El Rivera se detuvo confundido en las escaleras. El olor a chocolate le había despertado y sintiendo ese aroma hogareño no dudo en saltar de la cama, calzarse unas sandalias y bajar en pijama. Su cabello revuelto y esos ojos adormilados le delataban. –¿Eh...? –Fue lo único que atinó a decir ante la sonrisa divertida de Hiro.

–¡Buenos días Miguel! Mira lo que trajo Hiro para nosotros! –Honey abrió la caja de Lucky Cat donde se mostraban seis donas de sabores distintos –¡¡Creí que vendría bien comerlas con el chocolate de Santa Cecilia!! –Dijo con voz cantarina –Ven, siéntate, ya casi está listo.

La rubia puso un sartén sobre el fuego, un poco de aceite y vació una mezcla de huevo con especias que estuvo removiendo para que no se quemara. Mientras tanto en otra hornilla ya se estaba derritiendo el chocolate -que la familia de Miguel le había mandado como detalle- en la leche hirviendo.

–¡Buenos días! –Dijo finalmente Miguel entusiasmado bajando los escalones faltantes y tomando asiento junto a Hiro.

–Sonrió la chica con pala en mano –Oh, esperaba ya haber terminado para cuando despertaras, me ganaste.

Sonrió alegremente –Es tu culpa, el olor me despertó –Olfateó y soltó un suspiro -¡Qué rico huele!

-¿El huevo o el chocolate? –Por supuesto que el olor que había atraído a Miguel era el del chocolate, olía a su hogar, a sus tradiciones y cultura, olía a su familia, a una mañana fría de calles neblinosas. Pero por educación dijo -¡Los dos! –haciendo que la sonrisa de Honey se ensanchara.

–¿Siempre despiertas de tan buen humor? –Preguntó Hamada quien no había dejado de escrutarle apenas hizo acto de presencia.

Miguel lo pensó unos segundos –A veces –Haciendo reír a la cocinera.

–Miguel siempre está de buen humor, nunca te he visto enojado, seguro ni sabes lo que es eso. –Bromeó Honey.

Hiro sólo pudo pensar en el temor que sintió cuando Miguel le rugió en el oído y lo seguro que estaba de que en cualquier momento el músico le saltaría encima con un puñal en la mano. Aunque estar viéndolo en esos momentos aquellos recuerdos parecieran sólo parte de un mal sueño.

–¿Necesitas ayuda? –Preguntó Rivera a su anfitriona.

-Mmmm... sí, ¿podrías tomar tres tazas de ahí arriba? –señaló la alacena y Miguel no tardó en acatar el pedido. Tuvo que usar una silla para alcanzar las tazas pues se encontraban en un sitio considerablemente alto para su estatura. Las colocó en la mesa y volvió a sentarse esperando sonriente.

Cuando Honey se volvió con el recipiente que contenía al chocolate sonrió emocionada. Esperaba haberlo preparado correctamente, se sentiría mal de decepcionar a Miguel, y más cuando éste ya estaba babeando.

-Oigan, antes de que lo prueben, imaginen que quedó terrible y le eché sal en lugar de azúcar, no quiero que se decepcionen. –Bromeaba mientras servía las tazas.

-Este chocolate no necesita azúcar, ya viene preparado –Dijo Miguel dejando inmóvil a Honey por segundos, viendo como el moreno se llevaba la taza a sus labios y probaba la bebida. Como en cámara lenta sus rasgos se contrajeron en un gesto de desagrado, cambiando rápidamente a una sonrisa forzada –Está... muy dulce.

Honey dejó caer su cabeza en derrota.

-¡Pero está rico! –Solucionó de manera apresurada.

–Sabe como a... -Hiro degustó el leve sabor que quedó en su lengua -¿miel?

-Está bien, denme eso –estiró el brazo para tomar la taza que seguía entre las manos de Miguel, pero el niño la alejó de su agarre al instante con una negativa –Prepararé otro, esta vez lo haré como es.

El niño de la máscara de CatrínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora