CAER Y SEGUIR AMANDO 1.1

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Las palabras de Tomás tardaron en traspasar la neblina de emoción que lo embargaba. Quedó congelado por unos milisegundos que parecieron eternos.

Podía sentir la piel del rostro de Tomás bajo los dedos, su respiración lo acariciaba.

-¿Qué? -fue lo único que salió de sus labios. Observó al chico que amaba, y que creyó era su novio, mirar hacia ambos lados con una expresión de pavor. Los ojos de Mirko lo imitaron. Lucas y Mateo se veían cada vez más nítidos. Todo quedó claro.

-Mirko, hoy a la noche... -rogó.

-Pensé que Mateo sabía -balbuceó-, pensé que estabas listo. ¡Me dijiste que estabas listo! -le recriminó.

-Estaba listo para hacerlo, no para salir... no para que todos sepan que soy gay.

-Para que todos sepan que estás conmigo -completó con dolor.

-Mirko, no es así, por favor -susurró, la gente que pasaba los miraba con cierta curiosidad, aunque seguían camino-. Dejame que te explique hoy a la noche.

-No -respondió. La voz fue apenas una exhalación-. No. Me dijiste que no te daba vergüenza, pero sí te da. Querés que me vaya antes de que nos vean los chicos.

-No es eso, Mirko. No sos vos...

-¿Soy yo? -completó con la más famosa frase de ruptura jamás oída-. Sí soy yo.

-Dejame que te explique a la noche -suplicó por milésima vez-. Por favor, yo sabía que me ibas a dejar, por eso no te lo quería decir.

-¿A dejar? ¡¿Cómo puedo dejarte si nunca tuvimos nada?! -alzó la voz. Vio a Tomás palidecer y comprobar, desesperado, que nadie los hubiera oído. Esa fue la estocada final-. Tomá -le dijo y le dio la cadenita con la pelota de fútbol. Desesperado, comenzó a tirar de la que estaba enroscada en la muñeca. El metal comenzó a lastimar la piel hasta hacerlo sangrar.

-¡Basta! -pidió Tomás-. Basta, te estás lastimando. -«Y a mí».

Mirko lo miró a los ojos, y Tomás quedó derrotado. Las lágrimas aguaban el color celeste y mojaban las escasas pestañas; era como ver llorar a una estatua, presenciar un milagro, pero uno horrible que presagiaba el fin del mundo.

-Me djiste que no te daba vergüenza -repitió una vez más. Logró romper la cadena y se la dio; en su muñeca, las marcas le recordaban que una vez estuvo ahí, que Mirko Vasylchenko había usado su regalo con orgullo y amor-. Me dijiste que me amabas tal cual soy, ¡que te gustaba!

-Mirko, te amo y no es vergüenza... No estoy listo para salir abiertamente.

-Conmigo, para salir conmigo ¡Decilo! -exigió.

-Sí, no estoy listo para salir con vos. Pero no por cualquier boludez que se te esté pasando por la cabeza ahora, es porque... porque sos un chico.

-Sí -lloró, agobiado. Tomás no estaba seguro de haber visto alguna vez tantas lágrimas brotar de un par de ojos-. Soy un chico. Y ni siquiera es algo que pueda cambiar -dijo, abatido-. Y a vos te da vergüenza amarme y que te ame.

-Mirko...

-Me dijiste que estabas listo -le recriminó. Tomás lo vio encogerse, rodearse con los brazos en un intento de cubrir el cuerpo ante sus ojos. El Ruso sentía pudor de que lo hubieran visto desnudo, con todos sus defectos. Se había creído amado y deseado, y ahora no lo veía así-. Te creí.

Lucas y Mateo podían verlos. Se leía en ellos el desconcierto.

-Hoy a la noche -pidió Tomás. La voz había perdido fuerza-. Solo para explicarte, no te voy a pedir volver. -Las palabras le rasparon la garganta. No sabía por qué algunas frases venían con espinas y sin pétalos.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora