9. Aquel día, en clase, la gente miraba

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Al día siguiente, Miguel no faltó a su promesa: se vieron en clase.

Para ser sinceros era un poco difícil fijarse en él. Era el típico que siempre se sentaba en última fila, el que se subía la capucha y enterraba la cara entre los brazos hasta que llegaba el profesor. Y ni siquiera entonces la levantaba, a veces.

En aquel aula Dani se sentaba siempre en el medio, junto a su grupo de amigos. No era de los empollones, que se sientan delante, pero tampoco de los matones populares que siempre están atrás. Miguel era, por así decirlo, una excepción, porque no era popular ni era un matón, pero quería pasar desapercibido. Y lo conseguía, la mayor parte del tiempo.

Nada más llegar, Dani dejó sus cosas y se dispuso a hablar con sus amigos. En el siguiente cambio de clase se acercó al chico para hablar con él.

-Hola.

-Hola -le respondió el otro con inocencia-. ¿Qué tal has dormido?

-Bien -dijo un poco sorprendido por la pregunta-, ¿y tú?

-También, creo. Aunque siempre me levanto igual de cansado si hay que venir al insti -se rió.

Dani se sentó en el pupitre que quedaba justo delante del suyo, y se fijó en lo que había en la mesa del chico.

-Vaya, ¿estás dibujando?

-Algo así. ¿Quieres verlo?

Cogió la libreta y examinó lo que había escrito. Había varias casas y formas geométricas. Y luego una larga combinación de ceros y unos.

-¿Qué es esto?

-Binario. Es lo bueno de que nadie sepa leerlo.

Dani se lo quedó mirando con extrañeza. ¿Qué estaría ocultando?

Justo en ese momento llegó la maestra de clase de inglés, y Dani debía volver a su sitio. Pero no sin antes despedirse con un:

-¿Cuándo me enseñarás a tus perros? Sonará estúpido, pero tengo ganas de conocerlos.

Soltó una risilla nerviosa. Miguel se quedó pensando un momento.

-Mañana es viernes. ¿Te parece bien cuando salgamos de clase?

-Genial.

Le sonrió, Miguel le sonrió de vuelta y se fue.

Físicamente, el chico era muy normalito. Era un poco más bajo que él, no mucho, y a pesar de estar delgado tenía la espalda ancha por lo que parecía más grande. Llevaba unas gafas cuadradas y tenía la piel muy clara y los ojos marrones. El pelo era castaño y ligeramente más largo de lo normal, con muchos tirabuzones que se enrollaban por sí mismos. En aquel momento no le pareció ver nada más relevante, pero con el tiempo se iría enterando de más cosas, como aquellos lunares en su espalda que formaban una constelación, y que tantas veces habían deseado ser recorridos por una mano que los quisiera.

Pero no todo era tan fácil, recuerda, ahora que ha pasado todo.

En cuanto volvió a su sitio, sus amigos empezaron a lanzarle pullas.

-¿Por qué te juntas con él? -decía uno que se llamaba Lucas.

-Es un pringado, nunca habla con nadie -decía otro, José-. Y si le hablas te contesta mal.

-Pues conmigo es simpático -se defendió Dani-. ¿Qué problema tenéis?

No tenían ningún problema, o más bien, no debían tenerlo. Pero todos sabemos lo crueles que son los niños. Aprovechan la primera señal que tengas de humanidad para hundirte.

Y una vez te hundes, suele ser bastante más fácil quedarse... y no salir.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Where stories live. Discover now