19. ¿Te apetece romper un par de platos?

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Dio un salto hacia atrás y se cayó de culo fuera de la caseta.

-¡Aaaaaaaaaaaaarg! -gritó.

Si hay algo a lo que Dani realmente tenga aversión es a las cucarachas. Miguel se tiró al suelo imitándolo y partiéndose de risa.

-Solo era una cucaracha -dijo. Se le saltaban las lágrimas.

-No tiene gracia.

Miguel cogió el móvil de Dani del bolsillo de este, ya que él nunca lo llevaba encima, y encendió la linterna. Se adentró en la caseta un segundo y regresó con una caja.

-Decías que te gustan los animales, ¿no?

-Mientras no sean bichos... -masculló Dani.

Miguel destapó la caja. En su interior había un pequeño pájaro rodeado de comida y necesidades, todo a la vez, que olía bastante mal.

-Empecemos la lección de hoy. Este gorrioncillo está aquí porque se le ha roto el ala.

Dani se acercó para verlo mejor. El animal intentaba huir, pero apenas conseguía mover una de las dos alas, y eso no era suficiente para salir volando.

-¿Lo estás cuidando?

-Más o menos. Me lo encontré tirado en el suelo del bosque y lo guardé aquí. Para darle de comer cogí trigo del granero.

-¿Te refieres al granero que está en las afueras?

-Sí, ¿no sabes que se puede entrar?

La verdad es que Dani nunca había pensado en entrar a robar trigo a un granero, así que no, no se lo había planteado.

-Eres muy raro. -La verdad es que aún estaba recuperándose del susto con la cucaracha.

-¿Por colarme sin permiso expreso en una nave industrial? Vamos, eso no es lo peor que he hecho. Y seguro que tú tampoco.

-¿Yo? La verdad es que no me he metido en muchos líos...

-Lo sé, era broma. Se te ve que eres un buenazo.

Nuevamente se sonrojó. Él no era ningún buenazo. Era un niño normal y corriente. ¿O quizá era un chico aburrido?

Miguel pareció notar que lo había hecho sentir incómodo, así que cambió de tema.

-¿Te apetece venir a romper un par de platos?

Sonreía de una manera muy pícara. A veces era imposible saber en qué estaba pensando.

-¿Qué quieres decir?

-Acompáñame y verás.

Y por alguna razón, accedió. Tal vez fuera el hecho de que estaban a un par de kilómetros del pueblo, o que no había cobertura. O quizá es porque tenía curiosidad por saber lo que este chico tan extraño quería enseñarle. Fuera como fuese, Miguel se levantó y, cuando le ofreció la mano a Dani para que se incorporara también, él se la dio.

Aquel fue el comienzo de una gran amistad. Aunque, para qué mentir, esas manos no se entrelazaron tanto como habrían querido.

Puente. Febrero. Demasiado tarde.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora