EL DESCUBRIMIENTO

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Kiev, Ucrania. 1971

Una hoja amarilla, casi dorada, cayó sobre la frente de Havryl Vasylchenko. El hombre sopló para hacerla volar; solo consiguió que se posara en su nariz.

Era finales de otoño, el frío comenzaba a arremeter contra la ciudad y, en ese instante, contra el cuerpo de Havryl, que esperaba en la acera a que lo pasaran a buscar.

Levantó el cuello de su abrigo y abrazó las carpetas que llevaba en las manos.

«Me pasa por quisquilloso», se reprendió.

El año anterior, tras haber cumplido con la preparación militar y varios años de estudio en la universidad de Kiev, consiguió el título de Ingeniero Civil. De manera casi inmediata, gracias al lugar que supo ocupar su padre, Sergei Vasylchenko, dentro del partido, consiguió un puesto en el Ministerio de la Industria. Pero la juventud e inexperiencia lo llevó a estar bajo el mando del camarada Sewick.

El camarada Sewick era, en opinión de Havryl, un completo inútil; pero un inútil de alta influencia, por lo que no quedaba más remedio que acatar sus órdenes.

Eso no implicaba que Vasylchenko no tuviera contactos y que no estuviese dispuesto a hacer las cosas bien, lucirse y ascender en la cadena de mandos. Por supuesto que no. Motivo por el cual se encontraba, esa tarde, en las puertas del Comité de Seguridad del Estado, bajo un Castaño de la India que no cesaba de arrojarle sus hojas muertas por la cabeza.

Su hermano, Kliment, trabajaba allí. Era uno de los grandes cerebros que contaba el gobierno para encriptar la información delicada y, de ser posible, descifrar la de los enemigos. Molestar a Kliment Sergéevich Vasylchenko con una nimiedad, como podían ser los cálculos para una demolición, podía considerarse un crimen; pero él era su hermano menor, a él no podían negarle la visita, más si tenían en cuenta que era uno de los pocos que podía traerlo en sí cuando afrontaba una de sus famosas crisis.

Kliment era tan inteligente como excéntrico. Su mente no funcionaba como la de los demás mortales; se podía abstraer en números y códigos por horas, hasta el punto de olvidar comer o dormir. Incluso llegaba a contener sus necesidades. Havryl, a pesar de los años, seguía siendo responsable por él; más aún, desde la muerte de Sergei. Ahora, los únicos capaces, e interesados, en ayudar a Kliment cuando se perdía en sus pensamientos eran Gleb, su gran amigo y compañero de trabajo, y el mismo Havryl.

Nadie más. Nadie le hablaba en las oficinas, ningún familiar tenía relación con ellos desde la muerte de sus padres. Solo ellos contra el mundo.

Y así como Havryl lo ayudaba a Kliment, Kliment jamás se negaba a colaborar con él. Tomó las carpetas, las abrió con presura, leyó los números e hizo su magia. En cuanto el mayor de los Vasylchenko frunció el ceño, el menor supo que su decisión había sido acertada; pese a que ahora se estuviera helando bajo un maldito árbol a la espera del incompetente del jefe.

—Esto está mal, y esto, y esto, y esto —señaló Kliment mientras golpeaba con frustración la hoja con cálculos y planos—, y esto. Y... todo desde este error en adelante está mal. Havryl, si lo hacen así, yo diría —Se tomó el mentón—, yo diría que van a juntar los escombros sobre la ruta. ¿Y sabes lo que eso significa?

—Que voy a tener dos granos en el culo.

—Iba a decir que podía morir alguien.

—Sí, yo. —Se agarró la cabeza—. Ya tengo suficiente con el camarada Sewick, como para soportar al Ministerio completo. Si Sewick es una muestra de lo que hay arriba, ya sé que lo único que tendré para demoler será una pila de documentos inservibles.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora