Capítulo III

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De cómo un niño comienza a odiar.

Es difícil para un niño crecer sin padres a los cuales poder recordar y con la muerte tocando constantemente a tu puerta. Mordred tenía una vida triste, era huérfano, había perdido a su maestro y se sentía muy solo. Yo, aunque he crecido sin una madre, solo puedo especular la magnitud de su soledad. Papá jamás me ha abandonado y me ha dado más amor del que jamás podré agradecerle.

Fue una noche que escapó del campamento druida para viajar al bosque. Había una pila de piedras bajo un árbol donde sus padres habían sido enterrados. No era un lugar seguro, puesto que el primer asentamiento al que había pertenecido fue masacrado ahí, pero él lo sentía como un santuario, un lugar donde sus padres le protegerían de cualquier cosa.

Cerdan, su maestro, le había dado un amuleto que colgaba de su cuello y él lloró mientras lo sostenía, acurrucado contra la pila de piedras, en su forma ingenua de decir adiós.

Su corazón, pequeño y frágil, se resquebrajó por todas las pérdidas que había sufrido. Y no solo por las muertes, él sabía que había perdido algo importante en Camelot. Emrys casi le había dado la espalda y el conocimiento ardió en su pecho, la incertidumbre. ¿Por qué Emrys le abandonaría a su suerte? Se suponía que era un héroe, un salvador y, sobre todo, un hombre bueno. Esta no fue la primera vez que pensó que, quizá, había algo malo en él después de todo.

Desde una edad temprana, el niño fue aislado de alguna manera; él no conocía la razón del todo, salvo por fragmentos que escuchó de las conversaciones de Cerdan con los Ancianos y los insultos que niños malvados le habían lanzado en los campamentos.

Destructor, le llamaban. Asesino de reyes.

El significado de estas palabras no era muy difícil de aprender, pero quería saber por qué se las decían, que había hecho mal para merecerlo. Al estar en la casa de Uther, se dio cuenta de que matar a ese rey no podría llevar al odio de su gente. Así que debía ser algo más.

Mientras pensaba en Emrys, se preguntó si él también sabía. Vagó una y otra vez en sus ojos, en la forma en que un leve cambio se manifestó en ellos. La primera vez que los había visto, le habían parecido tan bondadosos y preciosos. Era la primera cosa que amó de él.

Sus reflexiones duraron hasta el amanecer y fue allí donde un druida llamado Aglain le encontró. Aglain lo llevó consigo a su campamento y le trató como a un niño normal, como Cerdan lo había hecho. Mordred aprendió de la naturaleza a su lado y sobre la candorosa sensación de ayudar a los demás. Donde Cerdan había sido un maestro sanador, Aglain fue un mentor y un líder.

Fue feliz de volver a ver a Morgana un tiempo después, cuando ella buscaba guía para entender su magia. Él estaba curioso, quería saber por qué Emrys no la había ayudado en el castillo, pero se guardó sus palabras.

El niño pudo sentir al hechicero entonces, su presencia brillando como la luz al final de un túnel. La magia de Emrys siempre actuaba como un consuelo para él. Encontrarse con sus ojos y ver allí el miedo fue lo último en lo que pudo pensar mientras hacía lo único en lo que parecía ser bueno, correr por su vida.

Se encontró solo de nuevo, la muerte de Aglain clavándose en su pecho, abriendo otra herida.

Papá siempre vacila cuando cuenta estas partes de la historia, porque son crudas y están repletas de arrepentimiento. Habla sobre el niño acorralado y el poder letal, la furia, que se desató en sus ojos a partir de allí. Papá cree que el miedo no solo te hace tomar decisiones erradas o acciones violentas. También te hace sentir traicionado.

Y la traición puede congelar tu corazón. 

Hija de la magiaWhere stories live. Discover now