No sabía que le caía bien a Ivan. Ja, qué bonito, ya tengo quien me defienda. Aunque es mi culpa que él tenga ese mal genio conmigo.

—No hay problema, señor Schwarzgruber, lo tendré en cuenta desde hoy. Me retiraré y le pediré a Tina que venga lo más pronto posible —sugiero y antes de poder moverme, me responde mi esposo ausente.

—Voy a tener que darte clases de secretariado ejecutivo. Yo no te he dicho que podías irte. Pregunté las razones por las que viniste tú y no ella —sus orbes color avellana, al fin me ven—. A mí no me importa quién venga, pero ahora cumple con tu trabajo y ya.

Suspiro y le doy una sonrisa amable, este ignora mi adorable amabilidad y empieza a buscar los documentos. En algunas ocasiones me miraba fugazmente, pero tenía una conversación muy animada con Ivan.

Qué hermoso, me ignoran como les da la gana y me dejan aquí parada.

—Daphne, le estaba comentando a Günther que puede combinar tu atuendo de graduación con el de él —niego con la cabeza—. ¿Por qué no? Nadie sospechará de que mantienen una relación.

Mi esposo ausente golpeó su escritorio, cosa que hizo callar a Ivan.

—Toma, son estos. Ya cumpliste con tu deber. Puedes irte de la oficina —me ve con cara seria—. Estoy en una reunión y tú presencia aquí ya no es necesaria.

Le regalo mi sonrisa más fingida, logrando que él me mirara dispuesto a matarme.

—A mí me faltan clases de secretariado, pero a ti te hacen falta clases de modales y sentido común —sonrío angelicalmente y me retiro.

A lo lejos escucho la risa de Ivan y los impropios de mi esposo ausente, que estaba diciéndome, pero ignoré.

[...]

Después de entregarle los documentos a Gaby, ella revisó lo que le entregué y me agradeció mi profesionalismo.

Prácticamente fui obligada a la oficina de mi esposo ausente, pero ella no tiene por qué saber mis razones.

Pelear con él siempre es así...

Aproveché para verme con Albert en una cafetería, ya que se iría de viaje para encontrarse con alguna persona. Una persona a la que no quiere que yo sepa su nombre.

—Albert, por favor... Sé un poco más honesto conmigo. ¿Ese viaje que estás haciendo es para verte con él? —pregunto, mientras tomo un sorbo de café.

—Volvemos a ese tema... ¿No quedamos en no tocarlo más mientras te ponía nerviosa? —asiento, viéndolo seria—. Nos guste o no, es mi jefe y no tengo ningún derecho de divulgar nada —sonríe con nostalgia—. No quiero dañar tu graduación y mucho menos la razón que mantienes con ese hombre.

—Entonces irás a encontrarte con él —me mira con diversión—. Soy bastante culta y leo entre letras, tonto—golpeo su hombro y empezamos a reír.

—Así me gustas más, Daphne. Siempre mantén esa sonrisa ante todos los tiempos malos —agacha la cabeza y empieza a jugar con la taza de café, tomo sus manos para darle ánimos para que siga hablando—. Sé perfectamente lo que sufriste por él, pero debo reconocer que no todo fue su culpa. A veces simplemente las cosas cambian... Las circunstancias nos llevan a tomar otras decisiones... Unas que solo favorecen a unas cuantas personas.

Con una de mis manos alzo su cara y logro ver vergüenza, preocupación, miedo y en sus hermosos ojos marrones suplica perdón.

—Nunca me gustó que me miraras así. No somos dueños de las personas y estamos en donde nos paguen bien —sus labios forman una fina línea recta—. Si alguna vez llegas a traicionarme, sé que tus razones tendrías para hacerlo. Durante todos estos años me has mostrado lo leal que eres a mí —aprieta mis manos y yo hago lo mismo con las de él—. Si la traición te dio de comer y obtuviste estabilidad, me daré por satisfecha —sonríe ampliamente—, pero si esa traición lo hiciste consciente de que me lastimaría y solo lágrimas me sacaría, entonces nuestra amistad terminaría.

Se levanta de la silla para abrazarme fuertemente. Media hora después, tenía que ir al aeropuerto para tomar un vuelo para algún lugar del mundo. Es algo extraño, pero Ivan también iba a viajar...

Tan confuso todo.

Le conté lo que había pasado con mi esposo ausente y quiso matarme. Según él, yo le gusto a Günther y la actitud que tomó fue porque estaba herido.

[...]

Llego a casa después de despedirme de Albert y paso directo a tomar una ducha. Es bastante relajante, porque no hay nadie en casa y no tengo que seguir evitando a Günther. Una hora después estoy vestida con una playera de corazones gris, un short naranja muy cómodo y unas pantuflas de un pulpo enojado que me regaló Tina.

Con una tonta sonrisa tomé mi cereal con leche, después lavé y limpié todo lo que había ensuciado. Con bastante pereza me empiezo a dirigir hacia mi habitación, pero un ruido me hace detenerme y esperar a que la puerta de la casa se abriera. Un suspiro de cansancio se escucha y aunque intenté no darme vuelta, mi cuerpo sin hacerme caso se giró y mis ojos me obligaron a ver a mi esposo ausente, que también me miraba.

—¿Te debo algo o qué? —pregunta molesto, cerrando la puerta—. Sí es así, trata de no decir lo mismo. Ya sabes, tienes el don de cagar las cosas —pasa de largo ignorándome para encerrarse en su habitación.

¿Y tú crees que yo estoy feliz por eso?

Me voy a mi habitación y me tiro a la cama a ver al techo, sí, porque no quiero hacer otra cosa. Los gritos que venían del pasillo me hacen levantarme otra vez.

Solo fueron 10 minutos...

—¿Qué pasa ahora? —llego al pasillo con toda la calma del mundo y veo donde me señala—. Lo siento, olvidé poner la ropa en la cesta...

Espera, yo no me baño aquí.

—Me importa muy poco tus disculpas, pero tienes que ser más aseada. ¿Te cuesta mucho ser así? —pregunta indignado.

—¡Pero solo es ropa, Dios mío! No es necesario armar una película de terror por eso —agarro la ropa del suelo y la meto a la cesta—. ¿Eres feliz ahora?

—¡¿Tenías que ser tan grosera?! ¡Definitivamente tu todo lo arreglas así y te vas! —me detengo en el pasillo cruzándome de brazos—. No es una película de terror, es el sentido común y respeto que se le debe al inquilino —señala su cuerpo—. Soy más ordenado que tú.

—No seas tonto... estás vestido y por eso es que ahora te crees ordenado —señalo su cuerpo, este lo ve y me mira mal—. ¡No estoy arreglando nada, solo recogí la ropa! —empiezo a alzar la voz—. ¡Tengo sentido común y por esa razón pongo en duda de que esa ropa la puse yo ahí! —replico molesta.

—¿Entonces estás insinuando que yo puse tu ropa en mi baño? —se acerca hasta quedar a centímetros de mi boca—. ¿Antes no era tonto? ¿Es que no lo puedes ver? Ya sabes, volver a como estábamos al principio... estoy siendo como querías —me recrimina viéndome fríamente.

No puede ser...

—¡No seas así, dije eso porque me tenías confundida! —paso mis manos por el cabello, él las ve por un momento y parpadea varias veces—. ¿No podías esperarte a que yo dejara de estar así? Podíamos arreglar esto mientras comíamos en algún restaurante tailandés. Pero no, tenías que ser tremendo idiota y confundirme como te dio la gana —se empieza a reír y a alejarse.

—¡No tengo que tener compasión por alguien que le da igual mi presencia! —grita como si no lo escuchara, toma el picaporte de su puerta abriéndola y luego se gira a verme—. Deja de creer que las cosas las haré como tú quieres —suspira y vuelve a verme, pero esta vez con decepción—. Yo veo mentiras en la red y no espero que tengas una verdad aterradora que por eso nos separaste —sonríe, bajando la cabeza—. No te aparezcas frente a mí, en estos momentos tengo unas ganas inmensas de callarte con un beso, así que solo desapareceré de tu vista.

Cierra la puerta y yo como idiota me quedo viendo el lugar donde él estaba.

Una lágrima cae en mi mejilla y suspiro con una pesadez en mi corazón, para irme nuevamente a mi habitación.

Estúpidos sentimientos.

¿Por qué tenía que enamorarme de mi esposo ausente?

Ámame si te atreves, jefeWhere stories live. Discover now