XXXIII: Ciudad Miseto

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Miseto, la capital de Lucerna, era la ciudad más grande de todo el continente de Dánnuca. Comparada con ella, Doovati parecía solo un poblado rural.

Sus avenidas eran amplias y de voluminosos adoquines lisos, preparadas para soportar el tránsito que día a día las atravesaba en ambas direcciones. Los edificios se erigían en bloques de viviendas recorridos por escalinatas que trepaban y se perdían entren puentes y arcos de piedra.

Si Winger se sintió inhibido cuando pisó por primera vez la capital de Catalsia, esta vez estaba completamente amedrentado. Y esa sensación no solo se debía a las dimensiones aplastantes de ciudad Miseto. El hecho de ir maniatado en un corcel y custodiado por una docena de soldados atraía las miradas de los habitantes de la capital, que no tardaron en reconocerlo.

—Es el asesino que aparece en los carteles —murmuró alguien.

—El que ha destruido las vías del tren —dijo otra persona.

—Es un demonio que controla a otros demonios —agregó un tercero.

Los rostros llenos de resentimiento apuntaban hacia Winger, quien iba con la cabeza gacha. Tal vez sus ojos lograban evitar el contacto con toda aquella gente que lo odiaba sin conocerlo, pero no podía tapar sus oídos a los abucheos e insultos que se alzaban a su alrededor.

La situación atinó a salirse de control cuando un carnicero le aventó un trozo de hígado podrido. Los proyectiles de los lugareños pronto poblaron el cielo de la ciudad portuaria.

Bajo disposición del Pilar de Diamante, dos de sus hombres se encargaron de proteger al prisionero con escudos mágicos. Su misión era escoltarlo con vida hasta el palacio real; no podían permitir que una piedra voladora impartiera una justicia arbitraria en las calles de Miseto.

Luego de un camino que para Winger resultó eterno, los caballos se detuvieron. Ya le habían dicho que aquel castillo era imponente, pero jamás imaginó que fuera posible construir edificaciones tan enormes. Si las viviendas elevadas de la capital de Lucerna eran montes de madera y roca, su palacio era una montaña erigida por las manos de los hombres.

El muchacho no tuvo demasiado tiempo para apreciar la vista, pues fue conducido a través de una entrada secundaria hasta una construcción aledaña al castillo. Era la prisión de ciudad Miseto. En ese punto se separaría de Alrión y su tropa. Antes de dejar al prisionero a disposición del jefe del establecimiento, el Pilar de Diamante le dirigió una última mirada. No intercambiaron palabras, pero Winger percibió algo secretamente fraternal en aquel gesto. Retuvo el llanto mientras era llevado a los empujones hasta una celda oscura y sin ventanas.

Una vez solo, se abrazó a sus rodillas y se entregó al desconsuelo por su trágica suerte.


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Un clima tenso y expectante fue invadiendo la capital en los días que siguieron. Todos hablaban acerca del prisionero y el proceso de enjuiciamiento que estaba a punto de iniciar. También había quienes temían un atentado imprevisto, pues se había corrido el rumor acerca del ataque de los demonios que ocurrió en ciudad Doovati durante el aniversario de la reina Pales.

En cuanto a la soberana de Catalsia, su arribo a la capital de Lucerna produjo una gran conmoción. Ese sería el primer encuentro formal entre la hija del difunto Dolpan y Milégonas, el rey de Lucerna.

Pales ingresó a ciudad Miseto una mañana lluviosa junto a su comitiva. Las calles estaban abarrotadas de gente que quería conocerla, pero el mal clima dio a la reina la excusa perfecta para permanecer en el interior de su carruaje y limitarse a sacar la mano por la ventanilla para saludar solo de vez en cuando.

Etérrano II: El Hijo de las SombrasWhere stories live. Discover now