido al centro y su padre estaba en el campo de unos clientes. Debía aprovechar ese instante si quería salir sin dar explicaciones.

Los nervios se intensificaron mientras se vestía. El calor era agobiante y, aunque prefería ponerse un jean, optó por unas bermudas que dejaban al descubierto las piernas delgadas cubiertas de escaso vello rubio. Eligió la única remera con detalles en violeta que tenía en el armario y se marchó a paso rápido.

Aguardaría en la plaza San José a que pasara, no se hacía ilusiones de encontrarlo solo. Rogó que no estuviera Andrea, no podría disimular frente a ella las razones que lo llevaban allí. Su amiga sabía que amaba a Tomás, y sería capaz de leer en su rostro la desesperación que sentiría al verlo de nuevo.

Las fotos de él habían quedado dentro del libro incautado por Alexei; no tenía el celular ni internet que le permitiera buscarlo en las redes sociales. Solo le restaban los recuerdos, y empezaba a sospechar que éstos habían intensificado su belleza con el paso del tiempo.

¿De verdad Tomás era así de hermoso? ¿Era cierto el sabor de sus labios? ¿Así se había sentido abrazarlo?

No tenía reloj, no sabía la hora, pero supuso que faltaría poco para que sus compañeros dejaran la escuela y caminaran en esa dirección. Aguardó bajo la sombra de los árboles, cerca de la avenida y lejos del ombú que le recordaba la última conversación. Esa en que Tomás le decía que se alejaba por amor y miedo.

Ansiaba entenderlo, como había logrado comprender a su abuelo y a su abuela. Para eso necesitaba saber, necesitaba que Tomás se abriera a él y le contara sobre los temores. Estaba seguro de que, una vez lo supiese, podría aceptarlo.

Si con la verdad dicha, aún quería distanciarse de él, lo respetaría. Lo dejaría ir, pero no se rendiría sin presentarse a esta última batalla.

Divisó a Andrea a lo lejos, caminaba a la par de Mateo. Unos metros atrás, Lucas y Violeta avanzaban tomados de las manos.

El primero en notar su presencia fue Mateo, que apuró el paso, ansioso.

—Ruso —exclamó. Su voz sonaba preocupada—. ¿Te enteraste? Nosotros íbamos a ir ahora, pero Tomás dijo que no quiere visitas.

—¿Qué? —preguntó desconcertado—. Eh... no, no me enteré de nada ¿Tomás?

Andrea y Mateo compartieron miradas y balbuceos. No se decidían sobre quién le daría la noticia a Mirko. Lo hizo Lucas, ajeno a todo, como siempre.

—Tomás no vino, hoy le quisieron robar el celu y lo cagaron a palos, está en el hospital.

—¿Cómo? —musitó El Ruso, atónito—. Tomás... —No podía hablar, las palabras se le atoraban en la garganta y el pecho le dolía como si él hubiera recibido la paliza.

Andrea lo abrazó. Ni Lucas ni Violeta entendieron la reacción de su amiga, pero ella no estaba para explicaciones ni para refrenar el impulso de consolarlo.

—No sabemos mucho —agregó Mateo—. Solo eso, se ve que no le llegaron a afanar, porque contesta desde su celu, y no queríamos joder con preguntas si está internado. Nos íbamos a ir para allá ahora, pero el último mensaje que mandó dice que quiere estar solo.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora