Narra Justin.
-¿Qué que has hecho? –me gritó-. ¡Se ha ido por tu culpa!
Sonreí con arrogancia.
-Genial, lo estaba deseando. –dije, como si nada.
-Dime que le has dicho para que se vaya. –exigió, enfadada
-¿Nadie te ha dicho nunca lo guapa que estás cuando te enfadas? –le sonreí.
Ella intentó hacerse la dura, pero sus mejillas la delataron.
Golpeó mi pecho.
-Quieres decirme que le has dicho para que se vaya. –exigió.
-Rubia, me ofendes. ¿Que le voy a decir yo, si soy un angelito? –sonreí de lado.
-Eres un imbécil. –se giró-. Me voy a buscarlo.
Me reí.
-Yo de ti no intentaría salir, he dado ordenes a mis guardaespaldas para que no te dejen.
Ella se giró, hecha una furia.
Vino a paso firme hacía mí.
-¿Pero que te crees? ¿Que narices te crees? ¡No soy nada tuyo! ¡No me puedes retener aquí! Así que... –la corté agarrándola bruscamente de la cintura.
-Sí, sí eres mía.
Golpeó mi pecho.
-No, ¡Y suéltame ya! ¡No te soporto!
-Mientes, realmente te encanto.
-No.
-Mentirosa.
-Gilipollas.
-Te encanto.
-No.
-Mentirosa. –la apreté más contra mi.
-¿¡Quieres soltarme!?
-¿Es una pregunta? Porque no, no quiero soltarte.
-Me da igual lo que quieras, ¡Suéltame, ya! –exigió-. Has hecho que se vaya, lo estábamos pasando bien todos. Eres un imbécil, estabas haciendo lo posible para molestarle y eso es tan patético. Eres... eres un crío. Él, él es...
Me enfadó, mucho.
Narra Melissa.
Se había enfadado, su rostro estaba tenso. Y volvió a sostenerme fuerte junto a él.
-¿Él que es, a ver? –espetó, sin separarme ni un milímetro de su cuerpo-. ¿Él es mejor que yo? ¿Te hace sentir lo que sentías conmigo, eh? ¿De verdad sientes lo mismo con él, que sentías conmigo cuando yo te besaba? –agarró mis brazos ahora-. ¿De verdad? Dímelo Melissa... –me preguntó. Hasta que se dio cuenta, poco a poco, de la distancia que nos separaba, que era escasa. Sus ojos viajaron a mis labios, casi rozándolos-. Dímelo... –musito, haciendo chocar su aliento en mis labios.
Mi corazón se disparó como nunca. Respiraba entrecortadamente. Él tenía razón: nunca, nadie, me había hecho sentir como él, nadie me había tratado como él, y nadie, jamás, me había besado como él.
Mis pensamientos se nublaron cuando sus labios rozaron los míos, trasmitiendo rayos de electricidad por todo mi cuerpo. Ya no había distancia que nos separará. Aunque hace unos meses estuviésemos más lejos que nunca, distanciados hasta de los sentimientos que teníamos el uno por el otro, ahora estábamos aquí, juntos. Sentí sus labios presionar los míos. Ya había caído, ahora no había forma de echarme hacía atrás, tampoco quería. Sentí que mi cuerpo racionaba después de tanto tiempo, me sentí tan bien que hasta daba miedo. Casi había olvidado lo que se sentía cuando nos besabamos. Y, maldita sea, se sentía tan jodidamente bien. Moví, sin poder evitarlo, mis labios junto a los suyos. Dando paso a un beso ansiado y apasionado que los dos deseábamos. Mis manos se dirigieron a su cuello, acariciándolo suavemente, y escuché un gemido ahogado de su garganta. Una de sus manos se enredó entre mi pelo, cerca de mi nuca. Y la otra sostenía mi mejilla, sin querer que me alejara de él ni un milímetro. Sus húmedos labios chocaban con los míos, mordió suavemente mi labio inferior, cuando solté un pequeño suspiro. Volvió a chocar sus labios con los míos con muchas más pasión, permitiendo a nuestras lenguas enredarse y disfrutar después de tanto tiempo. Acaricié su nuca rozando su pelo. Necesitaba esto tanto, necesitaba sentirle así. Nos separamos lentamente, con las respiraciones muy alteradas, mientras nuestros labios todavía se rozaban.
