34. Esas miradas

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—Hoy quiero darte una clase de psicología humana. —Miguel se aparta y coge un globo terráqueo de juguete que tiene cerca—. No pienses que esto va a ser una lección de geografía; de eso ya tenemos bastante en el instituto. Pero nadie te enseña por qué los humanos siempre tropiezan con la misma piedra una y otra vez.

Mueve el globo de forma que empieza a girar sobre sí mismo a una velocidad vertiginosa.

—¿Alguna vez te has planteado cuánto tardarías en recorrer todo esto? —Lo frena y pasa el dedo por encima de África, Asia y todos los demás continentes—. Yo sí, y he llegado a la conclusión de que mucho, pero también de que tal vez me daría tiempo si comiera muchas verduras e hiciera mucho ejercicio, ya sabes, para aumentar la esperanza de vida. Aunque también dicen que la depresión es mala para la salud física; si es así, no sé cómo es que no me he muerto a estas alturas.

»Observa bien esto y dime: ¿hay alguna sola razón para no salir de este maldito pueblo, y empezar a vivir como la persona que soy en realidad? Me daría igual dormir debajo de un puente, comer basura, si tan solo pudiera evitar esas miradas.

»Esa mirada de decepción cuando sacas otra mala nota; esa mirada de envidia cuando por una vez apruebas y todos van a por ti; esa mirada de asco cuando tu padre te dice que eres una nenaza inútil; todas esas miradas, todos los días, una y otra vez, pueden llegar a cavar más hoyos en un cuerpo que una dama de hierro. Probablemente pensarás que me quejo por vicio, pero dime: si tú lo puedes aguantar, ¿por qué yo sí tengo que hacerlo?

»Como ya mencioné, hice una lista con todos los motivos que había para quedarme. Y vi que solamente tenía uno, y que tiene nombre propio. Se llama Daniel, y vive en la casa que has ido a visitar. O, por lo menos, allí está mientras yo estoy grabando esto.

»¿Sabes lo que tiene de especial? Supongo que no, tal vez ni siquiera le conozcas porque suele pasar desapercibido. A primera vista puede parecer un tipo simpático, gracioso, agradable, ingenuo; normal al fin y al cabo. Pero hace casi tres años él me demostró que los ángeles de la guarda existen, y que solo se manifiestan cuando los demonios hacen su aparición. Me conoció, y en lugar de juzgarme, se acercó a mí a pesar del tufo a marginado que desprendía; se acercó, y en lugar de apartarse, se hizo mi amigo.

»Pero ¿sabes qué? Tengo un problema. Un problema muy gordo, porque si ese chico supiera la verdad, todo daría la vuelta tan rápido que ni me daría tiempo a atrapar la tortilla por el otro lado. Y puedo ser muchas cosas, pero si hay algo que odie, es mentir.

»Pero decir la verdad siempre me ha traído problemas, por eso esta vez quiero ser un poco más listo. ¿Me guardarás el secreto? —Se lleva un dedo a la boca como indicando silencio—. Espero que sí, porque si esto sale a la luz, faltará muy poco para que me marche definitivamente.

Miguel suspira y deja el globo terráqueo de nuevo en el suelo.

—¿Sabes? No sé si estoy más cansado de huir o de quedarme. Así que terminaremos pronto. Solo falta una pista; lo siento por ti, sé que esto te interesaba mogollón —sonríe irónicamente—, pero tienes que hacer un último esfuerzo si quieres encontrarme, ¿sí?

»Hay un lugar al que Dani y yo vamos a menudo. ¿Te suena el puente que cruza por encima del río? Seguro que has pasado por allí más de una vez; la diferencia es que hoy no vas a tener que cruzarlo, sino pasar por debajo. Sí, has oído bien. Vas a tener que mojarte un poco si quieres llegar al fondo de esto... pero no te lo tomes muy literalmente. Que empiece la diversión.

»Cambio y corto.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Where stories live. Discover now