Capítulo 8.

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Diego.

Querido diario,

Cuando llegué a la edad de diecisiete años, el tiempo empezó a volar tan rápido que, sin darme cuenta, no disfruté a penas de los placeres que me ha aportado la vida en todos estos años. He querido, sí. He perdido amistades, pero también he hecho nuevas.

A día de hoy, los problemas que tenía a aquella edad se me hacen tan insignificantes que no sé cómo podía creer que se acabaría el mundo si no los resolvía.

Qué inocente e ingenuo era, ¿no crees?

La responsabilidad se ha ido cargando sobre mis hombros a lo largo de todo este tiempo con cada acto que he hecho, pero el que me está doliendo ahora más que nunca, es el hecho de estar alejado de ella. Y debería ser así, pero no lo siento.

No siento que esté mal lo que hago, refiriéndome con esto al hecho de mirarla con determinación y disfrutar de cómo sus ojos me miran. Aún así, le llevo veinte años y es la hija de una de mis mejores amigas. Prácticamente debería tratarla como si fuese mi sobrina o hermana pequeña, pero es algo imposible.

En una semana me voy por tres meses a Argentina, y quiero ir, pero son tantos días... Uno de mis sueños siempre ha sido viajar, descubrir mundo; y ahora que tengo la oportunidad, no me veo con fuerzas. No sin ella.

Me he enamorado tan rápido de todo su ser que se me hace complicado hasta estar separado de su presencia aunque estemos en la misma ciudad. Una vez sentí esto. Me consumía de tal manera que solo quería más.

Era un amor que ardía y quemaba.

Pero era reciproco.

Y este no.

Esther tiene diecinueve años y tiene que disfrutar de su vida, encontrar a un chico, o chica, de su edad y enamorarse, pero sé que es difícil para ella. Aquel día en el que escuché lo que le dijo a su madre, me sentí en parte feliz porque ella no había amado.

Sé que no debería ser así porque hizo daño a personas debido a eso, pero saber que, tal vez, yo pudiese hacerle sentir aquello, me hace sentir una euforia que me sobrepasa.

Y vuelvo a caer.

Soy un constante quiero pero después no puedo con respecto a ella. Es que es tan bonita... No sé ni tan siquiera como he acabado tan prendado de su ser.

Cierro el diario y lo guardo en el mismo sitio de siempre, dirigiéndome después a mi cómoda para coger unos calzoncillos y ropa. Me meto poco después en la ducha y apoyo mis manos sobre las baldosas que hay frente a mí, dejando caer el agua de la alcachofa sobre mí.

Mientras sucede esto, imágenes de su rostro aparecen en mi mente y recuerdo el momento en el que me enseñó que su madre guardaba un condón en su escritorio. Sus ojos, en esos momentos, eran divertidos y nada asustadizos por aquello, lo que me atrajo más de ella.

Cierro el grifo y empiezo a enjabonarme el cuerpo manteniendo los ojos cerrados todavía, pensando en ella. Recuerdo la cena de hace días y lo guapa que iba. Aquella falda vaquera que llevaba me hacía querer ir a paso rápido y quitársela, viendo así a la perfección sus muslos.

Empezaría a besar su cuello sin importarme que lo nuestro fuese imposible, posaría mis manos en sus caderas y la atraería hacia mí, separándome después para decirle todo lo que he estado conteniendo este tiempo. Que la quiero. Y no es un simple "te quiero" de sentir atracción, es con todas sus letras y significado.

Me acercaría a sus labios y pasearía mis manos por su espalda hasta llegar a su trasero y instarla a que rodease mis piernas para llevarla hacia la habitación de arriba, da igual la que fuese. Quiero hacerle el amor, escucharla gemir y demostrarle todo lo que significa para mí.

Cuando me doy cuenta, me estoy masturbando en la bañera con el pelo a medio enjabonar y mi miembro cubierto de espuma, pero eso me da igual ahora mismo. Fantaseo con lo que podría suceder en un futuro, en el cual le haría el amor en todas las partes de mi casa y de su habitación.

Estando con ella, que es lo que tanto quiero.

Y verla feliz.

[...]

Bajo del coche y cruzo un paso de peatones para ir al bar en el que hemos quedado todo el grupo para mi cena de despedida. Cuando entro, veo a Virginia y Enrique conversar animadamente en la mesa que hemos reservado.

Al acercarme, veo que tan solo hay tres personas sentadas de momento, y una de ellas no es Esther. Me acerco y saludo a las dos personas, seguidamente a Alicia, quien había venido del baño. Tomo asiento y me uno a la conversación, pero siento una ausencia que me hace mantenerme callado en la mitad de la charla.

-Ahora vendrá Esther a dejarme unas cosas – comunica en voz alta Virginia.

-Puede quedarse a cenar – digo rápidamente – y Fran también.

La madre de la chica me mira con la cabeza ladeada y mis sensores saltan. ¿Puede haberse dado cuenta de mis sentimientos? Se enteró de que sus hijos habían perdido la virginidad sin tener pruebas, así que no me sorprendería.

-Se va a cenar a casa de una amiga y después de fiesta – ella me informa.

Se va de fiesta.

No me molesta, es algo lógico a su edad. Pero me gustaría verla bailar, y sobre todo, no me gustaría ver como es seducida por otros chicos.

¿Habrá estado con más después de Víctor?

Que yo sepa, no ha tenido nada serio, pero lo más probable es que sí. Tiene diecinueve años, no sé qué digo...

Cuando estamos todos y nos van sirviendo la cena, veo que un cuerpo cubierto por un mono color beige se acerca a la mesa, y cuando alzo la mirada, me quedo estático. Es una diosa.

Lleva un mono largo y le falta una manga en un brazo, dejando al descubierto su clavícula. El maquillaje que lleva le hace ver los ojos más bonitos de lo que ya los tiene y cuando sonríe a su madre, siento mi corazón desbocarse.

-Hola, mamá – le da un largo abrazo -. Ten, lo que me pedías.

Sus ojos me ven y se queda parada con una sonrisa mientras su madre guarda en su bolso lo que Esther le ha dado. Miro sus pechos y trago fuertemente, provocando que ella ría bajo.

-Hola, Diego – vuelve a sonreír, acercándose a mí para darme dos besos -. ¿Te da gracia algo?

Niego con la cabeza y pongo en pie, besando ambas de sus mejillas mientras poso mi mano en su espalda baja, haciéndome recordar aquella fantasía que he tenido con ella esta mañana mientras me masturbaba.

-Estás muy guapa.

-Pues sí, la verdad – afirma Alicia, guiñándole el ojo.

Ella se pone de perfil a mí, y sin darme cuenta, dejo mi mano en sus lumbares. Esther me mira fijamente y después mi mano, por lo que la separo lentamente. Tiene sus labios entreabierto mientras mira la escena, y en ese momento corroboro que su madre busca algo en el bolso.

Mi mano, nada más quitarla, queda prácticamente al lado de la suya. Noto la calidez que desprende ésta, pero más cuando, sin darnos cuenta, hemos entrelazado el dedo meñique.

Me mira y sonríe fijándose en nuestras manos.

Lo último que recuerdes.Where stories live. Discover now