4. Hay un muerto

9 4 0
                                    

Al día siguiente a esos extraños pensamientos, sucede algo. Hay un muerto, murmuran todos los habitantes del pequeño pueblo. Se concentran en los bares, cuchichean, fingiendo pena o sintiéndola de verdad en unos pocos casos.

Es sábado y a Dani ayer le fue bien el examen, sorprendentemente. Tal vez apruebe, aunque cree que sería demasiado pedir.

Baja a comprar el pan para el desayuno y es entonces cuando se encuentra con todas esas voces quedas, que solo pueden significar una cosa.

-¿Quién se ha muerto? -le pregunta a Eustaquio, el panadero.

-Pues Graciela, la abuela de los Ribeira, del chico que desapareció. ¿La conocías?

El corazón empieza a latirle demasiado rápido. Claro que la conocía, cómo no hacerlo.

-Sí, esto... ¿Me cobra, por favor?

Eustaquio le dirige una mirada extraña.

-¿Erais amigos?

Y sabe que no se está refiriendo a la anciana.

Asiente con la cabeza, sin saber muy bien qué decir. Eustaquio le devuelve una mueca por toda respuesta.

El funeral será a las diez de la mañana del día siguiente, domingo, en la única iglesia del pueblo. Será fácil llegar hasta allí, lo complicado será pasar desapercibido.

_____________________

De repente, un hombre en el que hace meses que no habita otra cosa que la frustración siente algo que no esperaba: tristeza.

Y es que, a las tres de la tarde, mientras él está viendo el fútbol, Luisa va a llamar a la mujer para que no se pierda la comida, y es entonces cuando se da cuenta. No ha estado durmiendo toda la mañana.

-Graciela. ¡Graciela! -la sacude fuertemente, pero no despierta.

Es entonces cuando ese mismo hombre, que lleva años sin correr más que para salvar su propia vida, se levanta de un salto y corre hasta el pequeño sofá donde dormía su madre.

Y cuando llega, observa su cadáver desde la puerta.

Y por un momento no cree estar viéndola a ella, sino a un niño... y es que las imágenes se superponen. Porque al fin y al cabo ambos son personas, cuerpos frágiles, y es tan fácil que la muerte se los lleve, y sería tan fácil que su hijo estuviese ahora tal y como está su madre: cenicienta, con las venas demasiado azules, con un pecho que antes solía moverse insistentemente pero ya no lo hace.

En un solo instante se da cuenta de todo lo que ha perdido.

Y empieza a llorar.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Where stories live. Discover now