UNA BALA 1.2

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Por la mañana, se reunieron en el comedor común del hostal. El rostro de Wolanski estaba desfigurado por la preocupación y parecía mucho más magullado que Nikolái.

El joven judío había exigido una explicación sobre lo sucedido, y estaba furioso con Amir por su decisión. Creía que salvarle la vida a un nazi era una traición hacia todos ellos, hacia todas las personas que dijo proteger y ayudar durante años.

—De nada sirve preocuparse ahora —dijo el hombre mientras se dejaba caer, derrotado, en una silla—. Józef ha desaparecido.

—¿Cómo? —preguntó Dmytro que no salía de su asombro tras el giro de los acontecimientos. Él también había confiado en el polaco, le había creído y empatizado con su historia de supuestos sufrimientos.

—No está en su habitación. Ni él, ni sus pertenencias. Simplemente ha desaparecido.

Havryl se alejó del grupo. Unos metros más allá, ajeno a todo, Andrej jugaba con un mazo de cartas españolas que había hallado en la zona de descanso. No conocía ningún juego, por lo que inventaba historias con los dibujos mientras las ordenaba.

Se sentó junto a él, y se embebió en la charla del niño, aunque no comprendiera muchas palabras. Lo sosegaba la voz de Andrej. Sofía también se acercó a ellos, pero no hizo el intento de traducir. Los observó con adoración, en busca de su propia paz.

¿Había cambiado algo con la desaparición de Józef? No podía estar segura.

Las palabras de Kliment resonaban en sus oídos, la explicación de que, si no daban con la persona que buscaban, los arrestarían uno a uno para interrogarlos hasta el cansancio.

Todos estaban en tensión. Sabían que los seguían, lo habían notado en la estación de tren e incluso en el mismo hostal. Miraban derredor en un intento de adivinar quiénes eran simples turistas y quiénes estaba allí por ellos, a la espera de tener la orden que les permitiera un trabajo limpio en tierras extranjeras.

El Mosad o la KGB ¿Qué sería peor?

Sofía no deseaba preguntarle a Kliment. Era mejor no saber, no conocer su destino, qué le pasaría a Andrej y a ella en manos de los servicios de inteligencia. Observó hacia donde se hallaba su cuñado, el hombre fumaba con la vista perdida en los pre-Alpes.

No lo conocía lo suficiente como para adivinar sus pensamientos, pero pudo conjeturar que analizaba la información que tenía e intentaba armar el rompecabezas. Atar con hilos lógicos cada suceso vivido.

Los demás también mantenían las distancias del ex KGB. La culpa los aguijonaba, al igual que a ella. Lo habían juzgado, señalado, obligado a exponer cada uno de sus secretos, mientras protegían, sin saberlo, a un hombre que cargaba en su espalda un genocidio judío.

La perfidia de Józef les dolía. Los había usado ¿cuál sería el último lugar en dónde buscarían a un antisemita? Las heridas de la segunda guerra aún sangraban.

Esperaba que el Mosad lo hallase antes que la KGB. Anhelaba que se hiciera justicia, que se expusieran las atrocidades que esos hombres habían cometido para que la humanidad no los repitiera. Aun si eso implicaba que ella terminara presa en Yugoslavia, juzgada por participar de un movimiento que ahora se le presentaba lejano.

¿Nacionalismo? ¿Era ella capaz de llevar a cabo actos horribles por Croacia? No quería que el mundo fuera habitado por monstruos como Józef ni por ingenuos como ella. Todos terminaban siendo cómplices si no se ponía un punto final, si no se dejaba de justificar la barbarie en pos de ideas. Tenía que existir otra forma de hacer las cosas.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora