XII: Los ojos de la debilidad

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—Lara... Sigo pensando que esto no es una buena idea...

El hijo del señor Grippe miraba con desconfianza las lanzas afiladas de los guardias que los separaban de la multitud reunida en la plaza.

—Claro que es una buena idea, Markus. Deja de protestar.

La hija del señor Greyhall esperaba tranquila y con los brazos cruzados. Se encontraban en el puente de acceso al palacio real, esperando el permiso para poder ingresar. Habían dicho poseer información importante acerca del atentado de la noche anterior, pero aún necesitaban que algún allegado a la corona constatara que eran personas de confianza. Ese allegado era el gran maestro de la Academia de Magia.

—Además —prosiguió la muchacha— es nuestro deber como ciudadanos ofrecer nuestra colaboración a la reina y sus ministros. Estuvimos ahí. Vimos lo que ocurrió. Y por eso tenemos que informarle a Jessio.

—Pero, Lara... —insistió el chico de gafas con cautela—. No estamos seguros de que haya sido él...

La joven le dirigió una mirada fulminante. Su actitud había cambiado de la noche a la mañana. Otra vez los demonios internos de Lara, aquellos que habían permanecido dormidos durante meses, volvían a despertar. Y aunque ninguno de los dos había pronunciado el nombre de Winger, sabían que él era el nudo central en esta cuestión.

Markus miró hacia la plaza, más allá del griterío amuchado contra el puente del palacio. Los soldados habían apilado los cadáveres de los demonios en tres montículos. Solo habían transcurrido algunas horas, pero el olor a descomposición que despedían era intenso e invasivo. Al parecer, esas bestias prehistóricas no toleraban muy bien la luz del sol. El joven volvió a preguntarse por lo que había visto la noche anterior. Nueve lunas atrás, Markus había decidido creer en la inocencia de su amigo. Sin embargo, con los episodios recientes las dudas volvían a asaltarlo. Eso lo hacía sentir muy culpable pero, ¿qué podía hacer? El atacante en verdad se parecía mucho al chico de los campos del sur. De momento, y aún en contra de la voluntad de Lara, Markus había decidido no acusar a nadie. Lo cierto era que ellos no tenían ninguna certeza acerca de la identidad del misterioso encapuchado.

—¡Lara, Markus! —los llamó la voz de Jessio, quien descendía por las escalinatas del palacio con paso acelerado—. ¿Qué están haciendo aquí?

—Anoche vimos al atacante, maestro —se apresuró a responder Lara—. Ha sido Winger.

—¡Pero no estamos completamente seguros! —intervino enseguida Markus.

—¡¿Cómo que no lo estamos?! —se escandalizó la muchacha—. ¡Era él!

—Estaba muy oscuro, y además llevaba una capa negra...

—¡Oh, por favor!

—Lara, Markus —Jessio les llamó la atención y les puso las manos sobre los hombros. Se detuvo un momento a pensar antes de seguir hablando—. Si lo que dicen es cierto, entonces poseen información muy valiosa. Será mejor que me acompañen al interior del castillo. Sepan cuidar los modales y medir sus palabras, estarán frente a la reina.

Jessio dedicó un gesto aprobatorio al jefe de la guardia y este les abrió el paso. De inmediato cruzaron las puertas principales para encaminarse hacia la sala del trono.

—Espero que me apoyes en esto —susurró Lara con un tono amenazante.

Markus murmuró algo que tal vez podía ser un "sí", pero él mismo se debatía en ese momento acerca de lo que iba a decir.

Las pisadas de los tres retumbaban en el largo corredor central, que ahora estaba vacío. Jessio marchaba al frente, dándoles la espalda a sus discípulos, y se dio el gusto de esbozar una amplia sonrisa de triunfo. Ahora había testigos del ataque, conocidos de Winger, capaces de confirmar que la misma persona que había matado al rey volvía ahora a arremeter contra la reina. Bajo el peso de la evidencia, Pales no tendría más opción que ceder a la petición de Jessio de reforzar la búsqueda del prófugo, invirtiendo todos los recursos y esfuerzos que fuesen necesarios.

Etérrano II: El Hijo de las SombrasWhere stories live. Discover now