Capítulo 24.

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                         Cuando llego a casa de Laia, toco la puerta y rápidamente ésta es abierta por Eric, quien me sonríe y toma mi mano para entrar. Y, nada más pisar el suelo, el ambiente me rodea y siento el calor del lugar mezclado con un olor a sudor y alcohol.

‑Estás preciosa —susurra en mi oído, quitándome el abrigo que llevo encima del vestido.

Le miro y me acerco a besar sus labios castamente.

‑Gracias.

Sus brazos rodean mi cintura mientras sucede eso y yo acaricio levemente su mejilla, y después, poso mi cabeza sobre su hombro mientras él besa mi mejilla.

‑¿Cómo estás? —su aliento recae sobre mi oído y hace que me recorra un escalofrío por la columna.

Me separo de él y miro sus ojos, sonriendo poco después.

‑Mejor —vuelvo a acariciar su mejilla—, ¿y tú?

‑Un poco borracho pero bien —los dos reímos —. Me alegro de que estés aquí, Esther. ¿Quieres tomar algo?

Asiento frenéticamente y Eric vuelve a reír, tomando mi mano para llevarme hacia mesa donde están las bebidas. Nada más llegar, coge en cada mano una botella diferente de alcohol y me las enseña.

‑Estos son los más fuerte, y aquellos...

Cojo una de esas botellas.

‑Lo fuerte va bien —le interrumpo y él me sonríe.

‑¡Al fin has venido! —escucho la voz de una de mis amigas chillarme en el oído —¡Qué alegría, qué euforia! ¡Esther está aquí!

Laia se lanza sobre mis brazos mientras Eric está preparándome la bebida. Detrás de ella viene Saray y alza su vaso lleno de alcohol en honor a mí, acabándoselo y girándose para plantarle un morreo en los labios a un chico desconocido.

‑¡Ha pillado! —Laia vuelve a gritar y creo que me quedaré sorda —¡Lolololooooooo! ¡Saray ha pillado! ¡Lololololoooooo!

Y como vino, se fue corriendo hacia otra parte de la casa.

Eric me tiende un vaso enorme lleno de la botella que he cogido junto algo más y lo llevo a mis labios, dándole un largo trago.

‑Bueno, te dejo porque veo que vas a tener que ayudar a alguna de tus amigas.

‑¿Y eso por qué lo dices?

El chico no responde y es ahí cuando escucho, por encima de la música, un chillido de Laia. Me giro y la veo encima del sofá quitándose la camiseta.

‑¡Pero qué haces, loca! —me acerco corriendo a ella, dejando atrás a Eric —Anda, baja y ponte la camiseta. Ya.

‑Vale, mamá.

Mi mejor amiga baja del sofá y, bajo la mirada de algunos, se vuelve a poner la camiseta.

‑¿Dónde está Saray? —pregunto, mirando a mi alrededor.

‑Estará follando con el chico ese en mi habitación.

Suspiro y cojo de la mano a mi amiga, dirigiéndonos hacia la cocina de su casa para darle un vaso de agua.

‑Anda, bebe y cálmate.

‑Gracias por cuidar de mí, Esther —Laia me rodearon sus brazos—. Te quiero.

‑Y yo a ti.

Al cabo de unas horas, Laia sube a su cuarto para descansar después de haber comprobado que Saray no está ahí y yo me acerco a Eric para ir a bailar con él. Durante todo ese tiempo, estamos refregándonos el uno al otro mientras la gente de nuestro alrededor nos rodea y yo siento como el alcohol me sube más y más.

El calor en el ambiente provoca que comencemos a sudar y yo noto todo lo de mi alrededor empezar a dar vueltas a medida que bebo más y más. Y, cuando ya llevo seis vasos de la misma mezcla, me tengo que sostener en el brazo de Eric para no caerme.

‑¡Ey, cuidado! —me toma por la cintura y pega mi pecho al suyo.

Relamo mis labios, notando el sabor a alcohol. Miro sus ojos mientras mis brazos van rodeando su cuello y Eric observa cada uno de mis movimientos.

Me quedo mirando sus labios por un segundo y siento cómo voy excitándome poco a poco mientras lo miro cada vez más.

‑¿Sabes qué me pasa cuando bebo tanto hasta llegar a este punto?— él niega y yo paso mis manos por su pecho, acariciándolo —Me excito muchísimo. Quiero sexo.

Él me sonríe y se acerca a mis labios, besándome de manera intensa y yo le correspondo sin ninguna duda. Minutos después, me lleva escaleras arriba hacia una habitación y cierra la puerta detrás de él.

***

Salgo de mi habitación mientras peino mi pelo con los brazos y veo a mi madre esperándome junto a Fran en la puerta de entrada. Nada más salir, nos dirigimos al coche de mi madre para ir a la cena que ha organizado Diego en su casa.

Al llegar allí, recuerdos azotan mi mente de cuando me pasó a recoger y me llevó a su piso. El vago recuerdo parece muy lejano pero eso no impide que sienta un verdadero confort y mi corazón lata agresivamente contra mi pecho.

Cada vez que nos acercamos más y más a la puerta el latido aumenta y siento mis manos temblar cuando Fran toca el timbre, pero cuando se abre la puerta, todo eso se va nada más ver los ojos de Diego.

Saluda a mi hermano y a mi madre con una sonrisa, y cuando estoy frente a él para saludarle, se queda parado con sus ojos fijos en mi escote como la otra noche.

‑Estoy aquí, Diego.

Posa su mirada en mis ojos y sonríe, en cierta manera, avergonzado. Me acerco a su cuerpo y beso ambas de sus mejillas cuando siento las palmas de sus manos acariciar mis lumbares hasta posarlas en la mitad de mi espalda, presionándome hacia él.

‑Hola, Esther —su voz inunda todo mi ser.

‑Hola, Diego.

Se hace a un lado invitándome a pasar y yo camino hacia el interior, quitándome la bufanda y el abrigo cuando he entrado en calor y las dejo en una de las perchas de la entrada.

‑Estás preciosa —me halaga y recuerdo que me dijo lo mismo la otra vez.

Él lleva ahora mismo un jersey color negro encima de una camisa azul celeste con unos pantalones tejanos del mismo color que el jersey. Y está sexy, muchísimo.

Tengo que controlarme cada vez más cuando estoy frente a él porque, sino, a la mínima perderé el control y no debo de hacerlo.

‑Gracias. Tú también.

Él sonríe y yo bajo la mirada.

‑Me gusta verte feliz de nuevo. Mereces estar así.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now