Me hice una coleta alta y terminé de recoger de la cocina. Eran las cinco de la tarde y me había tirado todo el día haciendo la vaga, lo único que había hecho era la cama. Carter estaba trabajando, como de costumbre, y Sara estaba con Ryan, como de costumbre.
Cogí un par de revistas y comencé a leerlas, iba a leer una entrevista de Katy Perry cuando el timbre sonó.
Chasqueé la lengua, que manera de interrumpirme.
-¿Que haces aquí? –fruncí el ceño.
-Nada. –se encogió de hombros-. Me aburría simplemente y he venido a verte. ¿Como estás? –dijo, como si nada, acomodándose en el sofá-. ¿Y tú novio? ¿No está por aquí? ¿Ya te has aburrido de él? No me extraña rubia, lo mismo que tiene de feo lo tiene de muermo.
Abrí la boca ante la cantidad de palabras que acaba de decir y le tiré un cojín.
-El único muermo aquí eres tú. –ataqué, intentado no reírme.
Él sonrió de oreja a oreja. Cogió mi mano bruscamente y tiró de ella hasta que caí encima suya.
-Me parece increíble que me digas eso, tu siempre te diviertes conmigo. –dijo.
-Mentira, siempre me sacas de mis casillas.
-Y eso te divierte, no lo niegues. –sonrió.
Rodé los ojos.
-Quizás a veces.
-Lo sabía. –sonrió arrogante.
Para que mentirme a mí misma, me encantaba que estuviera aquí y, más con esa actitud, me distraía y me lo pasaba bien. Era lo que necesitaba, nada de dramas ni discusiones. Después de la confesión de la otra noche, cuando dijo que me quería igual o más que antes, todo en mí estaba descontrolado, el enfado y la ira que tenía contra él se había ido y solo podía sonreír al acordarme de él.
Nos quedamos mirando fijamente, con sonrisas divertidas.
-¿Que estabas leyendo? –preguntó, quitándome la revista.
-Nada, trae. –la alzó, para que no pudiera cogerla.
-No, no. –se rió.
-¡Que me la des! –le dije entre risas.
Me incliné hacía la mesa para intentar quitársela, pero con lo torpe que fui, solo conseguí echarme el café, que me había sobrado esta mañana, encima.
-¡Por tu culpa! ¡Si es que eres tonto! –él estaba literalmente tirado en el suelo, riéndose.
Intentaba hablar pero no paraba de reírse. Le pegué en todos los sitios que pillé, el brazo, el abdomen, el hombro...
Agarró mis manos.
-Ey, ey, ya. Que me estas haciendo daño. –seguía riéndose-. ¿Que culpa tengo yo de que seas una torpe?
-¡Tú me quitaste la revista! –espeté-. Voy a cambiarme.
-Sí, vamos.
Le miré, con cara de asesina.
-He dicho voy, singular, yo, sola. –expliqué-. No necesito ayuda para cambiarme.
-Nadie ha dicho ayuda, pero tal vez espectadores. –guiñó un ojo.
Corrí a mi habitación y intenté cerra la puerta, pero él ya estaba tras ella. Hizo fuerza y se escabulló de mí, tirándose en mi cama.
-Bieber, sal fuera, ya. –le advertí.
