Capítulo 43.

1.1K 61 0
                                    

Me quedo completamente parada, mirando sus ojos rojos mientras mi mente se va sistemáticamente a otro lado, alejándome del lugar. Noto el roce de los documentos raspar mis dedos fríos y quiero cogerlos, pero no puedo porque la evidencia se encuentra escrita en ellos; y esto debe tratarse de una broma.

Recuerdo al instante la muerte de mi padre, que no hace mucho de eso, y todo se acumula de nuevo, colmándome. Me desbordo, notando el dolor en el pecho cuando soy realmente consciente de que he perdido a uno de los pilares de mi vida y ahora el otro tiene que luchar por quedarse.

No llego realmente a comprender por qué me pasa esto, por qué a mí después de llevar un largo tiempo sufriendo tras la muerte de mi padre adoptivo. Y a pesar de los malos momentos y peleas con mi madre, no se merece nada de esto que me acaba de decir.

Ella, al igual que mi padre, merece una vida sin dolor y con felicidad. Porque se lo merece todo y no esto.

Sus brazos me han rodeado nada más derrumbarme y me encuentro con mi cabeza apoyada en su pecho, aferrándome a mi madre como cuando era pequeña y me despertaba después de una pesadilla, corriendo hacia su cuarto mientras lloraba y ella me abrazaba.

Los recuerdos me agolpan y pensar que puede que debido a esto no esté más adelante, me parte realmente en dos.

–Mamá, no te mueras. Por favor —lloro contra su pecho, apretando mis dedos en sus costados y aferrándome más a su pecho—. No te mueras, mamá, no lo hagas. No me dejes aquí, por favor. No te mueras.

Su pecho vibra, y entonces comprendo que también está llorando. Me aprieta más contra ella, rodeándome con más fuerza mientras besa mi coronilla y lloramos las dos durante un largo rato.

Y me empiezo a dar cuenta de que por mucho que tenga veintiún años y actúe como una persona madura, o al menos lo intente, no dejo de ser la niña que no quiere que su madre se muera nunca.

–Jamás os dejaré solos, Esther. Nunca —su voz suena segura, pero yo no lo estoy tanto.

Mi respiración se relaja un poco, así que decido separarme y empiezo a leer todos los documentos donde está escrito a cerca del tratamiento, en qué fase está el cáncer y demás. Y nada más finalizar, alzo la mirada de los papeles y ella me está observando, esperando a que diga algo.

–¿Has pagado ya el tratamiento?

–La semana que viene lo voy a pagar.

Asiento y me pongo en pie, tendiéndole los papeles.

–Ahora vengo. Espera.

Me dirijo hacia mi cuarto, abriendo el armario y después uno de los cajones que hay en su interior, sacando una caja de metal donde meto todos los ahorros que consigo del trabajo y que no he gastado.

Empiezo a sacarlos billetes, contando por encima unos 400 euros; así que los tomo sin pensarlo, saliendo de mi cuarto y tomando asiento en el sofá, dándole los billetes.

–No, Esther —niega, entregándomelos de nuevo.

–No, mamá, te los doy. No los necesito —y miento, porque tenía pensado utilizarlos para pagarme un cursillo de psicología, pero eso ya será en otra ocasión—. Sé que el tratamiento es caro, porque lo es, y quiero ayudarte en todo lo que sea, como si tengo que tirarme a hacer horas extras en el trabajo para conseguir más dinero.

–No puedo, Esther, no...

–Eres mi madre, ¿puedes dejar de ser tan cabezona y aceptar la ayuda de tu hija? No estás sola en esto, yo voy a estar ahí.

Sus ojos me miran, y mucho. Indagan en lo más profundo de mí intentando saber qué es lo que me pasa, por qué he cambiado tanto de actitud en menos de una hora, pero ni yo misma lo sé.

No llego a comprender por qué estoy así exteriormente cuando por dentro noto como todo se derrumba, como si fuera un edificio en ruinas que están demoliendo, o que simplemente se cae porque ya está demasiado viejo.

Siento el dolor clavarse, me imagino un futuro sin mi madre y eso se engrandece más y más hasta el punto de que siento que voy a llorar de nuevo, pero no puedo. Su mano aprieta la mía y me jode estar así, porque debería mostrarme fuerte debido a que ella es la que lo está pasando y está mal, pero parece que es al revés.

–No te vayas, mamá —vuelvo a decirle con una voz más baja de lo normal—. Aguanta, lucha. Ya no por ti, sino también por Fran, por mí... por todos tus amigos.

La tengo rodeada por mis brazos, pegándola más a mi pecho aunque eso ya sea imposible de hacer debido a que no queda más espacio. Y, aún así, siento como que no es suficiente.

–No voy a dejaros solos, tranquila. Jamás me lo permitiría.

Me corresponde en el abrazo, rodeándome con sus brazos y besándome la coronilla a la vez que continuamos en la misma posición como hace un rato.

–Lo siento por todas las peleas que hemos tenido en este tiempo —me aparto el pelo de la cara, separándome de mi madre—. No quiero que pienses que te odio.

–¿Qué sería una relación madre e hija sin peleas y enfados? —murmura, acariciándome la mejilla con una de sus manos— No te disculpes, es algo normal que suceda.

Nos tiramos toda el resto del día en el sofá, mirando películas en la televisión y poniéndonos al día a cerca de cosas que no nos habíamos contado. Y cuando son las dos de la madrugada y se ha quedado dormida en el sofá, llevo todas las cosas a la cocina y me pongo a limpiar los platos.

Mientras estoy haciendo esa acción, me quedo por completo absorta pensando en todo lo que me ha sucedido hoy. Podrían haberme pasado muchísimas cosas, pero que mi madre esté pasando por un cáncer de pecho me ha dejado completamente en shock y he empezado a valorar realmente todo más.

Y, cuando menos me lo espero, me encuentro con mi rostro tapado por los guantes de plástico llenos de espuma mientras lloro, dejando completamente de lado los platos para lavar.

El dolor de todo esto, de estar pasando tantas cosas en mi vida en un periodo de tiempo tan corto, me está jodiendo realmente aunque no quiera asumirlo. Pero por mi madre voy a actuar como una persona fuerte y voy a apoyarla en todo.

Finalmente y tras haber acabado de recoger todo, me acerco al sofá donde sigue mi madre durmiendo y la contemplo durante unos largos segundos, preguntándome por qué le ha tocado vivir eso a ella cuando es la que menos se lo merece.

Cojo una manta del sofá y cubro su cuerpo por completo, acomodándole el cojín mientras no paro de pensar en lo que realmente está sucediendo y que puede que también pierda a mi madre y me quede huérfana.


                                Pero, aún así, decido ser optimista y pensar que lo va a superar porque es fuerte, porque no se lo merece y porque mi madre se merece todo lo bueno de esta vida.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now