𝚂 𝙲 𝙴 𝙽 𝙴 𝚁 𝚈

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DAEGU, COREA DEL SUR.
Muchos años después.


Era mi primer viaje a Corea del Sur pero algunos detalles me parecían demasiado familiares. Una parte de mí seguía preguntándose si había sido buena idea elegir recorrer Daegu en lugar de seguir a mi hermana y  a su novio en su tour por Busan. Pero por alguna razón mi corazón se agitaba desmesuradamente mientras caminaba por sus calles, haciéndome creer que había tomado la decisión correcta. El pequeño mercado, la gente, su comida. . ., aquella cálida sensación de volver en el tiempo. Como si alguna vez hubiera estado aquí. 

Supuse que se debía a lo que mi amigo solía contarme, a Seokwon solían brillarle los ojos cada que me hablaba de su país. Me describía a la perfección lo deliciosa que era la comida, sobre todo comer tteokbokki en un puesto callejero. Reí recordando aquello mientras expulsaba aire caliente de mi boca en un intento por no quemarme y ahogarme con los picantes pastelitos de arroz. Él tenía razón, eran deliciosos. 

Seokwon se había convertido en un buen amigo y compañero. Después de todo, convivir todos los días por largos meses de terapia nos había llevado a desarrollar un lazo muy fuerte. Habíamos llegado a la clínica casi a la par. Él me aventajaba por dos meses, por lo cual siempre solía ponerme al tanto de todo lo que sucedería después. Gracias a él había logrado controlar mis nervios y habían disminuido muchos de mis temores. Bromeábamos, aguantábamos nuestros cambios de humor, compartíamos nuestros sueños y llorábamos juntos —mucho—. Su buen humor, su peculiar risa —que me recordaba al rechinar de una ventana cuando se limpiaba—, y sus tips hacían que la peor etapa en mi vida no se sintiera tan densa aún cuando ambos llevábamos dentro el mismo miedo latente.

La vida nos había hecho coincidir en el área de quimioterapias y nosotros nos habíamos hecho cargo del resto. Su chispa alegre. Su buen sentido del humor. La alegría y la nostalgia con la que me hablaba de Corea del Sur —su ciudad natal— había inyectado en mí unas tremendas ganas de vivir, de aferrarme. 

Contrariamente a mi actitud cuando recién había recibido la noticia de mi enfermedad, ahora quería luchar y sobrevivir para ver con mis propios ojos todo lo que sus labios contaban. Y aquí estaba, dos años después, con el deseo de conocer cada rincón de su país. Disfrutando de todas esas maravillas que Seokwon alguna vez me había contado. 

Era una lástima que mi amigo hubiera partido antes —por desgracia, su cáncer era más agresivo y avanzaba con rapidez—, habría disfrutado muchísimo de su compañía. 

Una lágrima resbaló por mi mejilla y logré limpiarla rápido con mi mano —no quería miradas extrañas de la gente que caminaba a mi alrededor—. Me compuse un poco y seguí caminando hasta llegar a la parada de autobús que marcaba mi mapa. Hacía tiempo había visto unas fotos en internet, el paisaje era precioso y no quería irme de Daegu sin haber visitado aquel lugar. Sin saber muy bien qué hacer, me subí al autobús que prometía llevarme hasta Seongdang-dong y, aunque estaba nerviosa, agradecía que Seokwon me hubiera enseñado lo suficiente como para preguntar y pedir referencias si el plan "A" no funcionaba. 

Todos los asientos estaban ocupados, así que no me quedó más que tomarme del barandal más cercano e intentar equilibrarme. Con mis ojos puestos en mi celular, tratando de no distraerme, seguía con la mirada el movimiento del icono del autobús en el mapa,  debía bajar en cuatro cuadras más. Guardé mi teléfono y conté en mi mente, atenta.

Bajé del autobús y caminé a la redonda intentando ubicarme. Pero, aunque el mapa me indicaba que aquel era el lugar, cuando miré  alrededor me pareció que debía haber un error. 

—¿Está todo bien? —alguien preguntó. Levanté la vista de inmediato—. Pareces perdida. 

—Eh, sí, un poco —contesté en su idioma y le vi sonreír sorprendido por aquello. 


YOUR SIDE OF THE BED |KTH✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora