Capítulo 25.

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Diego.

                   A medida que Febrero se acerca más, los días empiezan a hacerse más largos y puedes estar más fuera de casa, sin tener que volver a las siete de la tarde porque ya es de noche.

                En los meses de invierno, cuando madrugo, me despierto con el sol azotándome a las seis y media de la mañana y es algo a lo que me he acabado acostumbrando, pero me gusta más despertarme y ver la ciudad de noche.

                      Preparo las últimas cosas de la cena mientras de fondo escucho el telediario, que habla a cerca de haberse encontrado otros políticos españoles corruptos.

-Qué vergüenza... —murmuro, negando con la cabeza mientras saco los vasos de una estantería.

                         El timbre suena y voy a los segundos para abrir, encontrándome a Virginia junto sus dos hijos. Y, cuando la veo, después de haber saludado a los otros dos, siento que me pierdo.

                        Lleva un abrigo marrón encima de una americana negra que cubre toda su desnudez, pero deja a ver una pequeña parte del sujetador blanco de encaje que lleva puesto, causándome un delirio. No puedo dejar de mirar su escote, imaginándome sus pechos desnudos frente a mí.

‑Estoy aquí, Diego.

                     Rápidamente la miro avergonzado y le dedico una sonrisa. Se acerca a mí y me besa las dos mejillas, pegando levemente su pecho al mío mientras hace eso y yo llevo mis manos hacia su espalda, acariciándole la zona de las lumbares hasta subir a la mitad y apretarla contra mí.

‑Hola, Esther.

‑Hola, Diego.

                       Me hago a un lado y la invito a pasar, mirando su trasero ajustado en esos pantalones de pinzas sin poder evitarlo. La contemplo mientras está quitándose la bufanda y después el abrigo, quedándome embobado.

‑Estás preciosa —la halago, sin poder evitarlo.

‑Gracias, tú también.

Sonrío y ella baja la mirada.

‑Me gusta verte feliz de nuevo. Mereces estar así —confieso.

                       Esther sonríe y mi corazón empieza latir fuertemente contra mi pecho y no precisamente por ver cómo me dedica una sonrisa, sino por ver la manera en lo que lo hace.

                  Desde que pasó lo de su padre, la he visto sonreír de maneras diversas pero nunca así, no con ese brillo en los ojos. Y me gusta que esté así, pero más que yo haya causado eso y pueda hacerlo más.

                 Nos dirigimos hacia el salón estando el uno al lado del otro y cuando me quedo parado justo antes de entrar, la miro.

Es preciosa para mí.

                   A día de hoy no puedo creerme como alguien al que llevo veinte años puede provocarme todas estas sensaciones haciéndome sentir como tiempo antes. Porque ella, aunque no lo sepa, me hace sentir vivo.

                  Cuando entramos, rápidamente me veo bajo la mirada de Virginia, quien nos mira a los dos con el ceño fruncido pero rápidamente lo deja pasar y me tiende una botella de vino.

‑Tu favorito.

                       Sus ojos me miran y me siento analizados por ellos, creyendo que se meten en mi interior y llega a saber lo que siento por su hija, pero cuando mi mejor amiga sonríe rápidamente, suelto el aire que he estado conteniendo y le correspondo.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now