20. Ser el saco de boxeo

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Advertencia: Este capítulo contiene una escena explícita de bullying y también homofobia. Si crees que este tema te hará sentir mal, por favor, no lo leas.


Al día siguiente es martes. Las sábanas se quedan demasiado pegadas cuando hay que ir al instituto, y el cuerpo lo sabe.

Pero la mente también. Se despierta pensando que tal vez el sueño no sea un lugar demasiado tétrico para quedarse a vivir. Las pesadillas son solo una pequeña parte de ese mundo sin explorar. Y a él, aunque nunca ha sido muy aventurero, que le gustaría serlo. Cualquier cosa es mejor que la realidad a la que le toca salir, piensa.

La misma rutina se sucede. Apaga la alarma. Dúchate, vístete. Desayuna. Lávate los dientes, camina. Abre la puerta. No te despidas de nadie, sal.

Lo malo de las rutinas es que, cuanto antes se acostumbra uno a ellas, antes se rompen.

-¿No ha venido el de Lengua?

-Parece que no, ha pasado un cuarto de hora...

-¡Fiesta! ¡¡¡Fiesta!!!

Y en eso se convierte el instituto cuando un profesor falta: en una fiesta. O quizá debería decir... una jungla.

Hace unos años Dani se lo habría pasado muy bien en una situación como esta. Pero también hace tiempo que su asignatura favorita dejó de ser el recreo, para convertirse en cualquiera en la que no tenga que mirar hacia atrás para ver quién le está tirando cosas en mitad de clase.

El chico del sacapuntas, así lo llaman. Porque tantas veces le han tirado de esos en la espalda que la tiene tan afilada como una cuchilla. El problema es que no solo la piel se le ha vuelto cortante; también la lengua.

Alrededor hay un coro de voces que hablan, susurran, murmuran, lanzan miradas de incomprensión y complicidad. El chico de la última fila que lleva puesta la capucha puede oírlas aunque no lo parezca. Tiene el superpoder de adivinar lo que la gente piensa de él sin siquiera mirarles (no es que sea muy difícil pero a él le gusta pensarlo). Puede notar cómo queman los ojos que se clavan en su nuca, y, sobre todo, puede notar cuándo la presión se hace tan alta que el corazón deja de poder bombear la sangre.

-Eh, hermano, ¿me dejas las tijeras?

-¿Para qué quieres las tijeras? -responde el chico de la capucha.

-Oye, ¿y a ti qué te importa?

-¿Y a ti qué te importa que a mí me importe?

-Eh, eh. Ya vale con ponerse farruco.

La gran sombra que se ha instalado delante de su pupitre coge el estuche y lo abre.

-Oye, ¿qué mierda tienes aquí, tío? ¿Qué es esto?

Saca un blíster de pastillas y una venda.

-¿Ahora eres yonqui? Tío, ¿necesitas ayuda?

-No jodas, ¿el Dani es un yonqui? -grita alguien desde más allá.

-Sí, bro. Que tiene unas pastillas en el estuche. Valium. ¿Esto qué mierda es?

-Son unos tranquilizantes, ¿qué haces tú en un Bachiller sanitario? -dice otra persona.

-¿Eres un adicto a los calmantes, tío?

-Fran, déjame ya -suspira Dani, bastante cansado. Ha dormido mal y lo último que le apetece es que su antiguo mejor amigo se siga burlando de él.

-Ya decía yo que este hombre está mal de ahí arriba. Y puede que también de ahí abajo.

El matón se ríe mientras lo dice. Las personas que empiezan a acumularse alrededor, los amigos de Fran, se ríen también.

-Es que los culos no son buenos para meterla, tío.

-¿De qué estás hablando?

Todo sucede muy rápido. Dani levanta la cabeza como movido por un resorte.

-Pues de eso, ¿de qué va a ser?

-Eres un marica, ¿cuándo piensas decirlo?

-Sí, eso, ¡un marica!

El simio que ha dicho eso último, dado que los simios son unos expertos en aprender por imitación, se une a otro compañero para montar una especie de escena sexual en mitad del aula.

-No soy un marica -masculla Dani.

-Tío, si no tiene nada de malo. Las nenas también tienen su punto, ¿sabes?

-No soy una nena -dice. Está empezando a enfadarse.

-Pero si eres un puto gallina. No hablas con nadie. No te defiendes. ¿Qué es eso sino ser una nena?

-Bueno, si lo comparamos con el tipo ese de los rizos, ese sí que era un nenaza.

-Tío, ¿de quién hablas, del tal Miguel?

-Sí, hermano, el que se fue meándose encima al bosque porque lo iban a atropellar y se quedó allí.

Y es entonces cuando Dani, en cuyo interior conviven desde hace tiempo dos personas, pierde el autocontrol y una de sus identidades se hace con el manejo de la situación. La identidad de alguien que se perdió; un chico con los ojos profundos y demasiados lunares en la espalda.

Se levanta y se enfrenta cara a cara con Fran.

-Como vuelvas a mencionarle, te juro que te saco los ojos con estas uñas de nena que tengo.

Le enseña las uñas que por dejadez están demasiado largas. Fran se vuelve a reír, pero su tono ha cambiado bastante.

-Tío, ¿en serio me estás amenazando?

El matón se queda parado un segundo. Luego dispara un puñetazo en el abdomen.

-¿Estás seguro de que me estás amenazando?

El chico de la capucha cae de vuelta a la silla. Pero no le da tiempo a respirar antes de que el que un día fue su mejor amigo, y que por desgracia tiene demasiada fuerza, le coja del cuello y lo levante. La capucha se le cae atrás; está descubierto.

-Repítemelo.

Casi no puede respirar. Tampoco hablar. Pero por muy muerto que estuviera, no se echaría atrás en decir esas últimas palabras.

-Te lo juro.

Y es así como parece que va a acabar el día: en un hospital. Pero, por suerte, alguien entra por la puerta.

Un profesor de Lengua que llega tarde y que jamás se interesará por lo que ocurre más allá de los libros de texto. Un profesor que, a pesar de haber estudiado pedagogía, no sabe lo que es realmente que a un chico le peguen en una de sus clases. Un profesor que, por muchas oposiciones que apruebe, nunca tendrá valor para reconocer que ese chico que desapareció, y del que nadie quiere hablar, era uno de esos sacos de boxeo.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Where stories live. Discover now