X: Invasión en ciudad Doovati

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Markus contempló al caballero de la capa blanca. Aún con la tenue luz de los escasos faroles sobrevivientes, su armadura irradiaba destellos de plata que lo hacían lucir majestuoso.

—Alrión, el Pilar de Diamante —musitó con admiración.

—Lleva a tu novia a algún lugar seguro —le aconsejó el recién llegado—. Yo me ocuparé del resto, amigo.

Markus balbuceó un asentimiento. Luego tomó a Lara por los hombros y la condujo hacia un callejón cercano. La muchacha aún no reaccionaba. Él apenas si podía hacerlo después de lo que habían visto. Echó un vistazo fugaz hacia atrás y observó la silueta del encapuchado, de pie sobre la terraza.

«Creo que más tarde pensaré en eso», se dijo y partió en busca de refugio.

Ya no había civiles en aquel tramo de la avenida principal. Tan solo el Pilar de Diamante y una sombra acechante en las alturas.

—Acabo de llegar a mi ciudad después de un largo viaje y la encuentro envuelta en caos —habló Alrión y estiró un dedo inquisidor hacia arriba—. ¿Acaso eres tú el responsable este alboroto?

La enigmática figura permaneció muda e inmóvil sobre la terraza. Lo que ocurrió entonces fue un súbito temblor que se acercó reptante desde las inmediaciones hasta materializarse en dos nuevos gusanos gigantes.

Alrión se halló acorralado en medio de la avenida.

—¿Así que esta es tu respuesta? —recriminó al misterioso atacante—. Pues has elegido mal a tu oponente, amigo.

El Pilar de Diamante adoptó una pose defensiva, con la vista clavada en su oponente pero sin dejar de vigilar sus flancos. El encapuchado dio la orden con una mano y los virmens se lanzaron voraces sobre el hombre de la armadura.

—¡Rosa de los Vientos!

Alrión abrió los brazos y los gusanos solo pudieron devorar un golpe de aire expansivo que los echó hacia atrás. Los ojos del Pilar de Diamante seguían fijos en la silueta que se recortaba contra el cielo. Comprendía que si quería terminar con la invasión tenía que ignorar a las marionetas e ir directo por el titiritero.

Estiró las manos hacia los costados, formando una flecha con su propio cuerpo. Los símbolos alquímicos de Riblast surgieron en la punta de sus dedos y lo envolvieron por completo. Su capa ondeó con el viento y volvió a exclamar:

—¡Vuelo de Águilas!

El Pilar de Diamante salió disparado hacia lo alto como un proyectil. En un parpadeo alcanzó los techos y a su enemigo. El rostro del encapuchado se llenó de perplejidad ante el puño que se acercaba con rapidez y decisión.

—¡Imago!

Esa fue la primera palabra que Reniu pronuncio bajo el cielo abierto de ciudad Doovati.

La barrera protectora se materializó y el puñetazo no logró atravesarla.

—Vaya, ¿entonces sabes hablar? —murmuró Alrión sin perder la confianza—. Es una Imago muy poderosa, pero no será suficiente para detener al Pilar de Diamante.

El invasor volvió a ignorar las provocaciones de su adversario y retrocedió unos pasos.

El Pilar de Diamante llegó a captar la señal que el encapuchado hizo con una mano y saltó a tiempo para esquivar la mordida del gusano que apareció repentinamente desde abajo. Las fauces de la criatura se hundieron en la cornisa e hicieron saltar escombros. Alrión giró y encontró a su oponente de pie en el tejado más sobresaliente de la zona. Un punto rojo e incandescente brillaba entre sus manos.

Etérrano II: El Hijo de las SombrasWhere stories live. Discover now