UN ECO TRAS NUESTROS PASOS

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Havryl intentaba, sin mucho éxito, alejarse de Sofía. La mujer lo fascinaba más allá de toda razón. Buscaba excusas para acercarse, aunque se mentía diciéndose que solo le conversaba para matar el aburrimiento.

Wolanski y Krešimir intentaban contactar con otro de los eslabones sin nombre de aquella cadena que los llevaría a la libertad. Debían cambiar los rublos que llevaban por alguna moneda fuerte que les permitiera pagar el traspaso a Austria.

Otra vez, y para fastidio de Vasylchenko, los dos hombres se ahorraban los detalles y esperaban que los viajantes acataran sin cuestionar.

—No pueden delatar sus contactos, Havryl. ¡Dios! Sé paciente —se quejaba Kliment cuando su hermano refunfuñaba—. Por lo menos aquí aguardamos con un techo, un baño y algo de comida.

—Y camas.

Lo de las camas era lo mejor. Las mujeres, los niños, el sacerdote y el mayor de ellos compartían uno de los cuartos. Los hombres jóvenes, el otro.

La obsesión de Havryl por Sofía solo era superada por la de Kliment con Józef.

El mayor de los Vasylchenko no le daba tregua al polaco. Le preguntaba detalles de su infancia, de su familia, de cuentos infantiles, canciones de cuna, comidas típicas, la invasión nazi a Polonia y más. Cada tanto, repreguntaba al pasar.

—María, su madre... —decía.

—Rebeca —corregía Józef con una sonrisa.

—Ah, sí, Rebeca.

Buscaba que el hombre cometiera un error en la historia para confirmar sus sospechas. Una y otra vez lo atosigaba con charlas aparentemente banales.

—Deja de hostigarlo —pidió Havryl.

—Solo mato el aburrimiento, como tú con la croata —replicó Kliment.

—Sabes, cuando quieres, puedes ser muy molesto. Solo converso con ella, no sé si notaste, no muchos nos hablan.

—Józef es muy dado a la charla.

—Estás paranoico —se quejó el menor.

—No es paranoia. Havryl, vi muchas cosas en mi vida, Gleb... —enmudeció cuando el nombre escapó de sus labios. Llevaba semanas sin mencionarlo. Le dolía el pecho cuando lo pensaba, y ahora la garganta ardía, como si aquel simple nombre le raspara las cuerdas vocales y le recordara los besos dados y los que nunca se darían. Se dio media vuelta y se refugió en la habitación.

Havryl lo siguió.

—Habla de él —demandó el menor—. Vamos, suéltalo.

—Sé que te molesta, prefiero callar.

—No me molesta... —intentó, pero las palabras le eran esquivas. Sí, algo hacía ruido en su interior cuando tomaba conciencia de que su hermano se había enamorado de otro hombre. Como no lo comprendía aún, prefirió colaborar con el malestar de Kliment y acallar el suyo—. ¿Sabes? Yo quería a Gleb también, no como tú, pero era un buen hombre.

Kliment lo miró por una fracción de minuto antes de bajar el rostro.

—Tengo presente las cosas que hacía por verte feliz —prosiguió—. Desde que él apareció en tu vida, en nuestras vidas, no tuviste más crisis. Sonreías. Eras distinto; el mismo, pero distinto. Como cuando vivían papá y mamá.

—Gleb entrenaba espías —susurró.

Havryl se sentó a su lado, apoyó la espalda en la pared y se relajó.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora