Capítulo IX

137 21 0
                                    


De cómo un rey se interpone entre ellos.

Cuando pienso en Mordred, siempre pienso en tres personas diferentes. En el niño druida, cuya soledad era demasiado grande para su pequeño cuerpo. En el caballero, cuya lealtad y amabilidad supo robar el corazón de un pueblo, y en el traidor, cuyo destino fue la fatalidad.

Pasado, presente y futuro, reunidos en una sola persona.

Ninguno de ellos es igual al otro, y poco tienen que ver. El niño siempre había estado solo, perseguido por la muerte y el dolor. El joven, que conoció el amor en los brazos del más grande hechicero, quien resultó ser un sirviente.

Y, finalmente, el hombre, que peleó por sus ideales y libertad.

Nunca nadie se pregunta por qué. ¿Por qué Mordred se alió con Morgana? ¿Por qué Emrys no huyó con él? ¿Por qué quería matar al rey?

La acción casi siempre opaca las razones y es la acción la única que pasa a la historia.

Todo comienza con un viejo amor, traído desde la vida del niño druida y que colisionó con el joven amante de Emrys.

Ella apareció en medio de un ataque, herida y sola. Cuando Mordred la vio, hubo una parte suya que se sintió como un niño de nuevo, cuando era rechazado en los asentamientos. Esa chica pequeña y hermosa había sido la única que no lo había hecho y su amistad creció dentro de él hasta volverse pasión. Cuando se separaron, ella no tenía más de diez años y era gloriosa, luchadora, valiente. Todo lo que Mordred nunca fue.

En un mundo lleno de personas que siempre quisieron utilizarlo, Kara había sido un consuelo que llevó en sus recuerdos después de abandonar la infancia.

Mordred supo cuando la vio, que traer a su presente algo tan preciado del pasado solo podría traer terribles consecuencias. Pero no tuvo el corazón para matarla y, en cambio, la dejó ir.

Fue este acto el que Emrys percibió como un titubeo y que desató una tormenta impredecible. Cuando fue confrontado, Mordred miró a Emrys a los ojos y no pudo mentir, porque Emrys tenía su corazón y su lealtad.

Él lo hizo, le dijo lo que Kara había significado para él y lo que pretendía hacer. Emrys no iba a detenerlo, no podía. Vio con preocupación cómo se marchaba y solo pudo pedir a los dioses que el rey jamás se enterara de ello.

Está de más decir que su pedido no fue escuchado y, aunque intentó ocultarlo, el rey se topó de frente con la chica que terminaría todo lo que habían construido, una daga en su mano, la intención de clavarla en el real corazón.

Mordred se convirtió en el hombre que todos recuerdan, cuando Arthur la sentenció a muerte, la negativa del rey a perdonarle la vida fue una amarga decepción.

Se dio cuenta de que, a pesar de que amaba a Camelot con toda su alma, dentro de sus paredes nunca podría ser libre. Escapaba de su conocimiento como Emrys podía soportar esa verdad todos los días de su vida y aún así servir al hombre que les mataría si se enterara de sus dones.

El último paso que dio como un joven, fue cuando retrocedió ante la petición que Emrys le hacía de dejar a la chica cumplir con su juicio.

Mordred era muy joven, tan ingenuo y ciego, siendo parcial debido a sus sentimientos por Kara. Jamás se puso a pensar en el veneno que Morgana había plantado en el corazón de la druida, o que él mismo había dejado a un hechicero morir antes.

Papá dice que todos somos como semillas, que en lo que nos convertimos depende mucho de la planta de la que venimos, del suelo donde nos plantan y del agua con que somos regados.

Mordred era una semilla dejada en un terreno infértil y regada con agua envenenada, por lo tanto, no importa cuánto una planta luche por sobrevivir, termina por ceder y marchitarse.

Y aunque Emrys quiso salvarlo, la brecha que Kara había traído consigo fue mucho más grande de lo que podía imaginar. Su muerte se sintió una traición en el corazón marchito de Mordred.

Él le pidió a Emrys que fuera con él, dijo que ambos podrían traer la libertad de su pueblo juntos, unidos. Pero Emrys solo le miró, con lágrimas en sus ojos, deseando decir que sí, pero siendo firme en su destino.

Emrys sabía que al dejar ir a Mordred, iba a perderlo para siempre. Sabía cómo terminaría todo y que su destino jamás iba a ver la luz de un nuevo día.

Mordred supo que lo que lo separaba de Emrys siempre sería el rey, el único que poseía la parte del corazón de Emrys que jamás había podido conquistar. Él sabía que la prioridad de Emrys era Arthur y su corazón se volvió amargo a la realidad.

Cuando él se marchó, Emrys dejó de sonreír de nuevo y en Camelot el cielo lloró siete días con sus noches. Se lo podía ver como un alma en pena sobre las almenas o la torre vigía, observando el horizonte como si supiera exactamente en qué dirección se encontraba la otra mitad de su corazón.

Ni siquiera Sir Gwaine pudo hacer algo respecto entonces y, tanto el rey como los caballeros se sumieron en un silencio donde nadie mencionaba su nombre.

Los que siguieron a su partida, fueron días muy oscuros.

Hija de la magiaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon