-Este está rico, me lo acabaré –Dijo Miguel con seguridad. En serio no quería acabárselo, era terrible, un insulto para un chocolate artesanal mexicano, entendía si le ponía azúcar pero ¿miel? ¡¿A quién se le ocurría ponerle miel?! Sin embargo no quería hacer sentir mal a Honey, ella seguramente lo había hecho con cariño, seguro mientras lo hacía tarareaba una canción alegre imaginando que esa preparación haría feliz a su invitado, así que de un trago lo bebió todo ante la sorpresa de los presentes. Cuando lo terminó dejó la taza sobre la mesa y se relamió los labios -¡Listo! –Se sobó el estómago –estaba bueno. Ahora déjame hacer más. –Sin esperar respuesta fue hasta la estufa y se dispuso a prepararlo como se debía.

Pasaron su desayuno hablando de las travesuras de Miguel en Santa Cecilia, de su familia, en especial de Coco. Al mexicano le brillaban los ojos cuando mencionaba a su hermanita y cuánto le habría gustado traerla con él, pero siendo tan pequeña todavía necesitaba de sus papás, le apenaba que ellos no hubieran podido acompañarlo. Por otro lado, Honey y Hiro le contaron sobre cómo hicieron para entrar a esa universidad y su pasión por la ciencia, incluso, la rubia se animó a hablarle sobre escuelas de arte que él podría considerar para cuando terminara la secundaria.

La chica vio la hora en su reloj de pulso –Bien, ya es hora de irme –Después de lavarse los dientes tomo su bolso y una pila de papeles que descansaban sobre un escritorio –Gracias por ofrecerte a enseñarle a Miguel la ciudad –se dirigió al Hamada.

–Tú no te preocupes, yo te lo cuido –Respondió ganándose una sonrisa avergonzada. No era la primera vez que sus amigos se referían a Miguel como si fuera su hijo.

Miguel les miró extrañado con media dona de glaseado blanco en la boca, en ningún momento le habían informado que pasaría su día con Hiro, él tampoco había preguntado, pero intuyó que el par de científicos se irían juntos hasta la universidad.

–Bien, cualquier cosa me llamas, ¿sí? –Decía mientras se acercaba a la entrada –Miguel, pórtate bien, ok?

Ante el gruñido de Miguel y la risa de Hiro, la mamá postiza salió de casa y no fue hasta que Hiro vio que la joven se perdió de vista que cerró la puerta, colocó los seguros a ésta y se volvió hacia el menor.

Miguel le observó en silencio mientras masticaba con la boca cerrada su trozo de pan. Las miradas se cruzaron hasta que Rivera la apartó para tomar su taza con chocolate y darle un gran sorbo hasta terminarlo todo. Soltó un suspiro lleno de satisfacción.

–Ahm... –en un intento de romper el silencio habló el menor –Las donas están muy ricas, ¿las hace tu tía? –preguntó.

–Sí –Tomó asiento frente al otro y jugando con sus dedos sobre la mesa prosiguió en tono ausente –podríamos ir más tarde si quieres, seguro te gustará. –Hizo una pausa animándose a iniciar la conversación –Miguel, ¿puedes hablarme de Marco?

Miguel se tensó ante la pregunta repentina. Soltó un quejido bajo mientras perdía la mirada en lo que aún le quedaba de dona –Pues... tú lo conoces.

Hiro notó la tensión en el castaño, así entendió que debía proseguir con cuidado –Sí, he hablado con él un poco, pero me gustaría saber más. –Le observaba arrancar pequeños trozos de pan mientras se mordía el labio inferior –¿Cómo es que comparten el mismo cuerpo?

–Mmmh –Alzó la mirada poniendo en orden sus ideas –Yo lo dejé...

–¿Cómo que lo dejaste? ¿Él te lo pidió?

–Es que... –le miró –cuando lo conocí, él estaba triste y solo, me acerqué para platicar y sentí pena por él. Me contó que no le gustaba estar solo y que si podía venir conmigo. Le dije que sí.

El niño de la máscara de CatrínWhere stories live. Discover now