Capítulo II

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De cómo un Dragón dejó ir una profecía.

Emrys llevó al niño con una Dama, una hechicera que aún no conocía lo que dormía dentro de ella. Ella le escondió, le cuidó y le sostuvo durante la ejecución de su maestro. Ella no le temió, aún cuando el espejo de su habitación se agreto bajo las manos doloridas de su poder destructivo. La Dama se llamaba Morgana y era la protegida del rey Uther.

El niño vio la amabilidad de sus ojos y su alma y se encariño a ella conforme los días pasaban, sus manos suaves hacían lo posible para reducir su fiebre y su dolor.

Emrys le curó una vez, sus manos fueron tan gentiles como las de Morgana y sus ojos hablaban de preocupación. Fue el niño quien le reveló el inicio de su leyenda, el nombre por el que sería conocido a través de los siglos.

Con curiosidad, el hechicero acudió en busca de consejo con el único ser que podía hablarle de las antiguas profecías, el Gran Dragón Kilgharrah, encerrado bajo capas de piedra en las profundidades de Camelot, aquel que le había hablado de su destino y el propósito de su vida.

"Debes dejar que el niño muera" fue el consejo que apretó el corazón de Emrys, quién no podía ni quería dejar morir a uno de los suyos, menos a un niño inocente. Pero Kilgharrah fue críptico, explicando que eran tan diferentes como el día y la noche, y que si el niño vivía, su destino jamás se vería cumplido.

Como dije al comienzo, el miedo te hace hacer cosas terribles. Las acciones guiadas por el miedo tienden a dejar una marca y fue esta marca la que dio paso al comienzo del fin.

Emrys no pudo dejar morir al niño, pero su vacilación le costó la admiración y fe ciega que el niño había puesto en él. Dio paso a la duda y mostró al hombre asustado bajo la historia.

Aquel día, el príncipe Arthur supo el nombre de Mordred, el niño cuyo destino terminaba con el suyo. 

Hija de la magiaWhere stories live. Discover now