No podíamos estar juntos.

—¡Basta ya! —el grito de mi esposo ausente, me hace volver a la realidad, miro a Leah, que tiene sus ojos llenos de odio mientras me golpea el rostro, Tina muerde su brazo y con su mano libre, jala del cabello para tratar de alejarla de mí.

Iván como puede, quita a Tina de Leah y mi esposo ausente, la quita de encima rápidamente. Tina me abraza y empieza a decir que todo va a estar bien, cuando me siento en el suelo.

Estaba temblando y asustada, muerdo mi ya golpeado labio, tratando de que mis lágrimas no salieran.

—¡Estás loca! ¡¿Acaso no te das cuenta en el lugar en el que te encuentras?! —le grita Ivan, ella empieza a llorar.

Es una víctima ahora.

—¡Me importa una mierda tus lágrimas de cocodrilo, Leah! —Günther la enfrenta, mientras la mira fríamente—. No debiste hacerlo. Te di una oportunidad y las lastimaste. Eso no lo pasaré por alto, Leah —dirige su mirada hasta donde estoy yo, veo su mandíbula tensarse y sus puños perder su color—. Vete de aquí antes de que haga algo de lo que me pueda arrepentir y no vuelvas a aparecer en mi compañía.

—Amor, fueron ellas. Ellas... —no la deja terminar y vuelve a hablar.

—¡Es mi compañía y tú eras una cliente a la que jamás debí darle ingreso, Leah! —le gritó.

Ella se sorprendió y tragó grueso. Acaricia su brazo y nos mira con odio a nosotras. Una risita maliciosa nos regala y después se marcha como una digna imbécil. Mi amiga me suelta, bajo la atenta mirada de reproche de Ivan. Günther solo está callado y se arrodilla pasando su mano por mi rostro sin lastimarme.

—Mira esa cara, Daphne —suspira y ve a Tina—. Al final, si actúas como lo que te gusta, Tina —me ayuda a levantarme del suelo.

—Pueden jugar fútbol americano —responde, Ivan, con diversión besando la mejilla de Tina—. Yo llevaré a la pitufa a mi casa para curarla, encárgate de tu fierita —me guiña un ojo y se van los dos.

—Debemos curarte. Vamos a la oficina, Daphne —susurra, como si tuviese miedo de hablarme, pasa mi brazo por encima de su hombro y caminamos hacia la salida—. Menuda paliza te dieron, Daph —ríe despacito—. Hablaré con algunos fotógrafos. Quiero hablar sobre el odio de los empleados en las compañías —le doy una mala mirada porque me duele reír y nos fuimos a su oficina.

Mis compañeros de trabajo ni se acercaron ni preguntaron algo.

Si creían que Leah sería la dueña...

[...]

Llegamos a la oficina y me pidió que me sentara en el sofá, aunque le dije que estaba toda sucia y que me encontraba bien, no le importó. Dijo que su esposa, la peleonera, debía ser tratada con urgencias.

Después desapareció unos minutos para traer el kit de primeros auxilios.

Es tierno.

—Debo estar mal de la cabeza —murmura, confundida, lo veo mientras saca algunas cosas para tratar mis golpes—. Te ves tan sexy toda golpeada, pero a la vez siento una rabia por no haber llegado mucho antes —suspira, negando con la cabeza.

—Definitivamente, si tienes algunos problemas —me regala una leve sonrisa, sentándose a mi lado.

Con mucho cuidado empieza a poner una pomada en mis golpes, cada vez que pasa por alguno de ellos tensa la mandíbula y dice impropios acerca de ellos. Me parece el hombre más rudo y a la vez tan tierno, que muero por besarlo.

Desgraciadamente, también me ha partido el labio.

—¿Quieres un pañuelo? —cierro los ojos arrepentida, descubrió que le estaba viendo la boca—. Mi mujer ruda es toda una boxeadora y una chica muy mala. Quiere besarme hasta cuando está lastimada —empezamos a reír, me detengo al sentir una punzada de dolor por mis costillas.

Ámame si te atreves, jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora