𝚌𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚍𝚒𝚎𝚌𝚒𝚗𝚞𝚎𝚟𝚎

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Anochecía mientras continuaba caminando sin rumbo fijo por las calles de Seúl. Mi maquillaje se había corrido, mis ojos estaban hinchados. Quería encontrar un lugar donde descansar, pero no un descanso físico sino del alma. Ahora más que nunca anhelaba los brazos de Tae, extrañaba cómo era el mundo cuando él aún estaba aquí. Esa paz que había perdido desde que él se había ido.

Mis pies estaban cansados e hinchados, me quité los zapatos. Me estaban matando desde hacía horas. Caminé descalza hasta llegar al río Han. Me acerqué a la orilla y pude sentir el pasto entre los dedos de mis pies. Esa sensación le trajo un confort momentáneo a mis cansados pies mientras yo seguía buscando confort para mi corazón.

Me senté y tomé mi móvil, lo había apagado horas atrás.

Comenzaron a llegar un sinfín de textos y mensajes de voz, era Seokjin, parecía muy preocupado por mi repentina desaparición.


NAT_20:05

No te preocupes, estoy bien.

Te veo mañana.


Le escribí un mensaje. Tampoco era mi intención asustarlo. Sentada en el pasto, esperé una respuesta pero no recibí una de vuelta.

Crucé los brazos y los recargué en mis rodillas flexionadas. El aire fresco llenaba mis pulmones y la tranquilidad de la noche reflejada en el río comenzaban a ofrecerme la paz que buscaba.

Observé mi celular en mi mano. Desde que Tae había muerto no había tenido la valentía para abrir mi galería de fotografías —sabía que lo que encontraría allí me traería de vuelta muchísimos recuerdos—, pero tampoco era lo suficientemente fuerte como para decidirme a borrarlas. Al final —además de mis recuerdos—, era lo único que me quedaba suyo. La única prueba de que lo nuestro alguna vez había sido.

Entonces ahí, entre la silenciosa oscuridad y el brillo de la luna, me atreví a hacerlo.

Seleccioné la carpeta de imágenes con mi dedo tembloroso. Estaba lleno de fotos suyas. Todas las que se tomaba a hurtadillas cada que mi móvil estaba a su alcance y las que yo le tomaba desprevenido. Los paseos improvisados, los viajes en carretera. Había una de ambos tirados en el pasto a lado del lago. Las ramas no alcanzaban a taparle el sol y tenía una graciosa expresión mientras yo reía. Fue imposible no revivir aquellos momentos. 

El corazón se me hinchó de amor. ¡Cuánta falta me hacía!

Me descubrí sonriendo mientras admiraba cada fotografía. Es que no podía simplemente deshacerme de él, de su presencia tatuada en mi alma. No quería.

Recordé cómo solía aferrarme a él durante los sueños. Durante el primer año mi escape había sido dormir la mayor parte del día, sólo de esa forma podía mentirme a mí misma. Entonces, me obligaron a dejar los somníferos.

Pasaba largos ratos preguntándome qué habría sido de nosotros si él no se hubiera ido. ¿Cómo habríamos celebrado nuestro primer aniversario de bodas? ¿Tendríamos ya algún pequeño con mis ojos y su sonrisa? Lo nervioso que se habría puesto al hablar con mi padre. 

Las risas llenando nuestro hogar, los bailes con Sinatra de fondo y el olor del estofado en el horno. Chuseok con la familia en Daegu. Taehyung leyendo con una enorme sonrisa en su rostro el primer ejemplar con mi nombre en grandes letras amarillas en la portada.

Volví a llorar.

Ver aquellas fotografías y clips después de tres años me hicieron sentir culpable. Había olvidado el lunar en la punta de su nariz, el sonido de su voz tarareando canciones que inventaba cada mañana, la forma en que su cabello se alborotaba y su carita se hinchaba después de las siestas.

YOUR SIDE OF THE BED |KTH✔️Where stories live. Discover now