XLV: La Hora de las Sombras (I)

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Las tropas de la capital de Catalsia habían sentado una base a orillas del arroyo Lycaia. Un informante anónimo les había puesto sobre aviso acerca de posibles movimientos sospechosos que sucederían al caer la tarde en aquel puesto fronterizo.

Y al parecer, los datos estaban confirmándose.

Habían apresado a dos sujetos, uno oriundo de Dédam y el otro de Cerulei, que arribaron desde el oeste. La situación solo había empeorado cuando se acercó una diligencia proveniente de ciudad Doovati, siendo ahora tres los prisioneros.

—¿Y bien? —inquirió una vez más el capitán de la base en la carpa de interrogatorios—. ¿Empezarán a hablar o tendremos que trasladarlos hasta la prisión de ciudad Doovati?

—¡Les digo que esto es un error! —chilló Bollingen, maniatado y con el cabello revuelto—. ¡No conozco a estas personas, yo simplemente estaba de paso...!

El capitán metió la mano en el bolso abierto sobre la mesa y extrajo una sierra.

—¿Y qué hacía viajando hacia ciudad Doovati con una maleta llena de herramientas sospechosas? —indagó el jefe de la base—. Estos artefactos sugieren que planeaba alguna especie de atentado.

—¡Yo...! ¡Yo...!

El inventor no pudo hallar una respuesta convincente.

El capitán sonrió satisfecho.

—¿Y qué hay de usted? —se dirigió entonces a otro de los prisioneros—. Hemos podido constatar que su nombre es Grippe, que es un comerciante reconocido y que forma parte del consejo de la reina Pales. ¿Puede explicarme por qué deambulaba por esta zona con una diligencia de repartos vacía? Hay indicios que sugieren que iba a encontrarse con alguien en este punto.

—Pu-pues verá, señor capitán, yo so-solo viajaba a visitar a unos amigos en el po-poblado de Hans —balbuceó el hombre del mostacho—. ¡Nada ilegal, se lo aseguro!

El encargado del interrogatorio hizo una mueca recelosa. Se puso de pie y caminó por el interior de la tienda.

—Tres individuos, presuntamente desconocidos entre sí, que coinciden en este puente a la hora que nuestro informante había anticipado. Tres individuos y dos mandrágoras —acotó colocando una mano sobre la pajarera donde Marga y Ronda estaban encerradas—. ¿No creen que es demasiada coincidencia?

Grippe y Bollingen se encogieron en sus asientos y desviaron los ojos con nerviosismo.

Solo Pericles continuó mostrándose impasible.

El herrero de Dédam se preguntó quién era el informante que los había delatado. No podía ser alguno de sus conocidos, pues se había encargado de cubrir bien sus huellas. Tampoco era probable que se tratara de algún allegado a Bollingen; el hogar del perfumista se hallaba demasiado lejos y ninguno de los habitantes de villa Cerulei estaba al tanto de los detalles del plan de rescate que entre los tres habían ideado en los días que siguieron al final del juicio. Eso solo dejaba como única posibilidad al entorno del señor Grippe. Alguien de ciudad Doovati había estado vigilando sus movimientos y había avisado a la guardia de la capital que se produciría ese encuentro en ese lugar preciso. Pero, ¿quién...?

—Tú te ves muy relajado —le habló el capitán a Pericles—. ¿Qué tienes para decir?

El herrero se expresó con calma:

—Nada, realmente. Solo ha sido una coincidencia.

El interrogador soltó una risa despectiva.

—No importa. Si su objetivo, de alguna manera alocada, era tratar de rescatar al prisionero sentenciado a muerte en la capital, entonces solo tenemos que retenerlos aquí hasta mañana al mediodía. —El hombre miró a Pericles de manera desafiante—. ¿O tienes apuro por llegar a alguna parte?

Etérrano II: El Hijo de las SombrasWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu