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¡Despierta¡ ¡Respira¡ ¡Abre los ojos¡ eran las frases que sonaban en mi mente, que pedían a gritos. La máquina dejo de hacer ese sonido tan particular, tan fastidioso para mis entrañas. La máquina dejo de sonar, como si hubiese escuchado mis suplicas pero de la peor forma. Sentía un hueco enorme en el estómago, un vacío con el cual no llenaría.

-¡¡Carga a doscientos!!- eran las voces que hablaban.

Una y otra vez, mientras un flácido y vulnerable cuerpo pedía a gritos seguir viviendo. Todo el mundo se movía, yo estaba estática en una esquina del cuarto del hospital con la mente en blanco. Llorando por una vida a la cual su tiempo en la tierra había terminado.

-¡¡Carga a trescientos!!- aumentaba cada vez.

Mi tranquilidad se derrumbó, cuando ya no hicieron nada. Por unos segundos me sentí, morir. Él había muerto. Instante para que una gran parte de mi vida se fuese con él.

Solo basto, para que aquel cuerpo, tomará un profundo respiro. Como si un alma se hubiese colocado dentro de él. Otra vez. El sonido de la particular máquina, resonaba. Rápidamente aquellos ojos azules fueron abiertos.

Algo ojerosos, pero con azul impaciente, un azul marino profundo me miraban. Soltando unas lágrimas de ese rostro. Yo tenía una gran chamarra de cuero, enorme. Perfecta para cubrir mi rostro y pensar: ¡Es un milagro!

Como bomba de estrellas estelares, como si todo hubiese fusionado para mi bien. Los milagros vienen acompañados de pequeñas luces de esperanzas para toda la jodida vida.

Los milagros existen, y al día de hoy lo comprobé. David abrió sus ojos.

Los doctores los revisaban a su manera, su operación iba sanando poco a poco. El trasplante era todo un éxito. Eso llenaba de felicidad mi alma.

-Señora Ferrazzano, su esposo se encuentra bien, solo hay que mantenerlo vigilado. Realmente señora, esto es un milagro.-

Lo único que hice fue abrazar al médico. Y darle las gracias, el también intervino, y eso fue de gran ayuda, una ayuda mutua.

De los días que estuvo en estancia la barba creció, mirándolo más maduro de lo normal. Aun no llegaba a los cuarenta, pero David seguía manteniéndose atractivo. Aún seguía estática. En pleno shock.

Solo lo observaba. Yo estaba desvelada, y tal vez más delgada, con unas ojeras, y el cabello despeinado, los labios hermosos. Parecía que leía mis pensamientos, sonrió y eso me deshizo por completo.

-Estas hermosa, tal y como recordé.-

Estiro su mano, indicándome que me acercará. Así lo hice, y jalo de mi brazo, mantenía su fuerza todavía. Hizo que me recostará, me abrazo, y quede a la altura de su corazón. Sus latidos eran hermosos, eran puros. Era unos latidos de paz, muy diferentes a los que una vez, llegue a escuchar. Mi débil voz seguía sin articular nada, suspiré. Era todo un ensueño. Debía avisar a todos.

-Debo avisar que os has despertado.- me levante, pero me retuvo.

-Tengamos un momento, nosotros.- suplico.

Asentí, tenía razón necesitábamos un momento. No decíamos nada, pero no era falta. Nuestros cuerpos reaccionaban el uno con el otro, y era suficiente. Los dos éramos suficientes para ambos.

-Mi pequeña, mi ángel...- acariciaba mi cabello, y yo me acorrucaba más en él.

Su voz era algo débil y ronca.

-Yo te acabo de ver morir, moriste unos instantes, para mi fueron eternos minutos. Creí que te perdía por segunda vez.- se agudizo mi voz.

-No te desharás de mi tan fácil preciosa.- me hizo un guiño.

El Pago de la Mafia Italiana.Where stories live. Discover now