47. Vamos a terminar con esto

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Idiota, idiota, idiota. Es la única palabra que Dani sabe dedicarse a sí mismo en este momento y se la repite como un mantra.

Dicen que todos los caminos llevan a Roma. En este caso, Roma podría ser el sitio donde se encuentra su última oportunidad. Se trata de una vivienda de unas tres plantas, de esas que se considerarían grandes en una ciudad pero son de las que más abundan en un pueblo. En esta casa vivía alguien que ya no está, pero se dejó algo dentro que todavía quiere salir.

Horas después de marcharse, llama al timbre y pasa un poco de vergüenza cuando Raquel le abre la puerta. Tiene los ojos rojos y la ropa mojada y el cuerpo le pesa demasiado, pero no lo bastante como para impedirle decir:

—Vamos a terminar con esto —y suena con más determinación de la que realmente siente.

Andy aparece por detrás, con su característica sonrisa burlona.

—Te dije que vendría —le comenta a su hermana.

—Venga, entra —le dice ella—. No nos vendrá mal un poco de ayuda.

Así que entra, y los recuerdos lo tragan.

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En una habitación abandonada, con demasiado polvo y escasez de vida, los tres chicos se preparan para abrir un cajón que lleva mucho sin abrirse. Y no solo literalmente.

Andy y Raquel ya han estado rebuscando en el cuarto de Miguel hasta dar con el cajón que contiene los papeles. Tal y como decía el chico, están amontonados bajo un post-it con letras enormes que indican "No tirar!!!", y la verdad es que no parecen muy ordenados.

Cuando los sacan no ven nada interesante, al principio. Solo un montón de folios, con una caligrafía muy grande e irregular que solo podría ser de Miguel. Pero es un engaño, porque tras quitar unas pocas hojas los chicos descubren que sí que hay una pista escondida. Podría pasar por otro montón de papeles sin importancia, pero están perfectamente alineados y llenos de dibujos aparentemente sin sentido.

Árboles, casas, caminos... tan solo a lápiz, con algunos toques de color para indicar zonas verdes o la azulada agua de un río. Son trazos poco artísticos, esquemáticos, cuya única función aparente es la de aportar una información. Hay por lo menos cincuenta.

—Nos vamos a tirar un rato ordenando esto —suspira Andy—. ¿Alguien tiene una idea mejor?

—¿Están ordenadas? —pregunta Dani.

En la parte de atrás de cada hoja hay un número escrito con letras grandes. Pero ¿qué sentido tiene que ese sea el orden? Los dibujos no pueden estar alineados en una sola fila, sería un puzle demasiado largo y poco ancho.

—Vamos a ordenar todos los papeles por número —indica Raquel—. Y cuando estén ordenados, ya veremos qué hacer.

Así que lo hacen. En total hay cien, o al menos eso es lo que pone en la hoja con el mayor número. Pero a los chicos les resulta extraño, porque no parece que ahí haya cien folios.

—¿No os parece un montón un poco pequeño para ser cien hojas? —pregunta Raquel.

—Eso estaba pensando yo —conviene Dani—. Puede que falten algunas.

—Pero no se pueden haber perdido. Han estado aquí todo este tiempo.

—Quizá es que no estamos haciéndolo bien —tercia Andy.

Pero ¿qué es lo que les falla? Ponen los dibujos ordenados lado a lado, pero solo algunos encajan. Cada diez folios es como si la imagen se cortara y dejasen de encajar.

—Tal vez sean como diez mini puzles —piensa Dani—. ¿Y si los montamos todos por separado? Por cierto, ¿tenéis un corcho grande en vuestra habitación? Para ir pegándolos ahí.

Andy niega con la cabeza. Convienen ir a la habitación de los hermanos y extender los dibujos sobre las dos camas.

Mientras se dedican a montar el puzle que les dejó Miguel, el chico se queda un momento observando a los dos hermanos. A veces todavía le cuesta pensar en Andy como en un chico; se conocen desde hace años, aunque sea de vista, y jamás habría imaginado a Ana de otra manera. Pero él parece mucho más satisfecho así, intentando fingir una voz más grave, aplanando su pecho y poniéndose ropa masculina, así que ¿quién es él para decirle nada?

Y Raquel... Bueno, ella siempre ha sido tal y como aparenta. No se parece mucho a sus hermanos, en ninguno de los aspectos, pero sí que comparten esa manía suya de intentar ser el centro de atención. Aunque no siempre para bien. Quizá lo hagan de forma inconsciente y sea un rasgo de familia.

Los dos chicos trabajan codo con codo como si llevaran haciéndolo toda la vida. Pero ¿por qué Andy solo le confesó a Miguel que se sentía en realidad un chico, y no a su hermana? ¿Tan poca confianza tenía con ella? Tal vez había pasado algo entre los dos que Dani desconocía; al fin y al cabo, no conocía otra familia más cerrada que la de los Ribeira. Excepto, quizá, la suya propia.

Cuando terminan de montarlos, en efecto, los diez mini puzles sí que parecen tener sentido si se ven por separado. Hay casas alineadas, agrupaciones de árboles, incluso corrientes de agua que se continúan...

—Eh, chicos, ¿os habéis fijado en esto?

Raquel les señala el dibujo de la hoja 13, en el que aparece una cruz. Al lado hay escritos unos versos con letra pequeña, casi inapreciable:

Déjame solo: oyes romper los brotes...

te acuna un pie celeste desde arribay un pájaro te traza unos compases...


Los tres contienen el aliento. Tiene que ser la pista que están buscando.

Pero ninguno tiene ni idea de qué puede significar el poema. Ni mucho menos a qué lugar se refiere la cruz. Las calles, los parques que están representados en el mapa no les suenan.

Dani mira a su alrededor, consternado. Están tan cerca, tan cerca... pero no consiguen averiguar a qué lugar se refiere la pista. Este mapa podría ser de cualquier sitio, no necesariamente del pueblo en el que viven.

Por alguna razón se le ocurre ponerse a rezar. Hace mucho que no reza; la fe la perdió más o menos a la vez que a su mejor amigo. Se le ocurre que, si vuelve su sentimiento religioso, tal vez Miguel vuelva también.

De repente y sin avisar, Andy empieza a mover los folios de sitio. No consulta con nadie, pero a eso ya están acostumbrados: el chico confía demasiado en su propio intelecto como para compartirlo con nadie más. A Dani le dan rabia este tipo de cosas, pero, cuando consigue formar el puzle completo, no le queda otra que reconocer que llevaba razón.

—¡Es una cuadrícula! —exclama Andy—. El primer número de cada hoja representa la fila, el segundo la columna. Este mapa tiene más sentido... Es nuestro pueblo, mirad.

Es verdad, no cabe la menor duda. Ahora que pueden ver del todo la imagen pueden perfectamente reconocer las calles, el río, los descampados, incluso el puente. También están representadas las casas de las familias Usera y Ribeira, con algo más de énfasis que las demás. La vieja iglesia abandonada está representada en un color marrón rojizo, rodeada de un manto de trazos grises sobre un fondo blanco.

Y la cruz. La cruz está cerca de la iglesia, en un lugar que a Dani le suena de mucho. Y, por lo que parece, a Andy también.

Se miran entre ellos. Tal vez sea la primera vez que no solo se miran, sino que también se ven. Y no con rechazo, ni desconfianza; tan solo con complicidad.

La caseta.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu