Capítulo 12

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Hay días que uno amanece feliz sin importar que el clima en Alemania no sea el adecuado. Por ejemplo, ese es mi caso hoy, el cielo está nublado, bastante oscuro y los pájaros no cantan porque está cayendo un tremendo aguacero. Hace el peor de los fríos y no tengo idea de dónde está mi sombrilla, pero nada que un delicioso chocolatito caliente, no pueda quitar para aliviar el torrente de hielo que es la calle.

¡Pero eso no me importa porque hoy recibo mi primer sueldo en la compañía!

Es una hermosa mañana lluviosa, en donde no se puede salir a trabajar, eso creía yo, pero mágicamente antes de que los pequeños vientos y la leve lluvia cayera, hacía un sol que te derretía. Tina llegó un poquito mojada, y es extraño porque ella es la persona más cuidadosa de todo Berlín.

Y eso que la chica del tiempo dijo que no llovería. Sé qué nadie les cree, pero por primera vez en la vida, quise creerle nada más porque hoy me pagaban.

Y aquí estoy en la oficina, un martes por la mañana, día de cobro y con muchas ganas de salir a pagar el alquiler de la toga y el birrete. Tenía chance de pagarlo hasta esta semana porque el próximo viernes es mi acto de graduación.

—Leah apareció esta mañana echando espuma por la boca. Tuvo un accidente de popó de paloma —Tina y yo nos vemos las caras asqueadas por lo que nos decía Gaby—. Le he dicho muchas veces a Günther que termine las negociaciones con ella porque no deja ninguna ganancia a la empresa, pero él piensa firmemente en que ella lo busca por trabajo... La mujer prácticamente se derrite por él...  —empezamos a reír a carcajadas.

Esto es tan simple que me encanta. 

Hablar con dos personas acerca de todo y nada, reír mientras nos contamos chismes sobre la compañía, me encanta.

Las miradas de todos caen en nosotras, haciéndonos sentir extrañas, Gaby me señala la puerta de Günther y al girarme a verlo, él estaba con mala cara observándonos, hizo un pequeño movimiento de cabeza para que fueran a su oficina. 

Sinceramente no sabía si era a mí a la que llamaban y se me ocurrió la brillante idea de señalarme, cosa que lo hizo molestar y dejar la puerta abierta, para desaparecer dentro de ese tenebroso lugar.

—Nos vemos después, chicas —me despido, levantándome de la silla y tomando mi agenda para ir a mi destino final.

—¡Suerte! —dicen las dos al unísono.

La necesito... El buen momento de ayer ya no existe hoy.

Mi felicidad de la quincena...

Llego resignada a la oficina y cierro la puerta en total silencio, él no dijo nada y yo me quedé parada frente a su escritorio, esperando a que me hablara.

—¿Por qué te demoraste tanto en venir aquí? —pregunta mi esposo ausente, molesto. 

Qué raro, en la oficina parece un ogro molesto e histérico, pero en casa parece cordero buenorro.

Vaya sorpresa.

—Buenos días, señor Schwarzgruber, yo también amanecí bien. Espero que su desayuno esta vez sí fuera de su agrado —respondo, sarcásticamente, haciendo que me lancé dagas con sus ojos—. Sinceramente no sé qué le pasa, señor. El desayuno estuvo a la hora, su agenda está llena hasta después de las 4 y su padre llamó en la mañana para decirle que quería almorzar con usted.

Me ignora por completo y por arte de magia, el señor Müller entra a la oficina molesto también.

¿Es que nadie se alegra de recibir su sueldo? Perdón, por ser tan necesitada. 

—¡Günther, no tenías que hablarme así por teléfono! —la puerta es cerrada con fuerza, asustándome, él se pasa las manos por su rostro, al ver a su padre en su oficina—. ¿No te conformaste con gritarme anoche? ¡¿Acaso olvidaste que yo soy tu padre y merezco respeto?!

Ámame si te atreves, jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora