Así que, cordialmente, nos felicitábamos por los cumpleaños, nos saludábamos si nos veíamos cuando bajaba al pueblo, y a veces utilizábamos un poquito a Aitana y a Nerea como palomas mensajeras; siempre con buenos fines. Y simplemente, el tema estaba cerrado.

Quizás es por eso que me descolocó tanto lo que pasó en Barcelona, precisamente la noche en la que celebraba que me había graduado de la universidad.

Después de la ceremonia de graduación y de la cena con toda la clase, salimos a una discoteca. Allí teníamos barra libre y una sala reservada para nosotros. 

Mimi también había salido, pero estaba en otro local;  así que en cuanto nos echaron de esos sitios, quedamos a medio camino para ir juntas hacia su piso, que compartía con un par de compañeras del trabajo.

La puntualidad no era la mejor cualidad de Mimi, y menos si estaba amaneciendo y había bebido. Sabía que me lo tendría que tomar con calma hasta verla aparecer.

Me planté al lado de una panadería que ya abría, para no sentirme tan sola mientras esperaba, y me encendí un cigarrillo para pasar el tiempo.

Me fumé uno. Me fumé dos. Y llamé a mi novia.

—¿Dónde coño estás, Mimi? —pregunté, algo mosqueada. Tenía sueño, y si no hubiese tenido que esperar a la rubia, ya estaría en mi casa bebiendo agua y a punto de meterme en la cama.

—Banana, lo siento. Dame diez minutos. A Naima se le ha roto el tacón y vamos pisando huevos.

¿Diez minutos aún? Suspiré, y escuché de fondo la risa de sus compañeros de trabajo. Sonreí, porque sabía lo locos que estaban todos, y seguramente el tacón de Naima no había acabado roto por casualidad. En realidad, era incapaz de enfadarme en serio con ellos o con Mimi.

—Está bien, está bien. Estoy delante de una panadería. ¿Te compro algo para desayunar?

—Bua, ¡sí por favor! Como te quiero, joder.

—Ya, ya. Pues date prisa o me lo voy a comer todo yo.

—Píllame algo que tenga crema. Bueno... no, no. Algo salado, por favor.

—Que sí. Pero ven ya.

Colgué y me dispuse a entrar. Dentro de la panadería había un grupo de chicos que parecía que habían tenido una noche tan entretenida como la mía y que al parecer no habían comido en semanas, porque se pidieron la mitad de la tienda.

—Dime bonita —dijo una de las dos mujeres que había detrás del mostrador.

—Me pones dos donuts de chocolate y... una napolitana de esas con jamón y queso.

La mujer cogió el billete que le tendía y me dio las tres cosas en bolsitas de papel.

—Gracias —sonreí.

—A ti, niña —respondió la mujer.

Me di la vuelta y salí a la calle.

Y lo que vi, me dejó helada.

No podía ser real.

No me cuadraba para nada.

Sin embargo, reconocería aquella silueta y aquella melena en cualquier lugar.

Y no pensaba que, después de tanto tiempo, y de haber normalizado nuestra "amistad", mis rodillas flaquearían por el simple hecho de verla.

—¿Miriam? —pregunté, con la voz temblorosa, ni esperando que me escuchara.

Pero lo hizo, y se dio la vuelta, haciendo que el grupo de chicos que la acompañaba y que había casi bloqueando el acceso a la panadería, quedara en silencio.

Que lo bueno está por llegar 🦋 || WARIAMWhere stories live. Discover now