Hija de la magia

Capítulo XIII

Del dolor de Emrys.

Estaba llorando cuando cayó de rodillas junto a su cuerpo. Sus ojos estaban abiertos y miraban sin mirar. Emrys le estrechó contra su pecho un momento y luego rozó sus labios con los suyos. Aún estaban cálidos y suaves.

Las últimas palabras de Mordred aún hacían eco en su mente, su magia aún hormigueaba en el lazo que Mordred había creado entre ellos. Esta se retorcía y buscaba, como si aún esperara que estuviera vivo.

Emrys habría querido quedarse allí, sosteniéndolo para siempre. Pero sabía que debía buscar a Arthur, todos sus sentidos informándole que estaba muy cerca. Se levantó, con los huesos de un hombre viejo y congeló el cuerpo de Mordred en el tiempo. Él se encargaría de su entierro. Luego siguió adelante.

Lo encontró algunos metros allá, inconsciente pero en definitiva aún vivo.

Lo llevó en sus brazos hasta un lugar seguro en el bosque, donde Gaius le encontró después. Ambos intentaron sanar la herida, pero había magia poderosa involucrada. Un fragmento de la espada de Mordred viajando a su corazón.

Gaius dijo que quizá en Avalon pudieran sanarlo.

Cuando Arthur despertó, Emrys hizo lo que había querido hacer por muchos años: Le confesó que tenía magia.

Durante su viaje a Avalon le relató cada cosa que hizo por él y el rey, aunque al principio fue distante, terminó comprendiendo lo mucho que su sirviente le había dado. La última cosa que pudo decirle, mientras era sostenido en sus brazos, fue lo que Emrys siempre había querido escuchar.

"Gracias".

Emrys se quedó en silencio mientras el cuerpo de Arthur Pendragon viajaba lentamente hacia Avalon. Su corazón estaba roto y los fragmentos se le clavaban en el pecho dolorosamente. En un solo momento había perdido casi todo y se encontraba solo, perdido, otra vez.

Enterró a Morgana, quien les había atacado en el camino, bajo un árbol. Marcó su tumba y, mientras le daba la espalda, se preguntó cuántas tumbas tendría que marcar en su vida.

Emrys, después de todo, significaba inmortal.