𝚌𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕

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Estaba nerviosa pero no tenía miedo. 

Podía escuchar el eco de mis latidos retumbar en mi cabeza, mientras decidida, mis pies subían uno a uno cada escalón. En un intento por asentar un poco las ideas que se abalanzaban sobre mí de forma violenta, había optado por subir las escaleras en vez de usar el ascensor. La azotea del edificio aguardaba junto a la densa neblina y la oscuridad que caía llevándose el día. . ., y mis límites. . . Y mis miedos. Porque de una cosa estaba segura, y eso era que mientras caminaba hacia aquel umbral, la rabia que bombeaba dentro de mí despertaba cada vez más el hambre. Sí. No pude mentirme más; supe en ese momento que lo que yo realmente anhelaba no era justicia, sino venganza.  

Quería provocar sufrimiento. Mucho más del que Tae había experimentado en sus últimos momentos. Más de aquel dolor que nos tenía presos desde entonces. La angustia, los sollozos amargos. . ., la desgarradora nostalgia de un lugar vacío al otro lado de la cama.  

Suspiré en un intento fallido de dar un respiro a mi mente, el sentimiento ya estaba comiéndome desde las entrañas. Pues aunque mi intención inicial era obtener una confesión —respuestas para mí y una prueba ante la ley—, no podía negar que algo dentro de mí necesitaba ser liberado. La furia y desesperación, la necesidad por desquitar la injusticia que se había cometido. Estaba tan molesta que podía sentir la sangre hirviendo correr por todo mi cuerpo al ritmo de la palpitación que taladraba mi cabeza. Era una presión enorme. 

Porque sabía que aunque obtuviéramos la confesión, una razón sólida que respaldara nuestra lucha más allá de una "simple acusación" —pues estaba segura de que el testimonio de Yongsun no sería suficiente—, la familia de Seokjin tenía el poder para silenciarnos a todos —tal como habían hecho con la familia de Yongsun—, y tanto dinero como para que el juez y la corte estuvieran siempre a su favor. Aquí y del otro lado del mundo, lastimosamente la justicia seguía siendo un privilegio sólo apto para los poderosos.

Era claro para mí que terminarían saliéndose con la suya —como siempre—, pero yo no estaba dispuesta a permitirlo. También tenía claro que al menos agotaría todas mis posibilidades. 

Con eso en mente después del mensaje de Yoongi, me había asomado fugazmente por la oficina de Seokjin y lo había citado en la terraza del edificio apenas un momento atrás. La mayoría de los trabajadores se irían en poco menos de cinco minutos, así que podríamos estar completamente solos. 

Miré alrededor, mi única compañía eran mis desordenados pensamientos y los materiales de la remodelación esparcidos alrededor —que representaban irónicamente el mismo caos que había en mi cabeza—. Caminé con cuidado evitando pisarlos, con la intención de llegar al borde para asomarme un poco. Desde la orilla, observé los autos que iban y venían mientras la gente caminaba por la calle. Cabezas gachas, miradas perdidas, sonrisas tensas. Todos con la cabeza en su propio mundo. Me pregunté qué pasaba por sus mentes en aquel momento y suspiré imaginando qué sucedería si nuestros pensamientos fueran un cuadro expuesto sin filtros ante los ojos de los demás. Estaba segura de que todos estábamos llenos de sorpresas. 

Empezando conmigo, aguardando en la azotea de un edificio con el corazón en la mano y dispuesta a cualquier cosa. 

Después de activar la grabadora de voz en mi móvil y esconderlo, miré mis manos temblorosas y volví a llevarlas a los bolsillos de mi chaqueta solo para corroborar que lo llevaba conmigo. Era consciente de mi estúpido plan al intentar confrontar a Seokjin, y sabía que mi ridículo gas pimienta tamaño llavero no era nada comparado al hecho de que él me doblaba en tamaño y fuerza.  Y aunque me inspiraba un poco más de agallas, el sentido de alerta en mi interior no estaba tan convencido de ello, pues me suplicaba dar la vuelta antes de encontrarme en aquel temido punto sin retorno. 

YOUR SIDE OF THE BED |KTH✔️Where stories live. Discover now