NO EXISTEN MENTIRAS SIN VERDADES 1.2

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A Tomás le costó levantarse. No jugaría ese partido, no estaba emocionado. Lo único atrayente del día era Mirko, y debería disimular.

—Mové el orto —lo apuró Mateo.

Salió de la cama arrastrando los pies. Se vistió con parsimonia, sus compañeros se rindieron y bajaron a desayunar sin él.

Mirko: buen día (emoticón corazón)

Sonrió. Se tiró, vestido, sobre la cama sin hacer.

Tomás: buen día, MI AMOR (emoticón corazón)

Mirko: bajás?

Tomás: subís? ;)

Tomás: ahí bajo... jeje

Agarró la camiseta limpia, sin muchas ganas, y se la puso sobre la remera. En el comedor del hotel, Mirko hablaba con Erika. Tomás no sintió celos. Después de lo compartido, sabía que no miraría a nadie más como a él.

Buscó un café con leche, un jugo, y se sentó junto a Mateo. Un cruce de miradas tímidas y cómplices se dio entre Mirko y él.

Mirko: hermoso!

Tomás: en Ushuaia desayunaríamos siempre juntos, pensalo.

Mirko: (corazón)

—Se apuran —ordenó Britos de mal humor—, que tenemos que dar todo hoy contra Olavarría.

—¿Dar todo? —murmuró Mateo, enojado—. Dar todo implicaría jugar con Tomás.

Lautaro puso cara de perro. Simón y Bautista se unieron a la charla. Entre lo que Mirko les había dicho de la pelea con el profesor, y la versión de Tomás, armaron su propia historia. Conjeturaban, inventaban escenarios y se indignaban de sus propias fantasías. Lo cierto era que Méndez no jugaría, y que la voz se había corrido.

Leandro Migliaso lo miró de reojo y se sintió fatal. En el polideportivo Islas Malvinas no se pudo callar.

—Ale —lo llamó a parte. Se llevaban bien con el profesor de gimnasia, para Leandro era un tipo piola, uno de esos docentes que entendían la mente adolescente y con quien se podía hablar de igual a igual. Lo mismo que lo hacía accesible para algunos, le quitaba autoridad frente a otros, como Vasylchenko—. Ponga a Méndez —pidió—, no sé qué pasó anoche, los chicos dicen que discutieron, pero lo arreglan a la vuelta.

—No, Migliaso. Andá, hoy sos el capitán y tenés que dar todo de vos. Confío plenamente. —Le palmeó la espalda.

Leandro no quedó satisfecho, no le gustaba nada la situación. No se trataba solo de que deseaba ganar con todo el corazón, sino que odiaba comer los restos de Tomás. Bianca era uno de ellos, se acostaba con ella cuando Méndez la esquivaba, y ahora esto. Su capitanía y la posibilidad de ser el mejor de la cancha dependía de la ausencia de Méndez.

En lugar de mirarlo a él, dirigió los ojos hacia Mirko. El Ruso se la había cantado por demás de clara: envidiaba a alguien que consideraba inferior. ¿Dónde lo dejaba eso?

Cuando los chicos de Olavarría vieron que Tomás Méndez quedaba en el banco, sonrieron. Conjeturaron, erróneamente, que estaba lesionado. No podían contemplar otro escenario en el cual el mejor jugador de la cancha no participara.

—¿Estás bien? —le preguntó Mirko a Tomás cuando el equipo entró a la cancha sin él.

—Sí. —Le sonrió—. Mejor imposible.

—Sé que querías jugar...

—Así como a vos no te importan las amonestaciones, a mí no me importa esto. Valió la pena —le confesó.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora