Capítulo Extra III: Ideales cruzados (I)

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El hambre y la miseria se disputaban el control de las calles de ciudad Aratel, la capital del reino de Crisol.

Lejos estaba la prosperidad de Lucerna.

Lejos también el orden institucional de Pillón.

Lejos la capacidad incansable de volver a pararse tras cada tropiezo de Catalsia.

De todas las naciones civilizadas del vasto continente de Dánnuca, Crisol era sin dudas la más pobre, la más débil y la que sufría de mayores problemas estructurales.

La monarquía que presidía el reino era antigua pero gris. Le faltaba certeza para gobernar y carisma para transmitir confianza a su pueblo. Y más grave que todo lo anterior, un germen de iniquidad había comenzado a gestarse en el interior del palacio real, y desde hacía ya algunos años recorría sus pasillos como una ola discreta.

La marejada era sospechosa pero cálida. Obnubilaba los sentidos y transmitía un dulzor que embelesaba los salones y los banquetes. Por eso los nobles reían. Por eso se seguía bailando y celebrando ahí adentro.

Ocurrió durante la fiesta de aniversario de la segunda de las tres hijas del rey Epífanes, soberano de Crisol. La música y la comida abundaban y el clima era jovial en la sala del trono. Sin embargo, sentados en una mesa alejada y ensombrecida, había dos primos que no sonreían. Pertenecían a una rama secundaria de la familia real. No eran candidatos a heredar la corona en algún futuro próximo, ni nunca lo serían. Los dos contemplaban al rey bailando el vals con la cumpleañera y pensamientos incómodos se agolpaban en sus cabezas.

—Míralos, cuánto se divierten —dijo de pronto Gallops, el mayor de los dos, un hombre fornido y de rasgos rudos. Si alguien se lo cruzara en el bosque, pensaría que era un leñador—. Como si los problemas no existieran.

—¿A qué problemas te refieres? —le preguntó Clay. Su mirada era inteligente. Había sido criado en la aristocracia y conocía muy bien el juego de las palabras sutiles y con múltiples sentidos. Todos los nobles jugaban a ese juego. Y Clay no iba a despachar una contestación comprometedora si antes no podaba ese arbusto de indirectas.

—Ya sabes, problemas por todos lados —acotó Gallops—. Hoy mismo, cuando me dirigía hacia aquí, vi a toda una familia tirada en la plaza de los héroes. Habían colgado un par de trapos entre las estatuas, como si fuera un campamento improvisado. Ellos ahí y nosotros aquí riendo y bailando.

Clay escudriñó a su primo con mayor detenimiento. Tenía los ojos verdes como esmeraldas. Serenos como esmeraldas. Impasibles como esmeraldas. Decidió entonces hacer una jugada peligrosa:

—No termina de quedarme claro si el problema es que la mencionada familia haya caído en desgracia, o que su presencia en la plaza de los héroes arruina la vista de un bello lugar.

Gallops giró para mirarlo con escándalo.

—¡Por Derinátovos, Clay! Por supuesto que el problema es la situación que está viviendo esa gente.

Una sensación muy particular recorrió el cuerpo del noble de los ojos verdes al oír a su primo corpulento. No dijo nada, pero dejó que Gallops continuara expresando su malestar.

—El reino está cada vez peor. Acabo de regresar de un viaje por los valles del sur. Los pobladores no tiene comida y siguen aguardando que nosotros hagamos algo para ayudarlos. No tienen idea de que aquí en el palacio solo se baila y se habla de estupideces.

—El rey reparte semillas en la celebración de primavera...

—¿Estás hablando en serio, Clay? ¿Has salido alguna vez de esta ciudad? ¿Sabes lo que hace la gente con esos sacos de legumbres? Las convierten en sopa, o en harina. No tienen tiempo para esperar que los granos se conviertan en una fuente de subsistencia a largo plazo.

Etérrano II: El Hijo de las SombrasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora