Capítulo 44.

1K 68 2
                                    

Diego.

Conduzco hacia mi trabajo con un humor más alto de lo normal, pero es que no puedo dejar de estar así con tan solo pensar en los últimos días que hemos pasado Esther y yo, en los cuales me he vuelto realmente consciente de lo necesaria que se ha hecho para mí, convirtiéndose en uno de los grandes pilares de mi vida y en mi mayor confidente.

Llego al lugar, dejando mi bandolera sobre la mesa del escritorio y entro en la oficina de mi jefe, poniéndonos a hablar a cerca de las citas que han sido concertadas para que vaya a redecorar los interiores de algunas casas y tiendas.

–Qué feliz estás hoy, ¿no? —tiene una de las dos cejas alzada, mirándome con una media sonrisa.

Me encojo de hombros.

–La primavera hace sentirme así.

Mi jefe ríe, echándose hacia atrás y tendiéndome unos papeles.

–Anda, empieza a planear a cerca de cómo vas a decorar las próximas casas y dale las gracias a esa persona que te hace estar así.

Me pongo en pie, asintiendo y saliendo de la oficina, sentándome en mi escritorio y empezando a planificar. Y, cuando son las dos del mediodía, salgo de allí para irme a comer, encontrándome a unos amigos.

Después de una rápida comida, vuelvo a mi puesto de trabajo y continúo trabajando, no sin antes enviarle un sms a Esther en el que le pregunto a cerca de si vamos a vernos hoy.

El cansancio me empieza a consumir poco a poco, así que me acerco a la cafetera que hay en la pequeña cocina de nuestro departamento, sirviéndome un café mientras reviso mi móvil y me topo con su respuesta.

Hoy no, estoy ocupada. ¿Tal vez otro día? Yo tb te echo de menos pero realmente estos días no puedo.

Y escribo al instante.

Vale, ¿pero estás bien?

Sí. Tranquilo.

Frunzo mi ceño ante su seca respuesta, pero decido no tomarle más importancia ya que debe estar ocupada debido a la universidad, así que le escribo un "te quiero", a lo que ella no responde.

Al finalizar mi jornada laboral, me marcho a casa y me imagino por un momento, antes de entrar, que ella está allí tumbada viendo la televisión o simplemente contemplando las vistas en la terraza mientras toma una cerveza.

Pero cuando entro están las luces apagadas y no hay rastro de la chica que me vuelve loco.

Los días a partir de ese pasan lentos y aburridos por su ausencia, la cual me extraña en sobremanera. Hace semana y media que no nos vemos y no hemos compartido más de cinco mensajes diarios, cosa realmente extraña.

–Entonces, quedaría mejor el tono blanco en toda esta habitación, ya que da más luminosidad puesto que la ventana es de gran dimensiones y daría una sensación de que es más amplia —doy mi opinión, mirando a las dos chicas que están prestándome atención.

–¿Tú qué piensas, cariño?

La otra sonríe.

–Me encanta tu trabajo, Diego, continuemos.

Continuo enseñándoles la casa, haciendo algún que otro retoque o mostrándole los bofetos que he realizado con anterioridad para que vean qué ideas tengo en la cabeza. Las clientas están de acuerdo con todo a excepción de la enorme extensión de tierra que tienen detrás de la casa, en la que quiere poner un huerto.

–¿Tienes ganas de venir a vivir ya aquí?

La otra la mira y yo me alejo un poco, mirando las vistas que dan al bosque.

–Tu ya eres mi hogar —escucho que le dice de lejos.

Meto mis manos en los bolsillos, dejando la carpeta sobre una mesa de madera que hay en el exterior, cerrando los ojos e inspirando fuertemente para cuando siento mi teléfono vibra en mi bolsillo.

Y con la idea de que, probablemente, se trate de ella lo cojo al instante y leo el sms enviado.

Hace tiempo que no nos vemos, ¿no crees? Este próximo sábado hago una cena en casa con los demás, deberías venir.

Leo con atención el mensaje de Mara, al cual contesto con un simple "Dalo por hecho" y accedo a mi conversación con Esther, pero no hay ningún mensaje suyo.

–Diego, perdona —me giro, encontrando a la pareja detrás mía—, vamos a dar una vuelta por el terreno. ¿Te sabe mal?

Niego con la cabeza.

–No, tranquilas, estáis en vuestra casa prácticamente.

Asienten y se alejan tomadas de las manos, mientras, yo marco el número de teléfono de Esther y espero a que lo coja, pero no sucede.

–Hola, yo... Hace tiempo que no nos vemos y a penas hemos estado hablando... —dirijo mi mirada al frente y largo un resoplido—. Sabes que estoy ahí para lo que sea, ¿verdad? Si tienes algún problema... no sé, cuéntamelo porque sabes que te escucharé y voy a apoyarte. Dime cosas. Te quiero.

[...]

Llego a casa tras un agotador día, abriendo la puerta y encontrándome la luz del salón encendida. Con mi ceño fruncido, dejo la chaqueta en el perchero junto a la bandolera y me acerco hacia allí, encontrándome a Esther en el salón, mirando por el ventanal.

–Hola —saludo de manera cautelosa, observando desde el umbral como ella se gira y tiene sus ojos rojos.

–Hola.

Me dedica una sonrisa que me rompe por completo el corazón y, al instante, sus ojos se aguan y empieza a sollozar. Y, para cuando estoy yo rodeándola contra mis brazos, ya llora.

–Hey, cariño, ¿qué pasa? —pregunto, pasando su mano por su espalda.

No me responde a la pregunta y no me preocupo porque ya lo hará si quiere realmente, así que me mantengo abrazándola durante un largo periodo de tiempo. Nos sentamos en el sofá y ella me abraza mientras tiene su cabeza posada en mi hombro y se encuentra más calmada.

Empiezo a acariciar su pelo y ella se aferra más a mí, notando su calor rodear todo mi cuerpo mientras nos mantenemos en un silencio sepulcral pero para nada incómodo. Y, de un momento al otro, ella me mira a los ojos después de un buen rato.

Su mano empieza a acariciar mi mejilla, haciéndome darme cuenta de la gran añoranza que sentía por su tacto y lo imposible que se hace vivir sin él. Sin embargo, no me pasa desapercibido que su mirada da a ver lo triste y vacía que está. Y yo quiero ayudarla.

Vuelve a rodearme con sus brazos, pegando pecho con pecho y sus manos se aferran a mi espalda, colando su cabeza entre el espacio de mi cuello y hombro y posándola ahí. La correspondo.

–Nunca dejes de abrazarme, por favor.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now