Capítulo XVI

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De dos seres inmortales que caminan por la Tierra.

Papá me observaba cada día al despertar, casi esperado que fuera un sueño muy hermoso que se iría un día. Besaba mis manos y pies, se apoyaba en mi pecho para escuchar mi corazón. Yo hacía lo mismo antes de dormir. Fui hecha para amarlo y jamás lloré en las frías noches, no mientras estuviera en sus brazos.

Mi abuela, Hunith, fue a vivir con nosotros pocos meses después de mi nacimiento. Papá envió por ella a un druida que había logrado ganar su confianza.

En cuanto me vio, me amó. Y yo la amé a ella. Sus manos eran suaves y gentiles, su amor una caricia. Llenó mis mejillas de besos y mis oídos de canciones para dormir. Me contó de las cosas que papá hacía cuando pequeño y le ayudó a cuidarme.

Conocí al abuelo Gaius cuando pude sostenerme sentada, lo único que recuerdo de él son los reflejos de la luz en su blanco cabello y la tosquedad de sus manos, el aroma a hierbas medicinales. Él viajó a la Isla para confirmarle a papá lo que ya sabía, que la reina había levantado la prohibición y que Camelot era un lugar libre.

Mientras dormitaba en su regazo, le contó sobre la profunda tristeza que la reina cargaba a cuestas tras la muerte del rey, de cómo los caballeros restantes la protegían de todo el que osara insinuar que una mujer dirigiendo el trono no era ortodoxo. Le contó del heredero que Arthur nunca llegó a conocer, pero que era su viva imagen.

También le dijo, de forma muy sutil, que se esperaba que él volviera a su hogar.

Sin embargo, mi padre sabía que ninguno de los dos podría vivir en Camelot. Y que la reina no me apreciaría como lo haría en otras circunstancias. Tal como Gaius podía ver a Arthur en su heredero, en mi se podía ver a mi padre, al asesino, Mordred.

Gaius al final tuvo que preguntar, porque habría sido extraño que no lo hiciera.

"¿Es esta la hija de Mordred?"

Papá, que esperaba esta pregunta, no dudó al responder.

"Es nuestra hija, Gaius. No estoy cuidando a una niña que no es mía. Ella nació de mí. No es parte de alguna aberración del deseo carnal, es un obsequio de los dioses. Su vida fue tejida con las hebras desechas de los caídos, unidas con mi magia y la del hombre que aún amo. Puedes verlo en ella, porque sin el amor esto no habría sido posible".

Gaius lo aceptó como la verdad absoluta, aunque esto escapaba por completo de su comprensión.

Se marchó días después y jamás dijo a nadie lo que encontró en la isla.

Moriría años después, yéndose en paz durante el sueño. Papá, la abuela y yo asistimos a su lugar de descanso para despedirnos y le deseamos el mejor de los viajes.

Como todo lo que respecta a mi existencia, mi crecimiento no fue normal. Tanto para mi padre como para mí, los años pasaban como caricias suaves. Cuando el cabello de mi abuela se hizo blanco y su piel se arrugó, yo apenas alcanzaba la apariencia de una niña de cinco años. Y siguió siendo así cuando se marchó.

Viajamos a Avalon para despedirnos, llenando su bote de las flores más hermosas y lágrimas de amor. Besé su frente y le agradecí, siempre me he sentido bendecida por haberla conocido.

Papá y yo vimos a Freya en la superficie del lago por un instante antes de dar marcha atrás.

Desde entonces solo hemos sido él y yo, a través de los siglos.

Hija de la magiaWhere stories live. Discover now