MIL MANERAS DE DECIR TE AMO 1.3

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El aroma a café y pan tostado invadió sus sueños. Abrió los ojos y se sintió desorientado. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba, aunque le costó deducir la hora o el día. Buscó el celular, pero la mano golpeó el aire. Ahí no había ninguna mesa de luz.

Del otro lado. Se giró y gimió de placer cuando la espalda tocó el colchón.

—Es la cama más cómoda del mundo —dijo, y la voz le raspó la garganta. Tenía sed. Mucha sed. El celular estaba en rojo, cinco por ciento de batería. Le alcanzó para leer la hora: seis y cuarto de la mañana. ¿Cuánto había dormido? Unas diez horas o más.

Se desperezó, tenía los músculos agarrotados, pero se sentía liviano. No recordaba haber dormido tan bien en mucho tiempo. El olor a café volvió a llegarle y le hizo rugir la panza. Aspiró una bocanada que le llegó junto con otro perfume, el de las sábanas, el de Mirko.

Se lanzó de nuevo contra el colchón, pero esta vez, bocabajo. Hundió la nariz y le llegó una vaga imagen de un sueño que había tenido. Delirante, como todo lo que soñaba. Mirko lo abrazaba en el salón y él le decía: «nos van a ver», a lo que su amigo le contestaba: «no, hasta que no suene el timbre nadie nos ve». En su mente eso había tenido sentido, por lo que se había dejado envolver por los brazos del Ruso y aspirado la fragancia que emanaba del cuello. Ahora entendía que no había existido abrazo, sino aquella cama cómoda. Y el cuello era una almohada. Pero nada le quitaba la felicidad del sueño.

El estómago volvió a gruñir.

—¿Habrá alguien despierto a esta hora? —preguntó en voz baja. No se escuchaba ruido alguno, el único indicio de vida era el olor a desayuno que lo estaba matando.

Se puso de pie. La ropa, limpia y planchada, estaba doblada sobre el puf. Se vistió y acomodó la muda que le había prestado Mirko. También tendió la cama. Divisó un cargador sobre el escritorio y enchufó el celular.

Su madre no le había escrito. De hecho, más que un par de mensajes en los grupos de los pibes —probablemente videos pornos y chistes malos—, nadie más lo había contactado. Por primera vez, eso le dolió.

Conocía la diferencia, ahí radicaba el problema. Las personas no veían que no tenían una buena vida porque no podían comparar. Si siempre vivieron en la pobreza, rodeados de violencia, con carencias de todo tipo ¿cómo iban a saber que había algo mejor?

Tomás había saboreado la preocupación, el cariño, el amor de Mirko. Todo lo demás le resultaba poco y desabrido.

Quería eso, una persona que lo llamara cuando faltaba a la escuela, que lo reprendiera si hacía las cosas mal, que lo cuidara cuando enfermaba. Y quería dar lo mismo. Comenzaba a comprender a su abuela, solo que sentía que ella entregaba demasiado sin recibir; eso era injusticia, no amor. Amor era Mirko.

«¿Qué mierda voy a hacer ahora?», pensó desesperado. Llevaba años de evasivas, era un genio en eso de hacerse el boludo. Cuando Bianca, Natasha o Camila se le tiraban, las gambeteaba como el Diego del '86. Podía ligarse un par de cargadas por dormido, por no darse cuenta de cuán entregadas estaban las chicas, pero nadie sospechaba de su homosexualidad.

En cambio, no quería esquivar a Mirko; quería tirarse de cabeza. Y lo peor era que su amigo ya le había demostrado que estaba más que dispuesto a recibirlo.

—¡Casi se lo digo! —rememoró. Su mente estaba difusa, los días sin dormir se sentían como una gran borrachera, con lapsos oscuros y vacíos. Y al igual que cuando bebía de más, cada vez que una imagen de lo sucedido volvía, se quería matar.

Miró el brazo vendado para asegurarse de que había pasado. Mirko le había dicho que quería que hablaran, no había usado esas palabras, pero casi. «Me muero de ganas de decirte muchas cosas, y de escucharte decir muchas más».

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Where stories live. Discover now