Capítulo 2.

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        Cierro la taquilla, colgándome en un hombro el bolso y en mi otra mano una bolsa con la ropa para esta noche. Salgo a la tienda y me despido de mis compañeras, pisando la acera segundos después.

        El aire de octubre me azota mientras espero a Diego de espaldas a la tienda. Un mensaje llega a mi teléfono y sé que es él por lo que dice.

Ya llego. 2 min.

        No contesto, pero sé que dice la verdad ya que al poco tiempo está frente a mí. Subo a la parte del copiloto, me pongo el cinturón y beso su mejilla.

-Te han cambiado el uniforme.

Frunzo el ceño.

-¿Y tú cómo sabes que uniforme tenía? Nunca lo has visto.

-Tu madre - murmura, desplazándonos por la ciudad - me enseñó una foto.

Asiento.

-Se debe de sentir orgullosa de mí - sonríe -. Gracias por venirme a buscar, Diego.

Me mira.

-No hay de qué.

         Cuando mis padres se separaron, hace alrededor de seis años, casi no pasaba tiempo con mi madre porque la custodia la tenía mi padre, pero cuando cumplí los dieciséis le pedí para pasar más tiempo con ella. Y es ahí cuando conocí a Diego y todo su grupo.

         Desde entonces somos como una "familia", por así decirlo. No es que no tenga más familiares maternos, qué va, si no que son uno de los fundamentales pilares de ella son ese pequeño grupo.

-Estás guapa hoy - me dice, mirándome mientras el semáforo está en rojo.

-¿Estás insinuando que los otros días no lo estoy?

Él alza una ceja.

Mierda, se está volviendo invulnerable a mis ironías y sarcasmos.

-Ya sabes lo que quiero decir.

         Hoy huele a vainilla, un olor que yo nunca he sabido que usaba, por lo que me hace intuir que ha estado con alguien más antes de venir.

-Hueles a vainilla - me acerco a él -. ¿Con quién has estado, eh?

-Irina -menciona a su hermana.

-¿Pero no estabais cabreados o no sé qué?

Se encoge de hombros.

-Cosas de hermanos, deberías saberlo.

        Al cabo de quince minutos estamos en su casa, y cuando entramos, veo que no hay nadie allí excepto nosotros.

-¿Y los demás? - pregunto, girándome a verle cerrar la puerta.

-Supuse que tendrías que cambiarte y todo, así que les dije que viniesen a y media.

Asiento y le sonrío.

-Gracias - me inclino para hacerme una coleta y dejo la bolsa en el suelo -. ¿Podría darme una ducha? Huelo fatal.

-Qué va - niega, sorprendiéndome ante su respuesta -, pero si quieres ahora puedo darte unas toallas.

Asiento.

-Gracias.

         Desaparece y yo me dirijo hacia el baño, esperándole mientras me deshago de mis zapatillas.

-Ten.

         Sentada sobre el váter, tomo las toallas y él me mira por unos largos segundos, marchándose después. Cierra la puerta y me deja a solas, mirando el lugar por el que se ha ido.

           Al acabar de pasarme por la ducha, me seco y caigo en la cuenta de que la bolsa está en el salón. Decido, finalmente, entreabrir la puerta y llamarle.

-Diego, ¿estás?

Aparece segundos después.

-Sí, dime.

         Se queda parado frente a mí, y no me extraña ya que me ve sin maquillaje después de mucho tiempo y estoy completamente mojada y rodeada por una toalla.

-¿Podrías traerme la bolsa? Yo iría, pero no quiero mojarte toda la casa.

-Eh... - sus ojos van a mis piernas y luego me mira de nuevo -. Voy.

    No tarda mucho en venir y me tiende la bolsa, cerrando la puerta después. Mientras me arreglo, escucho el timbre de su puerta sonar varias veces, así que intuyo que la gente ya está aquí.

         Al salir, me encuentro en el comedor a mi madre junto tres personas más: Alicia, Rubén y Jessica.

-Hola - saludo al chico, abrazándolo como de costumbre.

-Hola, Esther. ¿Cómo estás? Nos ha dicho Diego que te ha traído él.

Asiento.

-¿Le habrás dado las gracias, verdad? -  y, como no, mi madre preguntando siempre lo mismo.

Ruedo los ojos.

-Sí, mamá - beso su mejilla a modo de saludo -. ¿Todavía te piensas que tengo once años?

         Diego aparece con varios manteles para colocar sobre las mesas y empezamos a ayudarle. Durante la cena, no he parado de mirarle de reojo, ya que no me ha dirigido la palabra en ningún momento, lo que me extraña.

         Alrededor de las diez y media de la noche, mi madre y yo ya estamos de vuelta a casa. En el trayecto, debido al cansancio de toda la mañana de universidad y después trabajo, me acabo durmiendo en el asiento de copiloto.

-Esther - me llama mi madre, pero soy incapaz de moverme -, vamos, que ya hemos llegado.

-Mamá...

-Va, cariño. No quiero que duermas en el coche.

        Sale del coche y se acerca a la parte en la que estoy yo, abriendo la puerta para ayudarme a salir ya que al estar somnolienta no me sostengo bien sobre mí misma.

          Después de haber llegado a mi habitación, ya empiezo a estar más despejada. Me cambio y, luego, accedo a Messenger a través de mi ordenador.

          Un mensaje salta nada más entrar.

Un mensaje de T.

T: Hola bonita.

T: Me encantan tus ojos.

¿Qué?
 
     Me quedo fija mirando los dos mensajes sin entender a qué viene eso y cómo sabe qué ojos tengo, ya que no he subido ni tengo de perfil una foto mía.

E: ¿Cómo sabes qué ojos tengo?

Y no sé si es pura casualidad o la persona que hay tras ese pseudónimo se tira todo el día en el Messenger, pero me responde al instante.

T: lo intuyo.

E: ah vale.

T: ¿Por qué lo preguntas?

E: Saber.

T: Me gustaría verte.

       Vuelvo a quedarme igual que antes, sorprendida ante los mensajes de esta persona. No sé quién narices es.

E: Tal vez no nos conozcamos.

Y él me contesta.

T: Te he visto más veces de las que crees, Esther.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now