Capítulo 52

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Azael.

- ¿Qué otra cosa puede ser sino?

La expresión de Paula se decepcionó haciendo desvanecerse el brillo que había habitado sus ojos. Bajó negando la cabeza. Me detuve para observarla. Parecía embebida en algún tipo de pensamiento, en algún tipo de añoranza. Se mordió intensamente el labio enrojeciendo la zona, aunque no aparentó darse cuenta de ello y se pasó la mano por la frente tapando su mirada. Cualquiera diría que a punto estaba de derramar lágrimas.

Ante todo, mi confusión no me dejaba actuar. No comprendía la situación.

Ella entonces me miró ablandando su rostro.

- Pedona.-Habló sonriendo. Una sonrisa que jamás creería verdadera.-No era mi intención preocuparte.

- Tranquila.-Contesté.-¿He dicho algo...algo que te haya molestado?

- No.-Negó.-Simplemente me he acordado de alguien.

Su expresión desveló dolor. El dolor que se siente cuando alguien se aleja de tu vida, o cuando lo haces tú mismo. El dolor que no cesa como lo hace el de una herida, oh no, te persigue y te jode vivo.

- Alguien que ya no está.-Dije comprendiendo, aunque seguía sin determinar qué era lo que había hecho que de repente recordara a ese alguien.

Pensé en lo lejos que quedaba su lugar de origen y asumí que esa era la razón de su tristeza;  Giseda lo llamaban. Aquel lugar era mágico según los libros que había podido leer en la biblioteca de East Mountain. Años de sabiduría se acumulaban en las calles de Giseda, pues los vampiros más antiguos eran los que las habitaban. Era una pequeña región escondida que quedaba entre las montañas que componían los Pirineos, las que separaban España y Francia.

- Algo así...-Dijo. Removió la cabeza y añadió.-Es alguien que sigue estando, pero no como antes. ¿Sabes? Es como si se hubiera convertido en otra persona.

- Las personas cambian cuando se alejan de otras.-Dije recordando lo que me dijo mi padre de pequeño. Sus palabras fueron muy claras cuando mi madre nos abandonó a nuestra suerte.

- ¿Olvidarías a alguien si algún día lo quisiste?-Preguntó entrecerrando los ojos.

- Oh.-Hablé sorprendido. No esperaba que hablara de amor. Había pecado de ignorante al no pensar que Paula tendría construida una vida en aquel lugar del que procedía. -Si se ha olvidado de ti entonces es un idiota.

Paula soltó una ligera carcajada. Noté un pellizco en mi interior al ver como sonreía. No sabría explicar porqué, pero su gesto me resultaba misteriosamente familiar.

- Es un amigo.-Contestó haciendo que en su moflete derecho apareciera un adorable hoyuelo. Paró a pensar unos instantes.-El mejor.

- Suerte tiene entonces.-Admití sonrojándome y, sin querer, teniendo algo de envidia de él.-Si de verdad te quiere no se olvidará de ti

Sus ojos volvieron a iluminarse.

- Ven, háblame de él.-Le dije mientras le invitaba a caminar conmigo de vuelta a la mansión.

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Paula


Cuando llegué a la que era mi habitación me desplomé sobre el mullido sofá que quedaba justo en la entrada. Mi cara se hundió entre los aplumados cojines que descansaban sobre aquel diván.

Azael me había acompañado hasta la puerta de mi habitación y se había despedido con un tímido gesto. Le había hablado de mi amigo, de él mismo, e incluso había notado como se ponía algo celoso. Me había dicho que cuando hubiera terminado de cambiarme le encontraría en el salón.

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