25. Líneas invisibles

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Aquella horrible noche de sábado, llamaron al timbre de la casa de Miguel. Eran casi las doce.

—¿Quién cojones llama a estas horas? —gruñó el padre, que estaba vagueando en el sofá botellín en mano.

Con todo el pesar de su corazón, y sobre todo de su cuerpo, abandonó el partido en retransmisión que estaba viendo y fue a ver quién se había atrevido a interrumpir su tranquilidad.

—Ah, eres tú —le dijo al mocoso al que se encontró en cuanto abrió la puerta—. ¿Qué quieres?

—¿Está Miguel?

El hombre estaba borracho; quizá por eso no se dio cuenta de que la voz del chico estaba un poco más ronca de lo normal.

—Yo qué sé, vamos a comprobarlo —le respondió, y entonces llamó a voz en grito—: ¡Miguel, ven aquí!

—¿Qué pasa? —se escuchó gritar desde el piso de arriba.

—¡Parece que has hecho amigos de una vez por todas!

El hombre se fue de allí riendo (una risa grave, sucia) y regresó a su sofá. Mientras tanto Dani se quedó esperando. No le importó que el padre de Miguel fuese tan maleducado; la verdad, en aquel momento casi ni sabía lo que hacía.

Un minuto después, Miguel bajó las escaleras y se acercó. A Dani no le extrañó que estuviese vestido con ropa de calle: él siempre salía a horas insospechadas. La cara que debía de tener era tan expresiva que el chico ni siquiera le preguntó qué había pasado, sino que directamente lo invitó a entrar. Además, estaban en abril y fuera aún hacía frío.

Miguel lo guio escaleras arriba hasta su habitación. No era la primera vez que Dani había estado allí, aunque solo en contadas ocasiones desde que se conocieron a principio de curso; por eso siempre tenía la sensación de que a Miguel le incomodaba que llegaran extraños a casa. Teniendo en cuenta cómo era su padre, no le sorprendía en absoluto.

—¿Te encuentras bien? ¿Quieres algo?

Dani se sentó en la cama de su amigo y se echó una manta por encima. Tenía la mirada perdida. Entonces le sonó el móvil; lo sacó, lo miró sin mucho interés y silenció la llamada entrante.

—Vale, entiendo que no estás bien —continuó diciendo Miguel—. ¿Qué ha pasado?

Dani no le hablaba. Miguel se empezó a preocupar; su amigo generalmente era mucho más extrovertido. Pero en aquel momento parecía que acabase de venir de un funeral.

—¡Eh! ¿Hola? Tierra llamando a Dani —empezó a decir, intentando que le hiciera caso, pero no acertaba—. Bueno, en vista de que no tienes ganas de hablar, voy abajo a por un Colacao caliente. Si te ha comido la lengua el gato, procura que te crezca antes de que vuelva.

Cumplió lo prometido y regresó cinco minutos después con una taza humeante de Los Increíbles que olía muy bien. Dani había cambiado de postura; se había tumbado de lado sobre la cama, aunque seguía arrebujado en la manta.

—¿Y bien?

Miguel le tendió el vaso que acababa de preparar. Dani lo cogió y bebió un trago.

—Gracias —le dijo—. Ha pasado algo muy raro en mi casa.

—Define "raro".

Miguel se cruzó de brazos, listo para oír una larga historia, pero no fue así.

—Se han puesto todos a gritar.

—¿A gritar? ¿Por qué?

—Mi madre. Se ha encontrado a mi hermana abajo en el sótano y se ha puesto a gritarle y a pegarle. Luego ha llegado mi padre también.

—¿Qué dices? ¿Por qué? —inquirió Miguel, preocupado. Conocía a la hermana de Dani, lo suficiente para saber que era un par de años mayor que él y que tenían muy buena relación.

El otro volvió a beber un trago de Colacao. Le costaba encontrar las palabras.

—No lo sé —dijo—. Había otra chica en el garaje, no la conozco. Se ha armado una buena. Mi hermana estaba gritando también. Estaban discutiendo. Me he agobiado y he salido corriendo, no sabía adónde ir.

A Miguel le extrañó la forma tan desordenada en que Dani le explicaba las cosas. ¿Realmente no sabía lo que había pasado, o no quería decírselo? En cualquier caso, no era momento de ponerlo más nervioso.

—Está bien, tranquilo. —Se sentó junto a él en la cama—. ¿Por qué no llamas a casa y dices que te quedas aquí a dormir?

—¿No te importa? Me han llamado como siete veces desde que me fui, pero no he querido cogerlo.

—Claro que no, bobo. Pero creo que deberías llamarles. Si no, se van a enfadar.

Miguel era consciente de lo protectores que eran los padres de Dani, al contrario que los suyos propios. Seguramente estarían preocupados. Y si no los llamaba pronto, la cosa podía ponerse mucho peor.

Dani llamó a su padre y mantuvieron una conversación bastante breve.

—Hola, ¿te importa que me quede a dormir con Miguel? —Pausa—. Un amigo de clase. No, le da igual. Estoy bien, estoy en su casa. —Nueva pausa—. Vale, adiós.

—¿No te han puesto pegas? —comentó Miguel, tan sorprendido como contento.

—No. Es muy raro.

—Bueno, no le des más vueltas. Seguro que mañana todo ha vuelto a la normalidad. —Miguel sacó otra manta y se la echó encima—. Bueno, ¿compartimos Colacao? No pensarías que ibas a bebértelo entero, ¿no?

Dani se rio, una buena señal, y le pasó el tazón de Los Increíbles para que bebiera.

Era la primera vez que dormían juntos. Dani estaba un poco confuso; todavía no se había hecho a la idea de que el rarito de la clase se hubiera convertido en su amigo, pero la verdad es que, cuando se encontró en esa situación, fue en Miguel en el primero en el que pensó para que le ayudara. Las cosas que hacemos de manera inconsciente son como los sueños: pueden reflejar miedos... o también deseos.

Mientras tanto, Miguel se tomaba las cosas de otra manera. Le alegraba que el chico hubiese confiado en él al haberse encontrado en apuros. Pero a la vez se sentía culpable, porque estaba contento. Demasiado contento. No lo entendía, ¿por qué? Dani estaba mal, había ido a pedirle ayuda y él, como buen amigo, se la había dado. Pero ¿por qué se alegraba tanto de que estuvieran juntos? Esa sensación de bienestar casi superaba a la preocupación por lo que acababa de pasar con la familia de Dani.

Darse cuenta de lo que ocurría fue casi tan difícil como la primera vez. La diferencia era que, ahora, Miguel era más maduro. Sabía lo que podía pasar si le contaba la verdad a su amigo. Y no quería volver a repetir la horrible experiencia que tuvo con Sergio.

Aun así, a veces el corazón se sobrepone al cerebro y logra sacar algunas emociones buenas de entre el temor. Y eso fue lo que pasó. Fue como si los lunares que Miguel tenía en su espalda empezaran a unirse mediante líneas invisibles. Líneas como la que dibujaban su sonrisa, cuando se quedó dormido aquella noche.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin