Capítulo XI

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De guerra y muerte.

Parte I

Papá no me habló de la guerra hasta que la muerte violenta tocó a mi puerta una luna de sangre. El momento en que supe la magnitud con la que es frágil la vida.

Yo crecí escuchando de héroes que morían en la lucha por su pueblo e ideales, personas grandiosas a las que admiraba. Pero nunca pensé detenidamente en lo que una lucha significaba.

Había pasado más de un siglo cuando nos aventuramos por primera vez más allá de las tierras conocidas y lo que presenciamos me dejó marcada de por vida.

Pero papá... él puso la mirada.

Cuando papá está solo, es decir, cuando no está conmigo, él cambia. No es un cambio sutil en absoluto, es una transformación completa. De pronto, su cuerpo se vuelve tan pesado para él, no importa lo delgado de que es, se hunde como si la gravedad aumentara. Sus ojos se tornan oscuros y su expresión es la más triste que alguien haya visto nunca.

Lo vi cuando era una niña intentando tomarle por sorpresa y me asuste de esa extraña persona en la que de pronto se había convertido.

Fue como observar a un viejo amargo, cuyos años no habían sido benevolentes, mirando a un mundo que ya no estaba pero aún podía ver.

Su mirada reflejaba un alma desollada viva.

Entonces, al momento en que escuchó como mi pecho se cerró en un sollozo, él volvió a cambiar, un camaleón bien entrenado. Me miró con los ojos brillantes y amorosos de siempre, abriendo sus brazos mientras preguntaba qué estaba mal. Yo jamás se lo he dicho, aunque sospecho que lo sabe. Sabe que puedo imaginar cuán dañado está.

Fue esa mirada la que dedicó a la masacre de las tierras desconocidas y luego solo siguió adelante. Él dijo: "No hay como arreglarlos, mi estrella, ellos son así. Siempre habrá una razón muy justa, una recompensa lo suficientemente grande, un territorio perfectamente rico y una lista tan larga como la vida para justificar tal derramamiento de sangre. Todos luchan por algo. A veces, aunque intentes evitarlo, la guerra siempre les alcanza. Los dioses saben que he luchado para que nunca te alcance a ti. Y ya lo ha hecho.

Vamos, es tiempo de hablar".

Fue la primera vez que escuche de la batalla de Camlann y el destino fatal de Mordred.

Después de su traición, el Mordred que Emrys amaba estaba muerto. El hombre en el que se convirtió dejó atrás su corazón, con el hechicero, y miró hacia el frente. Se inclinó ante la oscura reina, prometiéndole lealtad. Ella lo sentó a su derecha y le puso al frente de su ejército de sajones. No era más un druida o un caballero, era un guerrero vestido de sombras.

En Camelot, Emrys recibió la declaración de guerra mucho antes que cualquier otra persona en el reino. Lo sintió en los árboles que morían y el viento que olía a cenizas. El mensaje era claro, el mundo estaba llegando a su fin. Su mundo.

El primer ataque fue sucio y traicionero, tanto que él nunca lo espero. En su ausencia, una caja encantada se deslizó bajo su cama y mientras dormía una criatura de pesadillas emergió para robarle lo que le hacía Emrys.

Cuando notó que su magia se había ido, fue como morir. Todo su ser se sentía mal, equivocado, roto. No tenía cómo defenderse ni como ayudar a su rey en la marcha a la batalla.

Una vez sin su poder, Emrys supo que había sido traicionado por Mordred. Fue un golpe demasiado duro que arrancó lágrimas de sus ojos y el aire de sus pulmones. Gaius le sostuvo por un largo rato mientras se desahogaba y luego intentaron encontrar una solución.

Le tomó a Emrys toda su resolución dejar al rey marchar solo a Camlann mientras él viajaba al valle de los reyes caídos para intentar recuperar su magia en compañía de Sir Gwaine.

Algo curioso de la traición es que esta no llega en un solo golpe. El segundo ataque fue previsible a pesar de todo y Morgana encerró a Emrys en la cueva de los cristales, donde la magia misma había nacido. Y ese fue su gran error.

Perdido, Emrys se miró y se preguntó, no por primera vez, si estaba a la altura de las leyendas que los druidas llevaban siglos narrando a sus hijos antes de dormir. Pensar en Mordred era doloroso, pero eran los momentos preciados que pasaron juntos los únicos que acudieron a su cabeza. El cómo le había mirado, con admiración, como si fuera una especie de dios encarnado y todopoderoso.

Se lamentó por no haberse marchado con él, si de cualquier manera no iba a cumplir con su destino.

Fue su padre, Balinor, quién acudió a su silencioso llamado de ayuda y le iluminó con palabras tan ciertas, antiguas, como el mundo.

"Eres hijo de la tierra, del océano y del cielo. Merlín. Tú no eres un brujo, eres una criatura de la antigua religión. Estás hecho de magia. Por eso no temas, no puedes perder el poder con que el que fuiste hecho".

Emrys confió. Lo sintió. Pensó en lo que le recordaba lo que era.

Y una mariposa preciosa surgió de entre sus dedos, alzando el vuelo hacia la luz.

Pudo escucharlo claramente.

Su destino le estaba llamando.

Hija de la magiaWhere stories live. Discover now