EL PRECIO DE UNA VIDA

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El bosque, húmedo y oscuro, les permitía permanecer lejos de la vista de quienes pasaban por la ruta principal. Se adentraron en la espesura con pasos vacilantes, tanteando el terreno para no caer.

Llegaron a un claro pequeño, entre cuatro árboles altos. Los álamos negros no habían perdido aún todo el follaje, las pocas hojas que pendían de las ramas goteaban el resto de la helada de la noche anterior.

Se situaron en el medio y se dispusieron a prender una fogata. Los recelos enfriaban al grupo mucho más que la niebla matutina. El silencio, aunque tenso, les permitía apreciar los sonidos del bosque.

Las aves, el viento suave que no llegaba a atravesar la frondosidad de los árboles, el crujir de algunas ramas cuando los animales salvajes se movían sobre ellas.

Natalka y Sofía buscaron, entre las bolsas, los alimentos que habían comprado en el mercado la tarde anterior. La odisea de escapar entre las calles de Zalaegerszeg se les presentaba distante.

Kliment llevó a Andrej y a Inha a explorar. Los niños se divertían, pese a todo, mientras buscaban ramas secas que sirvieran para avivar el fuego.

Andrej se sentía algo frustrado al no poder comunicarse. Hacía señas y se mofaba de que no lo entendieran. Sofía lo reprendió con cariño cuando dijo una mala palabra.

—Si no entienden —se defendió el pequeño.

—Sigue estando mal, Andrej —le dijo su hermana.

Kliment sonrió ante la picardía del pequeño. No necesitaba comprender demasiado para darse cuenta de que el niño croata le tomaba el pelo. Le regaló un encogimiento de hombros a Sofía para restarle importancia al asunto, era bueno que se entretuvieran y conservaran su inocencia.

Inha gustaba de dar órdenes, de lucir como la mayor y llevar la voz cantante. Andrej entendía como solo los niños lo hacen, por instinto.

Pauk —expresó Andrej al ver la enorme araña que caminaba en un tronco seco—. Nemojte je ubiti.

Kliment detuvo su pie a mitad de camino.

Nije, nije —exclamó el niño.

Ніrepitió en ucraniano el hombre, y Andrej lo imitó.

Espantaron al insecto con una rama antes de mover el tronco. Llevaron todo junto a Havryl que iniciaba un fuego con hojas secas.

La fogata no sería grande, no querían alertar a nadie. Solo intentarían calentar algo de agua para preparar té y entrar en calor.

Wolanski tomó un sorbo de la tibia infusión antes de ponerse de pie. Tenían tan solo dos tazas consigo, por lo que pasó el cacharro a Valentín para que bebiera.

—Iré a ver a nuestro hombre —explicó, fiel a la promesa de compartir los pormenores de la huida—. Veremos qué podemos hacer con los rublos. Quizá tengamos suerte.

Los presentes asintieron. Amir le pidió a Krešimir que aguardara con los demás para evitar conflictos.

—No quiero que se dividan. Le creo a Vasylchenko cuando dice que no es el objetivo, pero no tengo certezas, y una vez las sospechas están en nuestros corazones... —dijo al sacerdote.

—Siento que estés en esta situación.

—Todos lo estamos, pero saldremos adelante, hay que tener fe.

—Amén —dijo Držimir y le dio una palmada en el hombro al judío. Luego elevó una plegaria a Dios, con la esperanza de que los oyera.

Krešimir solía bendecir los alimentos a la distancia, para no generar malestar entre aquellos que no profesaban su misma religión. Se escabulló entre los árboles y rezó con la vista puesta en los viajantes.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora