Capítulo 31.

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Angustia, dolor, pánico, miedo.

Me encuentro en el hospital, sentada junto mis mejores amigas e Irina, la hermana de Diego, que ha venido corriendo nada más llamarla. Todo parece a nuestro alrededor tan tranquilo que asusta, y más cuando no sabes qué le ha pasado realmente a Diego.

A pesar de saber que la situación no es de una magnitud tan grave ya que el accidente no fue devastador, tengo miedo. Cuando lo presenciamos, sentí como la sangre se me iba del cuerpo y volvía a vivir una situación parecida a la que pasó con mi padre, pero no.

Están atendiéndole en la habitación de enfrente mientras nosotras esperamos, y no se me va de la cabeza la imagen. El dolor que me produce todo justo ahora es tan insano que me consume lentamente, como si lo sintiera yo.

Poco a poco, los amigos de Diego vienen, incluida mi madre, y preguntan a cerca de su estado pero nadie sabe qué responder. Y cuando sale el médico, todos mantenemos silencio, esperando a que nos cuenten cómo está.

Yo me encuentro absorta, físicamente situada en el hospital pero con mi mente fuera de todo este mundo, navegando en unos pensamientos que no sé cómo he llegado a ellos; y vuelvo a la realidad cuando Laia me toma la mano.

–¿Qué pasa? —murmuro, mirando a mi alrededor.

–Acaba de salir Irina, te toca a ti.

–¿Sola?

Me fijo en que ya no está toda la gente que había venido, y es ahí cuando me pregunto cuánto tiempo he estado en ese estado.

Laia me mira y asiente.

–Los demás se han ido a la cafetería. Te esperamos aquí nosotras.

Me pongo en pie, suspirando y dándoles una última mirada a mis mejores amigas, quienes se vuelven a sentar. Y cuando estoy frente a esa puerta color gris metálico, todo tiembla en mí.

El vello se me eriza y mi pulso se acelera, e intento no pensar en un mes atrás, pero es inevitable. Toco la puerta y entro, percibiendo el mismo olor que en el resto del lugar y vislumbrando a mi madre sentada en una silla junto a Diego, quien está tumbado en la cama.

¿Pero no estaba solo?

Mis ojos se concentran en él y largo un suspiro que es bastante sonoro, relajando todos mis músculos debido a la tensión que había estado soportando ya que no me había enterado ni de qué le había pasado a Diego al no escuchar.

Y mientras nos miramos, veo que la forma en la que lo hace es completamente diferente a la de cuando me rechazó, ya que ésta es de disculpa. Mi corazón late ferozmente y me relajo ante su presencia, sabiendo que todo irá bien.

Recuerdo que madre se encuentra allí también, así que la miro finalmente y la pillo observándome, por lo que intuyo que se ha dado cuenta de mis sentimientos porque a estas alturas ya no soy capaz de ocultarlos. No más.

–Os dejo a solas unos minutos —dice, poniéndose en pie y pasa por mi lado, besándome la mejilla.

Tomo lugar en el asiento donde ha estado ella hace menos de un minuto y me quedo mirando fijamente a Diego, reparando en que lleva una camisa color burdeos abierta, dejando a ver parte de su abdomen envuelto en una gasa y el brazo izquierdo escayolado.

La habitación está en completo silencio mientras yo le inspecciono, quedándome parada ante su mirada fija en mí. Volvemos a caer en aquel típico contacto visual de siempre, donde me despierta lo más profundo de mí y me altera todo lo que nadie ha hecho nunca.

–¿Cómo estás? —me limito a decir, sin dejar de mirarle.

–Ahora mejor.

Bajo la mirada, pero aún así noto la suya sobre la mía y sé que me desea por la manera en la que me sigue mirando cuando vuelvo a fijarla con la suya.

Diego me sonríe y mi mente recuerda todo lo de la otra noche, pero decido dejarlo de lado y olvidarme del rencor y el egoísmo para poder preocuparme por su estado.

–Nos asustaste. Lo sabes, ¿verdad? —comento, acercándome más a él— Creí, por un momento, que volvería a revivir lo mismo que con mi padre, y eso ya me hubiese matado del todo. No puedo permitirme perder a nadie más, Diego.

–Nunca me iría de tu lado, Esther.

–Te fuiste la otra noche, me dejaste allí después de haberlo confesado todo.

Diego baja la mirada y yo lo observo, tomando su mano y notando como todo mi interior se altera: mis pulmones se hinchan de aire, el pulso se acelera, el vello se me eriza y un hormigueo me recorre de arriba a abajo.

–Tal vez suene demasiado imbécil diciendo todo esto, pero es lo que tuve que hacer, Esther. Debía dejarte ahí, romperte el corazón y provocar que no me quisieses porque esto no puede ser. No podemos estar juntos.

Y cuando dice todas estas palabras tan duras, mirándome sin ninguna expresión, noto todo lo que sentía antes desaparecer y los mismos sentimientos de la otra vez volver de nuevo a mí.

Mi vista se vuelve borrosa y noto todo a mi lado tambalearse fuertemente, creyendo que estoy en una pesadilla y esto no debe ser real, pero lo es.

Estoy tan obstinada en no querer sentir todo esto que me aferro en que cabe aún la posibilidad de que entre en razón y me diga para intentarlo, pero no sucederá nunca.

Decido ponerme en pie, mirándole fijamente mientras limpio mis mejillas bajo su mirada rota. Aprieto fuertemente la mandíbula, echo mi pelo hacia atrás y lo miro fijamente.

–Sí, es verdad, no podemos estar juntos —le digo con una voz más fría de lo que nunca he oído—. Aún así, no haré lo que deseas porque no puedo dejar de amar a alguien que me hace sentir viva y replantearme todo. Porque has roto todos los esquemas de mi vida, Diego.

Me dirijo hacia la puerta, y antes de abrirla, le miro por última vez. Sus ojos siguen fijos en mí pero no dice nada tras mi discurso, así que me paro y le miro fijamente.

–Dime que no me vaya, que me quede y que todo lo superaremos juntos —suplico, mirándole fijamente—. No me hagas hacer esto, Diego.

Y no me dice nada, se mantiene callado y baja su mirada, rompiéndome más el corazón de lo que ya estaba.

Aprieto con fuerza el pomo de la puerta y él dice algo.

–Algún día encontrarás alguien que te merezca.

Nada más decirlo, y bajo su mirada, salgo de la habitación y corro hacia donde están mis amigas junto a mi madre.

Tomo mi bolso mientras me miran y salgo corriendo del hospital, escuchando las voces de ellas llamándome, pero yo ya me he ido.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now