Capítulo 3

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"Las manos de mi madre recorrían mis brazos haciéndome ligeras cosquillas y causándome pequeños escalofríos que ascendían por mi piel.
Estábamos tumbadas sobre una hamaca en la terraza de casa de mis abuelos paternos observando el atardecer.

Aquel lugar siempre había sido uno de mis favoritos y siempre lo sería.

Todo aquel sitio estaba repleto de distintas plantas adornadas con preciosas flores que desprendían un olor magnífico del que nunca me quería despegar. Y si fuera por mí, nunca lo habría hecho.

Era algo mágico y especial poder disfrutar de aquella paz y tranquilidad. Simbolizaba el carácter de una familia normal pasando el tiempo en unión. Algo perfecto que cualquiera querría poder vivir siempre, pero las cosas buenas se acaban y eso me había sido arrebatado sin ningún escrúpulo años atrás.

De repente, los brazos de mi madre se tensaron despertándome de mis profundos pensamientos e hicieron que mi cuerpo se pusiera alerta frente a su presión. Sus ojos se desorbitaron creando una especie de mancha extraña en sus pupilas y deshaciendo la forma natural de sus ojos. Sus dientes se afilaron convirtiéndose así en pequeños cuchillos afilados capaces de destripar hasta un diamante. Del lugar que ocupaban antes sus uñas, surgieron unas garras puntiagudas tan grandes como mi cabeza. Mi corazón comenzó a agitarse sin control.

Mi madre se levantó rápidamente del lugar emitiendo extraños sonidos. Su dedo me apuntó directamente.

-Tú, corre, despierta.

-¿Mamá?..

-Shh, calla o morirás"

Me desperté sobresaltada sudando y con el corazón a mil. ¿Qué coño?

Ese sueño había sido tan real pero a la vez tan extraño e incomprensible. Me pasé las manos por la cara retirando el sudor que asquerosamente estaba pegado a mi piel. Levanté mi cabeza para poder estirarme y entonces descubrí que no estaba en mi cama.

Me asusté al percatarme de lo sucedido minutos atrás. Espera, ¿minutos? ¿Horas? ¿Días?
No sabía dónde me hallaba, ni cuánto tiempo había estado allí. No se veía absolutamente nada, era una inmensa e infinita oscuridad sin salida y eso era algo que me aterraba.
El frío penetraba en mi cuerpo tan rápido como una una gota de agua se funde en la pesada nieve del invierno. Mis pies estaban descalzos y a pesar de no poder ver nada, notaba todos las heridas que rodeaban mi figura.
Busqué con las manos algo, no sé qué, pero algo. Supongo que alguna cosa que me diera seguridad.

Nada. Estaba sola.

Recogí mis piernas hacia mí instintivamente para superar el frío. Por el tacto de mi espalda contra la pared, podía reconocer que era un lugar con paredes de piedra. El espacio era húmedo y en el suelo se podían distinguir ciertos brotes no demasiado agradables al tacto.

Es cierto que desde que era huérfana disfrutaba la soledad, pero no este tipo de soledad aterradora, definitivamente. Fue en ese momento cuando los recuerdos de mis padres entraron en mi memoria.

Yo era una niña feliz, querida y con una gran familia. Mis padres eran humildes y trabajadores y mi aspiración en la vida era poder llegar a ser como ellos algún día. Sin embargo, Dios quiso arrebatármelo todo y hacerme caer en la miseria de la que aún no había podido salir.

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