Capítulo VI

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De cómo el amor se abre paso en los caminos sinuosos.

Mordred apuñaló a Morgana por la espalda para salvar al rey. Sin embargo, no dio vuelta atrás ni se preocupó por Emrys, en realidad, nadie lo hizo, y su corazón se sintió pesado al comprender que, sin Lancelot, realmente no le importaba mucho a nadie más. Ni a Arthur, a quién había servido por mucho tiempo; ni a Gwaine, quién solía decir que solo estaba allí por él.

Fue el primer paso que le llevó a dejar de sonreír.

En contraste, al ser nombrado caballero de la mesa redonda, Mordred encontró algo que había estado buscando por mucho tiempo: Un lugar al que pertenecer.

El rey lo invistió en una ceremonia solemne en la que fue aplaudido con fervor, bajo la mirada orgullosa del hombre que le había salvado una vez y cuya deuda con él estaba saldada. Fue la mejor recompensa que podía esperar y le hizo sonreír por primera vez en muchísimo tiempo.

Emrys lo abordó momentos después, preguntándole sobre sus razones para salvar al rey en primer lugar. Y aunque su aura emitía mensajes de desconfianza, lo que dejó a Mordred pasmado fue el cambio en sus ojos. No tenía nada que ver con odio, ni siquiera con temor.

En los ojos de Emrys solo había vacío y soledad.

Al poco tiempo, todos en el castillo también lo notaron, porque sin la sonrisa de Emrys, el mundo era un lugar más oscuro.

Mordred se topaba con él donde fuera que el rey estaba, porque el lugar de Emrys siempre había sido a su lado, naturalmente. Y, en consecuencia, podía ver cómo la falta de brillo comenzaba a generar preguntas entre los sirvientes, los caballeros e incluso el rey y la reina.

Según papá, la soledad es una amiga caprichosa y a veces sangrienta, que aprieta tu hombro y se niega a soltarte aún cuando estas rodeado de personas. Este era el caso de Emrys.

Sus hombros se hundían cuando estaba parado contra la pared, con la jarra de vino en espera de que la copa del rey se vaciara. Lágrimas escapaban de sus densas pestañas mientras lavaba la ropa o fregaba los pisos.

Mordred no podía soportar ver como Emrys se consumía, como su magia, después de ser tan brillante como el sol, se volvía apenas perceptible. O cómo su sonrisa se veía tan falsa.

Pero cómo debía ser, no fue el primero en intentar hacer algo, no eran cercanos después de todo.. El primer intento vino de Sir Gwaine, quien se abrió paso bromeando e intentó hacerlo reír; cuando eso no funcionó, le informó que su hombro estaba libre siempre que quisiera hablar o llorar.

Emrys agradeció pero no tomó su oferta.

El segundo vino de la reina, quien sería la mejor amiga de Emrys cuando era una doncella. Ella fue más sutil y cálida, haciéndole saber cuanto le importaba y que podía confiar en ella como antes.

Emrys agradeció de nuevo y le ofreció una sonrisa triste, la más real que había ofrecido a cualquiera.

El rey lo intentó a su torpe manera; Gaius se preocupó por su falta de apetito e incluso las sirvientas le hicieron un pastel de manzana para intentar animarle. Pero Emrys parecía estarse marchitando con los días.

Aunque su mirada desconfiada ardía en la espalda del primer Druida en ser nombrado caballero, temeroso del destino que les acechaba, fue ese mismo caballero quién lograría acercarse lo suficiente.

Mordred le abordó de una forma que nunca olvidaría y le recordó, por primera vez en años, lo que habitaba en su interior.

Fue en un atardecer que se cruzaron por un pasillo desierto. Mordred lo había planeado meticulosamente, la hora exacta, el pasillo en el piso vacío exacto. Sus ojos brillaron en oro cuando pasó a su lado y Emrys contuvo el aliento, tomado por sorpresa. Todos sus instintos le dijeron que se preparara para un ataque, pero su magia se mantuvo expectante, ansiosa, puesto que nunca antes había estado tan cerca de otro ser como él. Y cuando Mordred abrió su palma, sin detenerse, una mariposa del color del fuego levantó el vuelo y se dirigió hacia él.

Por un instante, la magia de Mordred revoloteo a su alrededor, envolviéndole como una manta suave y al siguiente explotó en chispas de luz que le recordaron a un claro en el bosque. Emrys se quedó quieto, callado y asombrado mientras la luz del atardecer iluminaba a Mordred con un halo etéreo. Su sonrisa fue suave, sus ojos comprensivos.

Después se fue, con el murmullo de su capa detrás de él y el pensamiento que Emrys atesoraría para siempre.

"Estoy aquí, Emrys, no tienes que sentirte solo nunca más".

Los ojos de papá brillan en oro siempre que llega esta parte, una mariposa idéntica posada en el centro de su mano pálida y la visión del prado cubre todo en mi mente. Este momento es mi favorito, porque es el que lo cambia todo para siempre, es el fósforo que enciende la hoguera.

Es cuando el amor se vuelve amor y el miedo de Emrys comienza a evaporarse.

Hija de la magiaWhere stories live. Discover now